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Necesitamos del infortunio para saber a quién admiramos

3 de Febrero del 2012 - Susana Fernández Álvarez (San Martín de Teverga)

A veces, la vida emprende giros inesperados y el desconcierto en que nos sume es tal que perdemos norte y rumbo, con ganas de echar a correr, pero sin saber adonde.

Tengo 23 años, y desde hace aproximadamente un año estoy sumida en una de las situaciones más trágicas, creo, para el ser humano; desde hace un año, me he levantado cada día con la angustia de tener a mi madre gravemente enferma y la incertidumbre de un futuro sin ella, pesadilla que me invadía noche tras noche.

He tenido que ver la vida con otros ojos, quizás la realidad propia de la misma, de una vida que te golpea y no sabes por qué. Me he armado de valor y he tirado para adelante, porque valía más mi fortaleza que mi llanto. «Lucha por ti y por mí», le dije un día, lo único, pero suficiente.

En junio empezaron las consultas, todas ellas fallidas, pues nunca se veía nada; pasaban los meses y no hallábamos más que errores y desaciertos, situación que me llevaba a desconfiar de la sanidad y reflexionar en qué manos depositamos nuestras vidas, porque aquello resultaba anormal. No quiero, no obstante, profundizar en ello, pues no pretendo contar mis lamentos, sino mi fortuna y alegría, porque después de todo, está operada y evoluciona favorablemente.

Quiero mostrar mi profundo agradecimiento a todas aquellas personas que hicieron que esto fuera posible, a mis Reyes Magos, por hacerme el regalo más grande e invalorable, sin duda alguna, de mi vida. Quiero destacar nombres y apellidos, empezando por el Dr. Pérez Lozana, ya que nunca olvidaré la consulta que tuve con él, horrible por los augurios, pero esperanzadora porque sus ojos vieron lo que realmente se urdía en el cuerpo de mi madre. Mis gratitudes también a Ana Llaneza y Pablo Granero, por intentarlo, sobre todo a Pablo por su extraordinario trato y su empatía, demostrando ser una gran persona y sin duda un futuro gran cirujano. Al cuerpo entero de enfermería y auxiliares de la segunda planta izquierda-derecha de la Residencia del Hospital de Oviedo, a todos por su gran trabajo y dedicación, pero muy especialmente por su saber estar, por la generosidad, la humanidad y el cariño que derrochan con los pacientes. Al doctor Estrada de oncología, por la cercanía y la entrega a nuestro caso particular. Pero sobre todo quiero expresar mi agradecimiento, siempre, al protagonista de esta carta y de estos últimos días, aquel que hizo posible lo que parecía imposible, y me devolvió la sonrisa y la confianza, el doctor Sánchez Farpón. Para usted es el mayor de mis agradecimientos y los de toda mi familia, pues teníamos muchas expectativas puestas en usted, y no nos ha defraudado. No hay riqueza ni bienes materiales que compensen su excelencia profesional y humana; por ello, y porque siempre solemos manifestar las quejas, quiero hacer público este ofrecimiento, en un intento de corresponderle de alguna forma, a usted y a todo su equipo de quirófano, y hago mención del Dr. Germán por su amabilidad con mi madre.

Nombres todos ellos que jamás olvidaré por haberme hecho realidad un sueño que bien podría haberse convertido en pesadilla.

Es amargo comprobar que necesitamos el infortunio para caer en la cuenta de que pasamos la vida admirando artistas y futbolistas, y cuando llega el tiempo del dolor los ojos se nos abren ante las verdaderas estrellas: hoy a la persona a la que admiro por encima de todo es a mi madre. Estrella e inmensa por su fortaleza, por su tesón, por no flaquear en ningún momento ni perder las ganas de vivir, por sobrellevar esta etapa con la cabeza firme, y porque seguro que lo que nos quede por caminar aún con esta maldita enfermedad lo andará del mismo modo, con la misma estabilidad, con el mismo éxito. No tengo la menor duda. Te quiero.

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