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Marquínez y el plan hidrológico de cuenca

12 de Marzo del 2012 - Francisco M. Domínguez Menéndez (Avilés)

Si existe algún lugar donde la ideología se hace más evidente es en la pluma. La pluma nos delata. Por mucha habilidad y recursos que derrochemos en esconder el texto bajo el velo de la subordinación fraseológica, la prosa, en contraposición a la poesía, mucho más críptica, siempre mostrará la intención.

De la pericia en el camuflaje literario sobrevivieron muchos artistas de la pluma en la época de la censura; demócratas sin adornos que conseguían sortear con ingenio todas las barreras liberticidas que el viejo régimen colocaba entre escritor y lector; lo que viene a demostrar cierta proporcionalidad inversa entre mala leche y talento en los devotos a la dictadura: ese viejo régimen nunca bien enterrado por el Estado constitucional como pone de manifiesto la sentencia condenatoria del juez Garzón. Pero como no es ésta la cuestión que hoy me motiva, prosigo.

De sobra conocido que el nuevo arte de la oratoria pública consiste en hablar durante períodos de tiempo más o menos extensos sin decir nada y redundar en el pecado hasta el hastío. Algunos de nuestros próceres más diestros en eso de la elocuencia política, incluso, son capaces de contradecirse a sí mismos en el mismo ejercicio oral sin llegar a sonrojarse lo más mínimo, lo cual indica el grado de inconsciencia pueril que adorna la mente del esclarecido. Es la nueva prosa oral utilizada para salir airoso de las preguntas incómodas a costa de destrozar la paciencia de unos y el lenguaje de todos. Hasta aquí llega la decadencia o la vaciedad. La vieja oratoria republicana era mucho más exquisita: elocuente incluso eludiendo las respuestas. Esto del bien hablar o del buen uso de la lengua materna debe ser una más de las artes que como el Prerrománico han entrado en caída libre de descomposición. No es menester abundar más en el asunto con ejemplos ilustrativos, no vayamos a caer en aquello que criticamos.

Otros, sin embargo, menos pueriles, pero más inconscientes, como el caso del señor Marquínez, presidente de la Confederación Hidrográfica del Cantábrico, son tan transparentes que hacen daño. Dice, o deja entrever, este nuevo Poseidón salido del Olimpo conservador que los asturianos tenemos que acostumbrarnos a las riadas. En lenguaje llano: que renuncia a cualquier propuesta inversora que mejore nuestro sistema de protección contra inundaciones y le importa un bledo la desprotección de aquellos que vivan en zonas de alto riesgo.

Pues nada, a cambiar casas y haciendas de lugar porque el presupuesto europeo que percibe nuestra Confederación Hidrográfica sólo llega para gastos de representación y don Jorge no piensa seleccionar nuestra región como área con riesgo preliminar de inundación. Así que debemos prepararnos para las lluvias futuras sin guarecernos bajo el paraguas de la directiva europea de inundaciones. La empatía de este hombre con las desgracias ajenas es digna de obtener justa correspondencia en la intención de voto.

Visto lo visto, el nuevo plan hidrológico de cuenca –cuenca de río, no de la provincia del mismo nombre–, en fase de consulta pública, no contempla las inundaciones asturianas. Propongo que borren el borrador y, de paso, también a Asturias del mapa político español. Total, si es éste todo el interés que suscitamos dentro del panorama nacional, nadie notaría la pérdida. Dicen que para muestra basta un botón; pues fijémonos en los botones andaluz y asturiano que saldrán a la venta el 25 de marzo: ¿a cuál de los dos, o a los dos, les importa menos perder en la pugna? Respuesta acertada. Ya lo dice el Consejo General del Poder Judicial: no somos todos iguales. Urdangarín tiene sangre azul por vasos comunicantes, mientras que Garzón la tiene roja por exceso de comunicación.

Aquella Asturias carbonera, borracha y dinamitera se sume entre hazañas y añoranzas del pasado junto a la agüita amarilla procedente de los «botellones» del fin de semana. Qué pena; pero es lo que tienen las barrigas llenas: que les cuesta hacer la digestión y se adormecen viendo pasar la vida a través del plasma.

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