Plaza 11 de Marzo
Hace muy pocos días acabamos de conmemorar el quinto aniversario de la terrible "Masacre de Atocha", que conmocionó a toda España y al resto del mundo. Yo, como la mayoría de los españoles, recuerdo aquel día como si fuera todavía hoy. Y recuerdo, especialmente, el momento en que salí a la calle aquella mañana, tras estar casi una hora pegado a la televisión, contemplando atónito las imágenes de todo aquel espanto.
Yo vivo muy cerca de la plaza de La Gesta, y aquella mañana la atravesé cruzándome con otras personas que, como yo, caminaba en silencio, angustiadas por las imágenes de la locur ay del horror que acabábamos de contemplar. pero fue la plaza en sí, la pétrea belleza del templo de San Francisco y en especial su Ángel doliente, la que me causó un impacto que antes nunca había sentido. Fue algo especial.
Claro que el tiempo pasa de prisa, y toda las impresiones, incluso las más intensas, van siendo sustituidas, poco a poco, por otras más recientes. La vida es así, no se detiene nunca, ni incluso tras las más crueles de las atrocidades. Pero, curiosamente, el pasado 11 de marzo volví a pasar por la misma plaza, más o menos a la misma hora, y un pensamiento me asaltó con inusitada fuerza, si cabe, todavía con mayor intensidad.
¿Cómo es posible -pensé- que ni en Oviedo, ni en toda Asturias, que yo sepa, se haya erigido un solo monumento dedicado a aquellos ciento noventa y seis mártires del fanatismo político, disfrazado de extremismo religioso? ¿Cómo es que nadie ha pensado en ello? ¿Acaso los centenares de muertos y heridos de Atocha eran sólo madrileños? ¿Por qué aquí nadie ha p ensado en erigirles un digno memorial?
Y, entonces, se me ocurrió de repente que esta plaza era el lugar idóneo, que no hacía falta echarle mucha imaginación ni derrochar, en tiempos de crisis, dinero público alguno. La iglesia, construida con magnífica piedra de sillería traída en su época desde Galicia, estaba allí. El impresionante ángel del martirio del gran escultor Francisco Cruz Solís, estaba también allí. Hasta la inscripción del zócalo era perfectamente válida: "Podrán arrebatarnos la vida, pero no podrán quitarnos el alma".
Todo encaja, por tanto, a la perfección. Tan sólo es necesario cambiar el nombre a la plaza. Y ese nombre no puede ser otro, lógicamente, que el de "Plaza 11 de Marzo". Porque, por desgracia, durante muchos años, no habrá que explicar a nadie cuál es el trágico significado de esa fecha. Quizás, más adelante, a nuestros nietos.
Claro que, además, se puede aprovechar para quitar, de paso, viejos símbolos de enfrentamiento entre españoles, que ya nada significan hoy. Dentro de muy pocos meses, en el próximo octubre, se van a cumplir setenta años del final de aquella otra horrible masacre que fue la guerra civil española. Afortunadamente aquel episodio ha quedado ya atrás, relegado al lugar que le corresponde en los libros de Historia, y superado por varias décadas de convivencia pacífica y democrática en nuestro país.
Así pues, yo propongo al Excelentísimo Ayuntamiento de Oviedo que inicie los pasos necesarios para proceder al cambio de nombre de esta plaza. Que, como hiciera la corporación municipal franquista en 1957 al otorgar su actual nombre a esta plaza, la actual corporación municipal democrática proceda, en el plazo citado, al cambio de nombre de la misma. Los mártires de Atocha nos representan a todos. Sin bandos.
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