La imposición de los tipos impositivos
Las nuevas reformas del Gobierno nos traen cambios mil que suenan a traca, pero no de las festivas, sino de las que suenan a bombardeos. El miedo que así se siembra es ruina para demasiados y enriquecimiento para muchos.
De nuevo, y en nombre de lo muy bueno y necesario que supone recortar de donde ya no se puede, se contradicen quienes hace años, meses y semanas proclamaban a todo pulmón que los impuestos ¡ni tocarlos! Sin embargo, y con caras de mucho lamento, que no de sentimiento, el Gobierno ha anunciado el aumento de los tipos impositivos de la renta, lo cual nos hará presumir ante Europa de tener el impuesto más alto de todos sus países –excepto Suecia–. Esto supone que les tocará pagar más a las clases medias que siempre son las que declaran y cotizan, las que son más vigiladas por Hacienda, las que de nuevo tendrán que apretarse aún más el cinturón con el que ya ni respirar pueden.
Dicen, que allá por marzo, el Gobierno tiene previsto recortar unos 40.000 millones de euros, y ya sabemos a quienes les va a afectar el tijeretazo, no hace falta ser muy entendido en la materia. Y mientras, los más poderosos, los más ricos de los ricos, privando al Estado de ingresar los millones de euros que tanto necesita, pues con sus fortunas crean sociedades que les permiten camuflar sus ingresos y se las arreglan estupendamente para que sus dividendos puedan viajar, como quien va de vacaciones, a los tan consabidos paraísos fiscales.
Pero esta clase media que con sus apretados salarios aún sostienen la fiscalidad de este país, cada día va a menos pues no sólo va perdiendo su poder adquisitivo, sino sus puestos de trabajo. Dos mil, dicen, se perderán cada día de este año 2012 que ya le habían dado por muerto antes de nacer. Y los créditos, herméticamente cerrados para emprendedores, comerciantes, etcétera, fluyen como torrentes imparables hacia los sectores financieros.
Se puede calificar de vergonzosa, indecente e inadmisible la actitud de los políticos frente al desamparo y empobrecimiento de la población española, que ya está a la altura de países como Rumanía. Es decir, en cabeza de lo que nunca se ha debido consentir. Y mientras tanto, Gobierno y oposición de nuevo entretenidos con sus cambalaches internos, sus interminables campañitas de partido, sus falsos movimientos sobre el tablero de la unidad y del consenso, y sus precampañas y campañas encaradas a las próximas elecciones andaluzas y asturianas, deseosos, cómo no, de ganar –o de no perder, según de quien se trate–, los últimos pedazos de poder que les queda en este denostado país. Y todo ello ¿para qué?
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