¡Eso, eso!

17 de Febrero del 2012 - Marino Iglesias Pidal (Gijón)

Doña Cristina quiere llevar una vida normal y no la dejan.

¡Por favor! Pobrecilla. ¡Déjenla! Que una mano poderosa no, en estos casos es más propio un pie. Que un pie poderoso haga que se cumpla el deseo de la Duquesa de Palma.

No tengo ni que buscar para encontrarle acomodo. A mi alrededor sobran ejemplos.

Esta familia vive a unos cien metros, en una calle perpendicular a la mía. Intercambiemos los personajes. ¡Menudo alegrón que le voy a dar a esta gente! Cuando de pronto se vean instalados en el palacete de Pedralbes, ¡tremendo! Bastante le va a importar a él que le acusen de megachorizo, si dizen que dizan, al final ¡no va a quedar conforme con lo que hazan!

Pero hagamos el intercambio ya. Estoy loco por ello. Ella, o sea, ya la duquesa, cada día excepto los domingos, limpiando por horas en varias casas, en alguna de ellas le dan la comida. El duque lleva dos años desempleado, no cobra subsidio de paro; creo que tiene una depresión de elefante. Están a punto de que les embarguen el piso, al que sólo van a dormir, pues se pasan el día, el duque y los carajitos, en casa de la madre de ella, la reina, que tiene una pensión de seiscientos y pico euros. Allí comen y cenan, el desayuno lo hacen en su propia, del banco, casa. Los domingos van a visitar al rey, que está en una residencia concertada. Mantienen con él un diálogo, no da para más el pobre, de besugos, y, cuando se van, dejan, para que se mueva un poco, que los acompañe con su tacataca hasta la puerta.

Y vuelta a empezar otra semana más de vida normal. La tía Pilar está como un cencerro, después de enviudar se tiró al monte. Arma unos líos del carajo. Entra en las cafeterías, arrasa con todos los pinchos sin tomar nada y cuando le llaman la atención y, el dueño o alguno de los empleados, le piden que se vaya, ¡les ordena que se callen! Naturalmente que, berreando y pataleando, acaba en la calle. Quisieran ingresarla con el rey, pero, aparte de que no hay dinero para ello, la tía no se dejaría, tiene una vitalidad tremenda, si cogiera un tacataca sería para romperlo sobre la cabeza de quien intentara imponérsele.

No tengo inconveniente en reconocerlo: me troncharía la hilaridad si esta utopía se hiciera realidad.

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