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Una memoria histórica parcial

13 de Marzo del 2012 - Ricardo Luis Arias (Aller)

Lo es la que Zapatero se ha sacado de la manga, abriendo con ello de nuevo las heridas de la Guerra Civil, que Felipe González, prudentemente, dejó que se siguieran cicatrizando. Si Zapatero hubiera seguido la política de González, otra sería hoy la suerte de España y el PSOE. Rajoy, hoy, tiene que disponer que la memoria histórica sea ahora imparcial y que los familiares de los asesinados en el otro bando, que fueron mucho más, puedan buscar y recuperar sus restos. Porque víctimas inocentes fueron también de la barbarie y el salvajismo que se dieron en ambos bandos, como así combatientes por un ideal, el que sea, que defendieron en los frentes heroicamente, mientras que en la retaguardia los asesinos enlodaban ese ideal político.

Aquí lo hemos dicho en más de una ocasión: hay que enterrar en el pasado y en la historia aquella guerra fratricida y cainita, y que nadie que no la haya vivido cometa la osadía de recordarla y de manipularla a su antojo, tendenciosa y falazmente, tanto los simpatizantes o partidarios de un bando como de otro. Y objetividad a la hora de hablar, escribir o historiar, porque vemos que tanto unos como otros, los de ayer y los de hoy, falsean o tergiversan los hechos de aquel triste y doloroso pasado, arrimando cada cual el ascua a su ideología política. Y esto es un engaño y una falsedad que transmitimos a las generaciones que nos sigan.

Memoria histórica, pero para todos cuantos fueron asesinados, en uno y otro bandos, por canallas de camisa roja y camisa azul, que aprovecharon nuestra guerra cainita para dar rienda suelta a sus bajos instintos. Así de claro y así de cierto, objetivamente, obviando toda ideología política, es como se tiene que recordar aquel doloroso pasado. Pues bien, que todas las familias de unos y otros, sin rencor ni resentimiento alguno, puedan encontrar los restos de sus muertos, lo que de ellos quede, y la paz eterna para todos ellos. Para sus familiares y descendientes, esa otra paz, humana, tan necesaria para conseguir una buena convivencia y armonía social, tan precarias hoy.

Pero los que jamás podrán encontrar a sus muertos son las familias de seis personas de Ujo –tres de ellos menores de edad– que la noche del 13 de noviembre de 1936 fueron sacados de sus casas y arrojados a los altos hornos de la Fábrica de Mieres. ¿Vivos? No lo quiero pensar. Uno, otro niñato también entonces, que nunca tuvo ideología política alguna –seguidor de Cristo, únicamente– hacía el número siete de estas víctimas, pero un amigo comunista le ocultó, comenzando así una serie de penurias y sufrimientos, huidas, persecución y con la muerte pisándole siempre los talones. Consecuencia: una adolescencia destrozada y el recuerdo traumático y doloroso, siempre, de sus seis compañeros de infortunio.

Ricardo Luis Arias

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