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Frank Braña, in memoriam

21 de Febrero del 2012 - Luciano Hevia Noriega (Barcelona)

Ha muerto Francisco Braña Pérez. A la mayoría de lectores este nombre no les dirá gran cosa, en cambio, si mencionamos la más habitual de sus firmas artísticas, Frank Braña (tenía muchas más: Frank Blank, Frank Brana, Francisco Brana) a algunos ya les empezará a sonar. Nada comparado con lo que ocurriría si en esta carta se pudiera insertar una foto, ya que entonces pocos serían los que no lo recocieran y dijeran: Ah, sí, el actor de (ponga aquí la película que prefiera del más de centenar y medio de las que Braña rodó).

Frank no padeció/disfrutó del asedio de los focos ni pisó habitualmente alfombras rojas. Él no era una gran estrella sino que era uno de esos característicos que tanto abundan en el cine español, de los más notables, eso sí. Sus actuaciones no llevaban el marchamo del método Stalisnavski ni había asistido a clases con Lee Strasberg, pero rezumaba honestidad y profesionalidad por los cuatro costados, llegando a convertirse en un imprescindible de la época dorada de las coproducciones en nuestro país, apoyándose en su dominio del inglés y en su imponente presencia física. Esa época dorada que tuvo como escenarios principales el desierto de Tabernas en Almería y Talamanca de Jarama en Madrid, esa época en la que hablar de industria al referirnos a nuestro cine no provocaba sonoras carcajadas, esa época tan respetuosamente homenajeada por Alex de la Iglesia en «800 balas».

Braña lo mismo servía para un roto que para un descosido, podía hacer de indio, de vaquero o de romano, especializándose en el difícil arte de saber morir en escena como pocos (de ahí el título de la biografía escrita por Manuel Curiel, «Morrer con dignidade no cine»). Era un actor privilegiado en el sentido de poder trabajar en aquello que le gustaba, pero acostumbrado a rodajes muy menesterosos donde la escasez de medios era la tónica habitual. Acostumbrado también a que su nombre figurara en los carteles y en los títulos de crédito (cuando aparecía) muy pequeñito o muy alejado del de las estrellas de la producción. Porque, sí, Frank compartió escenas con astros del fulgor de Claudia Cardinale, Jason Robards, Charles Bronson, William Holden, Henry Fonda, Charlton Heston o un joven Clint Eastwood de poncho y barba de varios días. Y trabajó a las órdenes de directores del prestigio de Pedro Olea, Antonio Mercero, José Luis Garci (muy de agradecer su profundo respeto por los pioneros y veteranos de la profesión, aunque sus días de gloria hayan pasado), Nicholas Ray o Sergio Leone.

Pero esto no era lo común, las superproducciones fueron minoría frente a decenas de películas de género, de explotación y de bajo presupuesto, de esas que los críticos de turno despedazan desde su cómodo sofá sin tener en cuenta todo el afán y empeño que sus autores han puesto en ellas. Películas de León Klimovsky, de Elorrieta, de Jesús Franco, de Amando de Ossorio, de Balcázar, de Romero Marchent, de Eugenio Martín, de José Antonio de la Loma, de Carlos Aured, de Iglesias Bonns, de Juan Piquer Simón, de Paul Naschy…

El cine español tiene una histórica deuda con personas como Braña y muchos de sus compañeros de andanzas, con gente como Aldo Sambrell, como Conrado San Martín, como Eduardo Fajardo, como George Martin, como Roberto Camardiel, como Fernando Sancho, como Luis Barboo, como Roberto Camardiel, como Víctor Israel, como Fernando Hilbeck, como Ángel del Pozo, como Charly Bravo y como tantos otros que contribuyeron a hacer de nuestro cine una fábrica de sueños para varias generaciones de niños (y no tan niños).

No contamos en Asturias con un muy nutrido «star system» cinematográfico, aunque siempre ha habido individualidades que han sobresalido en tan gratificante arte, pero de lo que no cabe duda alguna es que con Frank Braña desaparece un pedacito de una época que ya no volverá y uno de nuestros paisanos más ilustres en el mundo de la interpretación.

D.E.P.

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