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Blanqueando sepulcros

12 de Marzo del 2012 - Julio L. Bueno de las Heras (Oviedo)

En un escenario que hiede a componenda amagüestada desde las más altas alturas, los tres obispos vascos han compartido recientemente un mensaje de paz tutelado por la vieja guardia episcopal y consensuado con los típicos encajes de bolillos y milimetradas equidistancias que –alguien sabrá por qué– han dado en llamarse modos jesuíticos. A diferencia del estilo directo de su fundador, la S.M.I.C.A.R. suele verse obligada a realizar estos números de trapecio (aunque sobre red de Pescador) a resultas de su esquizofrénico compromiso entre el servicio a Dios y la atención a los negocios de este valle de lágrimas desde ayudar a recoger nueces a tener ocasionalmente el corasón dividío entre ovejas y lobos. En este último mensaje corporativo, a pesar de ser doctrinalmente pulcro y formalmente aseado, los obispos se van por los cerros del realismo mágico, reclamando a los miembros de ETA que muestren un «arrepentimiento verdadero» por sus acciones delictivas y hagan «petición sincera de perdón» a las víctimas, y que éstas, a su vez, concedan «ese perdón sanador y liberador que, sin anular las exigencias de la Justicia, la supera». Estas dos acciones buenistas, o esta acción y su exigida reacción, se definen como los ejes fundamentales para lograr una reconciliación en la que la Iglesia vasca (que, por cierto, no acumula demasiados mártires en esa persecución) se postula como pieza determinante. ¡Ajajá, la madre del cordero! De las sacristías a la redención por el amor, o de la cuna a la tumba, como reza el viejo principio de la gestión integrada de residuos peligrosos. Líbreme Dios de juzgar a los santos varones, sin duda más santos que varios de sus predecesores y mucho más que muchos de sus coadjutores, abductores o abducidos, unos y otros, por el Rh de los elegidos para la gloria. Sobre sus presumiblemente anchas espaldas vascas el sucesor de Pedro ha cargado en estos últimos años la nada fácil tarea de contribuir a una salida de este anacrónico atolladero bajo un fuego cruzado de fariseos, saduceos, publicanos, canallas y pescadores de ríos revueltos, que avizoran golosos hacia qué molino van a llevarse ahora las aguas del Jordán. Pero antes de nada, antes de pedir a terceros paces, piedades y perdones cuasi milagrosos, y antes de meterse a cogestora de la reconciliación pautada, cabría rogar a la Iglesia vasca (o como se quiera llamar la especie) que, por espíritu evangélico, por estética, por asepsia y por fiabilidad, haga antes abluciones con un enérgico desinfectante y entone –alto y claro– su necesario y particular mea culpa, mea máxima culpa. Es la mejor forma –quizá la única forma– de que el Señor se deje enredar en un asunto que ya no entiende ni Dios.

Julio L. Bueno de las Heras

Oviedo

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