Fábula de Pepe, el taxidermista
Pepe trata a diario con animales muertos procedentes de cacerías de ricos, los vacía, los diseca y los rellena hasta hacerlos parecer seres vivos para disfrute de los niños que acuden en tropel al Museo de Ciencias: Los pequeños pueden así tocar un zorro o acariciar un águila real de vivos ojos sin recibir un picotazo desgarrador en sus inocentes manos.
Por las tardes echa unas horas extra en el tanatorio de la parte norte de la ciudad, embalsamando por encargo de la clase alta. En la esplanada suelen verse cochazos con sus chóferes dentro esperando a los herederos que se asoman un momento para dar un postrero visto bueno al maquillaje del finado.
La mujer de Pepe es peluquera y poseedora del mayor dossier de información sobre la vida cotidiana del barrio: A su local acuden desde la señora elegante cargada de joyas de triste brillo hasta la encargada de la portería de al lado en zapatillas y delantal. Conocedora de oscuros secretos de alcoba, timbas y paraísos fiscales, su exquisita discreción avalada por una sonrisa cómplice para cada confidencia es reconocida por todas las clientas.
Ya en casa, de noche, la pareja cena en silencio ante las noticias del televisor: Se miran sin decir una palabra, sonríen y comen despacio, procesando toda la información acumulada sobre el verdadero y oculto pulso de la ciudad. Si la gente supiera...
Pepe dice que va a votar al partido "zombis indignados" en las próximas elecciones. Y lo suelta sin inmutarse.
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