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De niño a cazador, que paga la administración

5 de Marzo del 2012 - Julio Ortega Fraile (Vigo)

A la caza se le caen adeptos y gana detractores por similares motivos que la tauromaquia: gracias a una mayor información conducente a la progresiva toma de conciencia social, equivalente a sacudir ignorancias e indiferencias. Sus justificaciones para dañar y matar animales con absoluta impunidad van perdiendo poco a poco la credibilidad, como le ocurre a toda falsedad mantenida en el tiempo, y especialmente cuando dicha estrategia, ruin y peligrosa, se emplea para perpetuar aberraciones.

Tal certeza ha llevado a la Federación de Caza de Castilla y León en un programa denominado "Cazador por un día" y que tiene un precio de 300.000 euros abonaditos del erario publico por la Junta de Medio Ambiente de esa Comunidad, a limpiarse de la indumentaria la omnipresente sangre de sus víctimas y a posar con escolares en vez de con la bota apoyada con orgullo sobre un cadáver transformado en trofeo.

Piensan que así podrán imbuir su afición en algunos chavales y detener la incontestable disminución de licencias, lo que garantizaría el mantenimiento y hasta la ampliación de prerrogativas para matar por lo que verdaderamente les mueve a hacerlo: el placer de sentirse dueños de vidas, la testicular obsesión de saberse envidiados por sus colegas en el recuento y tamaño de las criaturas abatidas, y seguir recibiendo dinero de todos nosotros en forma de subvenciones. Lo de función reguladora que tanto pían es pura verborrea, pues con sus acciones contribuyen además de a que haya heridos y muertos humanos, contaminación e incendios, a la perdida de un equilibrio que sí tiene lugar en los paises donde la caza ha sido prohibida.

Pero me toca ser realista, o mejor dicho, jugar con la interpretación sesgada de la verdad habitual en muchos. Pongamos, puestos a hacernos los idiotas, que los animales no deben ser poseedores de derechos, que sín embargo sí les pertenecen; que no sufren, que claro que lo hacen; que no merecen consideración ni empatía, una postura miserable. Pasemos por memos y admitamos todas esas mentiras: ¿qué ocurre con los niños de nuestra especie? ¿Atravesar en su educación el uso de armas y lo idóneo de acabar con la existencia seres vivos por entretenimiento puede contar con el beneplácito de padres, profesores y administración?

Consentirlo equivale a dar por buena la violencia como asignatura en su formación, y a despreciar cuanto estudio demuestra que fomentar tales prácticas entre los más jóvenes, a menudo provoca tendencias agresivas que serán determinantes en su desarrollo mental y ético, marcando pautas de conducta en el periodo adulto. Allá cada uno con su conciencia y responsabilidad como educador, padre o legislador. Pero les garantizo que si los escopeteros irrumpen en el colegio de mis hijos para tratar de inculcarles la pasión por la caza, me los llevo inmediatamente del centro y haciendo uso de mis derechos interpongo las denuncias correspondientes. Ya veremos si desde el primer juzgado hasta el Tribunal Europeo si es menester, acaban todos por darle la razón a los que quieren enseñar a niños a matar. Ya está bien de aguantar sus perversiones.

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