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Charlatanes de feria

5 de Marzo del 2012 - Francisco Manuel Domínguez Menéndez (Avilés)

Antes, allá por las décadas cincuenta y sesenta del pasado siglo, los charlatanes de feria recorrían las susodichas contando y cantando las bondades del producto con megáfono en mano, ataviados de traje descolorido, sin plancha, y corbata a tono oculta en parte bajo el cuello raído y almidonado de la camisa. Mercancías que, en muchos casos, no respondían al discurso de fiabilidad y solidez manifestado por el buhonero y cuya fragilidad el comprador desesperanzado debía digerir en soledad, no fuera a ser que, además de sufrir las risas de un vecino cachondo, la cosa derivase en reyerta familiar por malemplear los escasos fondos familiares. En aquellos tiempos y en este tipo de venta itinerante, ni se expedían facturas ni, por supuesto, se habían consolidado aún las oficinas del consumidor, aunque, a día de hoy y en honor a la verdad, el invento es susceptible de manifiesta mejoría.

Entraba dentro de las estrategias de venta, no solamente bendecir el género con una retahíla de frases a modo de ditirambo precursor de lo que ahora se conoce como propaganda comercial, sino, además, enlazar las alabanzas con un continuo añadido de artículos y rebajas del precio que hacían picar en la ganga al más avispado de los mortales. En la época que se relata, las necesidades de todo tipo que vivía la población ayudaban muy mucho a la expansión y promoción de este tipo de mercaderes poco escrupulosos.

Ahora, segunda década de este siglo, el relevo, en esto de vender humo, parece haberlo tomado el señor Rajoy: con una mano sube las pensiones de jubilación el uno por ciento y con la otra resta el dos vía impuestos. La cuestión es engañar o pretenderlo, que, aunque el delito permanece invariable, el objetivo parece no haberlo conseguido. La única diferencia entre ambos buhoneros, además de la estética lógica de la distancia, es que el gallego tiene licenciatura en derecho y ganadas unas oposiciones de registrador de la propiedad que no son moco de pavo y le permiten obtener una renta añadida al salario millonario en pesetas- de Presidente del Gobierno.

Reírse de un colectivo tan damnificado por toda una serie de circunstancias sufridas a lo largo de la vida laboral, que en muchos casos esta sociedad sólo alcanza a gratificarlas con pagas miserables, mientras que en países de nuestro entorno se dignifican con un orden de garantías sociales, es propio de personas de baja estofa.

Este pontevedrés se asoma al ejercicio del poder de la peor manera posible: mintiendo a esa parte de la sociedad que, a excepción de los parados, más necesita la verdad y protección de las administraciones públicas. Se hace recaer sobre las espaldas de quienes ya no les queda energía, el peso de un desastre económico al que nos avocaron décadas de incompetencia e inoperancia de una clase política y empresarial que no supieron reformar un tejido productivo insostenible.

Ni se racionalizaron las estructuras parlamentarias del Estado, ni la organización territorial y política es la que más se ajusta a las exigencias del momento, ni las ayudas recibidas de Europa se emplearon adecuadamente en inversiones productivas. Toda una cadena de despropósitos en la que los únicos inocentes de toda responsabilidad son quienes pagan la factura. A esto, el señor Rajoy y su séquito, desde el neoliberalismo económico que los caracteriza, lo llaman justicia social y redistributiva. Váyase usted a paseo junto a esa niña que saca de la chistera en período electoral y deje de tomarnos el pelo.

Si la definición de justicia redistributiva es aquella en la que mediante medidas recaudatorias solidarias las decisiones tomadas por el poder político son las más convenientes para un mayor bienestar social, resulta evidente que, hasta ahora, Mariano Rajoy solo busca la solidaridad impositiva de las clases sociales más desfavorecidas. A este paso, si seguimos retrocediendo en materia laboral y social, terminaremos trabajando por el plato de lentejas y a falta de pensión de jubilación se subvencionarán los entierros. Esto haría muy felices a Angela Merkel y a nuestra clase empresarial.

Y mientras tanto y con la que está cayendo, Monseñor, el Arzobispo de Oviedo, dice que Dios está con los que sufren. Según mis creencias, don Jesús, no debería usted mezclar a Dios en turbios manejos terrenales y sí estaría bien que denunciara a los verdaderos culpables de semejante sufrimiento en vez de enseñar la oreja política y moralizar con palabras huecas. Es el hombre con sus decisiones, maldades y apego al poder en este mundo quien nos hace la vida imposible. Ahora, sea usted valiente y póngales nombres y apellidos.

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