Lina

5 de Marzo del 2012 - Luciano Hevia Noriega (Barcelona)

Apenas habíamos asimilado los amantes del cine de género la desaparición de Frank Braña y nos enteramos del fallecimiento de Lina Romay, nacida Rosa María Almirall y también firmante de sus trabajos cinematográficos como Candy Coster, Lulú Laverne o Betty Carter (y como las desgracias nunca vienen solas, mientras emborrono estas cuartillas leo la noticia de la muerte del gran cómico Quique Camoiras). Para casi todos los que estos días han glosado su figura desaparece así la musa de Jesús Franco, del entrañable Tío Jess, aunque a ella eso de musa no le gustaba demasiado (en realidad, para quienes conocen bien a la pareja, era mucho más que eso: era su compañera, su cómplice y su mayor apoyo). En todo caso, sí fue musa para varias generaciones de espectadores y de españolitos fagocitadores de cine de consumo psicotrónico, trash, bizarro o como coño queramos definirlo (si es que se puede). Cine, al fin y al cabo, sin aditivos, sin ínfulas de trascendencia más allá de entretener durante hora y media, como si esto no fuera en sí mismo bastante importante. Cine para espectadores que intentaban despertar de la pesadilla de una España oficial oscura, zafia y pacata y se abrían a las alegrías de las carnes menos pudibundas que actores y actrices como Lina Romay descubrían generosamente, en un sano ejercicio de ligereza vital y espiritual digno de encomio.

Sucesora de la prematuramente fallecida Soledad Miranda en el muy particular star system femenino de Franco (como Mayans y Vernon compusieron el masculino), debutante en 1972 en La maldición de Frankenstein (titulada en Francia de manera mucho más gráfica Les expériencies érotiques de Frankenstein) haciendo de Esmeralda la zíngara en una película que tuvo como director de fotografía al gran Raúl Artigot (residente en Cangas de Onís, astur-aragonés y con una carrera a sus espaldas que, de haberse desarrollado en otro país, sería merecedora de homenaje tras homenaje), habitual del destape y de todos los géneros que el genial director madrileño tocó, muy especialmente el de terror (estupendas esas recreaciones de condesas de irrefrenables pasiones sáficas y vampíricas), pionera del porno soft y hard, directora ella misma (al alimón con su pareja) de títulos tan paródicos como Falo Crest o Phollastia, partícipe destacada de aquella vorágine de las dobles versiones hasta tal punto que resulta difícil cuantificar en cuantas producciones participó (aunque a buen seguro que superan notablemente el centenar) y, sobre todo, persona libre que nunca renegó de su oficio y de sus papeles: allá donde otros y otras intentaban pasar por alto u obviar su presencia en según que películas o simplemente buscaban pueriles excusas del estilo de yo solo me desnudo por exigencias del guión ella replicaba, totalmente desprejuiciada:Yo solo me visto por exigencias del guión. ¡Qué grande, Lina!

Imposible no recordar el vertiginoso escote que lució en la gala de los Goya 2009, cuando la Academia del Cine hizo, por fin, justicia a Jesús Franco (y con él a esa pléyade de artesanos esforzados amantes de la profesión, durante tanto tiempo ninguneados) otorgándole un Goya honorífico. Escote simbólico, metafórico o simple guiño a sus múltiples seguidores nacionales y extranjeros que todos agradecimos sin pestañear y con tanta rotundidad como la que ella demostró a lo largo de más de cuatro décadas. Su estatus de cineasta de culto, ese que lo mismo sirve para un roto que para un descosido, queda bien ejemplificado en la canción dedicada por Maleso: No me gusta Brigitte / Me da igual Marilyn / Si me llaman les digo que no quiero salir / Tiro de VHS para estar junto a ti / Ay, ay, ay, a mi la que me gusta es Lina Romay. A mi también me gusta Lina. D.E.P.

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