De la cuna a la tumba
En un escenario que hiede a componenda amagüestada desde las alturas, los tres obispos vascos han compartido recientemente un mensaje de paz tutelado por la vieja guardia episcopal y consensuado con los típicos encajes de bolillos y milimetradas equidistancias que, alguien sabrá por qué, han dado en llamarse modos jesuíticos. Y es que, a diferencia del estilo directo de su Fundador - la S.M.I.C.A.R. suele verse obligada a estos elaborados números de trapecio (casi siempre sobre red de Pescador) a resultas de su complicada conciliación entre el servicio a Dios –que viene en un manual de buenas prácticas denominado Evangelio– y la atención a los negocios de este valle de lágrimas desde ayudar a recoger nueces a zascandilear esquizofrénicamente entre el rebaño y la jauría.
En este mensaje formalmente pulcro, los obispos se van por los cerros del realismo mágico, reclamando a los miembros de ETA que muestren un «arrepentimiento verdadero» por sus acciones delictivas y hagan «petición sincera de perdón» a las víctimas, y que éstas, a su vez, concedan «ese perdón sanador y liberador que, sin anular las exigencias de la Justicia, la supera». Estas dos acciones, o esta acción y reacción, se definen como los ejes asintóticos para lograr una reconciliación en la que la Iglesia vasca (que, por cierto, no acumula demasiados mártires en esta persecución) se postula como pieza determinante. ¡Ajajá! De las sacristías a la redención, o de la cuna a la tumba, como reza el viejo principio de la gestión integrada de residuos peligrosos.
Líbreme Dios de juzgar a los santos varones, sin duda más santos que varios de sus predecesores y mucho más que muchos de sus coadjutores, abductores o abducidos, unos y otros, por el Rh de los elegidos para la Gloria. Sobre sus presumiblemente anchas espaldas vascas el sucesor de Pedro ha cargado en estos últimos años la nada fácil tarea de contribuir a salir de este atolladero bajo un fuego cruzado de fariseos, saduceos, publicanos, canallas y pescadores de ríos revueltos, que avizoran golosos hacia qué molino van a llevarse ahora las aguas del Jordán.
Pero antes de nada, antes de pedir a terceros paces, piedades y perdones cuasi milagrosos y antes de meterse a cogestora de la reconciliación pautada, yo rogaría a la Iglesia vasca (o como se quiera llamar la especie), que, por estética, por asepsia y por fiabilidad, haga antes abluciones con un enérgico desinfectante y entone –alto y claro– su necesario y particular mea culpa, mea máxima culpa. Es la mejor forma, la única forma, de que el Señor se deje enredar por ella en un asunto que ya no entiende ni Dios.
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