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Una llamada que puede salir cara

14 de Marzo del 2012 - Ruth Hernández Marcos (Gijón)

Recientementer tuve un desafortunado incidente. Iba conduciendo hacia el centro comercial Parque Principado, pasando justo por el lugar anterior a la rotonda de la Central Lechera, donde antes estaba la señal de ceda al paso, ahora borrada y puesta en el otro carril. He visto muchas veces cómo la gente no respeta ese nuevo ceda al paso, la prueba está en las marcas de frenadas de la zona. Pienso que el hecho de que tanta gente se sienta confusa sobre la preferencia de paso en un punto en concreto no puede ser tan sólo responsabilidad del conductor. Ayer me tocó a mí. El coche que llevaba delante frenó en seco de repente ante la obviedad de que una furgoneta iba a saltarse el ceda al paso. Yo miré la furgoneta y frené un poco, pero no lo suficiente, ya que esperaba que el coche que llevaba delante pasara sin problema, así que se produjo una colisión que acabó con las dos chicas que iban en el coche de adelante sintiendo un latigazo considerable en las cervicales. Estábamos todas nerviosas, nunca habíamos tenido un golpe. Decidimos llamar a la Guardia Civil por si había que hacer algún parte de lesiones o algo similar, ya que las chicas estaban preocupadas por cómo tendrían el cuello al día siguiente. Llegaron raudos en su moto. Y parece que se cumple el tópico de poli bueno-poli malo. Mientras uno de ellos fue encantador, ayudándonos a rellenar el parte, tranquilizándonos y quitándole importancia al asunto diciendo que colisiones de ese tipo pasaban diariamente, e incluso nos sonrió en un par de ocasiones, el otro sólo miró para nosotras para pedirnos secamente papeles y decirme en tono agrio que iba a cursar una denuncia contra mí por no guardar la distancia de seguridad. De pronto me sentí desesperadamente indefensa. Le expliqué que, simplemente, les habíamos llamado con toda la buena voluntad, porque pensábamos que podrían ayudarnos en caso de que las dos ocupantes del otro vehículo tuvieran una lesión más grave de la que parecía a simple vista. Se limitó a explicarme que la normativa de circulación establece claramente que se debe mantener con el vehículo precedente una distancia de seguridad, bla, bla, bla, y que yo había cometido la misma infracción que si hubiera ido conduciendo hablando por el móvil, o sin el cinturón de seguridad abrochado. No lo podía creer. Entonces lloré. Estaba muy sensible. Venía de hablar con una compañera que tiene dos hijos y a la que despidieron el mes pasado porque la empresa sobrevive a duras penas. Y media hora después iban a multarme por haber llamado a la Guardia Civil para que nos ayudaran. Si no los hubiéramos llamado y lo hubiéramos arreglado entre nosotras, no hubiera pasado nada. No sé si fueron mis lágrimas, el hecho de que llevásemos puesto el chaleco reflectante, el que hubiésemos señalizado el incidente con el triángulo, o el Guardia Civil más joven, que era un encanto y entendió que no están las cosas como para andar multando a personas que conducen un coche del año noventa y siete, pero al final me dijeron que no me pondrían la multa. Al día siguiente me levanté sintiéndome tonta por haber llamado a la Guardia Civil por una nimiedad, pero también triste. No los llamaré la próxima vez. Porque hasta ahora entendía que las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado están para ayudarnos y protegernos, pero ahora estoy segura de que es verdad lo que dicen las leyendas urbanas: que, aun siendo una persona normal, te puedes meter en más problemas acudiendo a ellos. Por favor, señores: reflexionen.

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