Beatus ille

13 de Marzo del 2012 - Ramón Alonso Nieda (Arriondas)

En la Iglesia, como en cualquier institución, hay gente honrada, hay burócratas de escalafón y no faltan los golfos. Pero en la Iglesia hay además lo que no veo que se dé, por ejemplo, en los partidos: santidad. En tiempo de los Borgia, cuando la Roma papal era literalmente un burdel y los papas los chulos soberanos, las benedictinas llevaban ya quinientos años cantando gregoriano en el corazón de Oviedo y ahí siguen, quinientos años después, destilando melismas en la mismísima antesala del cielo. ¿O no son mil años un compendio de eternidad?

¿Que qué tiene que ver la santidad con unas monjas cantando gregoriano? Bastante por poco que se entienda que judíos y cristianos llaman santidad a la feliz conjunción de lo bello y de lo bueno que los griegos denominan kalòn kai agathòn. Ahora mismo, en las profundidades más oscuras de África, unas mujeres santas, que nunca vendrán al telediario, curan pecados ajenos asistiendo a terminales del Sida mientras distribuyen discretamente preservativos para que los seropositivos no propaguen el daño. Sin ir tan lejos, muy cerca de San Pelayo, al otro lado de la calle, en la Cocina Económica cocinan para los hambrientos en unas cazuelas relucientes como patenas (como tiene que ser si Dios anda entre pucheros). Y así todos los días, desde mucho antes de que el entrañable Masip evolucionara inteligentemente (como tantos y tantos) desde el franquismo nacional al nacional socialismo.

En los partidos, además de gente honrada, de oportunistas y de golfos, lo que abunda es beatería, ese sucedáneo de la santidad que consiste básicamente en sobreactuar en materia de devoción. Etelvino González nos contaba estos días en LNE su peripecia vital desde que, en plena juventud, deja la Orden de Predicadores para terminar ingresando con armas y bagajes en la muy noble y prometedora cofradía sevillana de la tortilla, en la que habría de desempeñar variadas capellanías, prioratos y canonjías hasta su feliz jubilación en su Villaviciosa natal. Se declara Etelvino creyente y, precisamente por eso, terriblemente crítico con la jerarquía de la Iglesia. Así cierra (por ahora) sus memorias después de dedicar, a lo largo de páginas enteras, un florilegio de laudes a los purpurados de la nomenclatura socialista. Filesa, Malesa, Time-Export, Roldán, Gal, mil millones condonados por la Caixa al PSC de Montilla (que darían para unos cuantos trajes), las prejubilaciones andaluzas de neonatos, el dinero del paro en cocaína, el ex consejero (O. P.) arrastrado por la Marea con los presupuestos de Educación. Cinco millones de parados. Peccata minuta; nada; ni te he visto ni me acuerdo; la fe del carbonero. No le vayan a este creyente hipercrítico con que si en todas partes cuecen habas, en la suya, del PSOE, las cuecen a calderadas. Quiá; todo parece bueno para el convento.

Pero volvamos al florilegio y repasemos, por orden de aparición en el reparto, la piadosa letanía del hermano converso: Tierno era una especie única, un personaje curiosísimo; como Pedro de Silva y muchos otros, notables dirigentes; de Felipe González su serenidad, su aplomo y lucidez me sedujeron por completo, me pareció un dirigente serio, maduro; así que cuando Felipe dimitió, llegué a llorar, confiesa melancólico Etelvino (no era para menos); por Alfonso Guerra tengo una gran admiración personal y política, le tengo un gran aprecio; Juan Luis Rodríguez-Vigil es un hombre muy competente, además de ser también especie única; Trevín es un hombre oportuno y discreto (oportuno, el término oportunista no existe en la Xíriga de los socialistas); Javier Fernández, de quien tengo un concepto altísimo, es un hombre de una gran rectitud, cultísimo y muy templado y conciliador.

Llegados a este punto, si la emoción no le embarga el juicio, uno se pregunta por qué inescrutables designios el Espíritu Santo habrá abandonado a la Iglesia reservando su santa inspiración a la Ejecutiva del PSOE. ¿Qué espera la Nunciatura para encargarle a Rubalcaba y a Elena Valenciano las listas de los episcopables. Lo que no le puede perdonar el creyente Etelvino a su Arzobispo es que este se haya permitido bromear con los de la ceja. En cambio, cuando aquel jefazo provincial de su partido pidió que el Obispo se arremangara las faldas y se los arrastrara por el asfalto, no se tiene noticia de que Etelvino González gorgutiera (debía de estar cantando laudes). Etelvino, el pobre, vive de su jubilación estrictamente; que es tanto como decir de poco más del triple de lo que cobra un arzobispo en activo (pues allá se andarán la soldada de un obispo y el sueldo de un recluta). Dichoso Etelvino.

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