Fontameña, una industria olvidada
El 15 de Junio de 1950 un decreto de Presidencia de Gobierno disponía la instalación en Avilés de la Empresa Nacional Siderúrgica, culminada el año 1957 con la inauguración del alto horno Carmen, así llamado en honor a la entonces primera dama de la nación. En la segunda mitad del pasado siglo se abría así un proceso industrializador de Asturias que conllevaría a un cambio sustancial en la imagen socioeconómica del Principado. A Ensidesa le seguirían Cristalería Española y Asturiana de Zinc, además de un sinfín de industrias auxiliares que cambiarían el panorama rural del centro geográfico de Asturias.
Hasta que el anterior Régimen - superados los precarios años de posguerra - apostara por el desarrollo industrial de aquella región abocada a la emigración, las factorías asturianas no dejaban de ser meras industrias artesanales, con personal reducido y en la mayoría de los casos de carácter puramente familiar. La explotación agropecuaria en el interior y pesquera en el litoral agotaban los escasos recursos disponibles, obligando a los jóvenes a otear el horizonte de la aventura americana primero y la desarrollada Centroeuropa después.
El histórico aislamiento geográfico de la Meseta, que obsesionó a Jovellanos, no contribuyó hasta ya avanzado el siglo XX a la industrialización de Asturias. Su única salida natural de mercancias era la vía marítima y, a medida que la revolución industrial iba tomando cuerpo, se necesitaban otros canales de distribución más directos, que sólo la mastodóntica obra del ferrocarril de Pajares en 1884 contribuyó a paliar.
Pero en aquella sequía industrial de un Principado excesivamente campesino, hay dos notables excepciones. Por un lado, las constantes trifulcas con nuestros vecinos franceses hicieron pensar a los gobernantes españoles que las fabricas de municiones instaladas en territorios vascos Eugui y Orbaiceta habían sido arrasadas por los gabachos estaban muy al alcance de la mano del país colindante, por lo que gracias precisamente a aquel aislamiento geográfico de la región, ahora con benéfico carácter defensivo, se consideró idóneo el emplazamiento en Asturias de la Fábrica Nacional de Armas. La abundancia de madera, hierro y carbón materias primas necesarias para la confección de armamento y una situación privilegiada, hicieron que Trubia ostentase uno de los referentes punteros en Europa en fabricación de cañones y munición pesada. La localidad vivió épocas de gran esplendor recibiendo a numerosos contingentes de operarios, ingenieros y militares hasta entonces ubicados en Navarra y País Vasco, que contribuyeron a un desarrollo notable del comercio y la vida social.
Aunque la Real Fábrica Nacional de Armas de Trubia llegó hasta nuestros días, en aquel reinado de Carlos IV se consumó otro gran proyecto industrial que quizás por su brevedad ha pasado más desapercibido en la historia industrial contemporánea de España, pero que no deja de tener su importancia como referente para el Principado en tecnología si es que así se puede llamar de transformación de la época. Me refiero a la olvidada Real Fábrica Nacional de Hoja de Lata de Fontameña.
Antes del conocido precedente de fabricación de hojalata del reinado de Felipe V, en la Real Fábrica de Hoja de Lata de San Miguel de Ronda, en Málaga, ya había existido una pequeña industria en Genalguacil que aprovechaba los recursos de cobre de Pujerra, en el corazón del Valle del Genal: A media legua de Genalguacil de la que permanecen sus paredes y otros vestigios, siendo lástima que, por falta de peritos, o no sé por qué, duró poco. (Medina Conde; Diccionario Malacitano).
Casi un siglo después, en el año 1802, gracias a un influyente asturiano, Tesorero del Reino en la Corte de Godoy, se instala en las afueras de Cangas de Onís la Real Fábrica Nacional de Hoja de Lata. El influyente Tesorero, ejecutado después por los franceses, era Antonio Noriega de Bada y aunque hijo natural, estaba emparentado con uno de los linajes más antiguos del concejo de Parres. Fue precisamente esta familia, los González Tejuca de Bada y Asiego, la que cedió los terrenos a la Corona para la instalación fabril, aportando una de las mejores fincas de la comarca: "Llámase este Fontameña; corresponde al concejo de Parres a las orillas del Sella; dista de Cangas de Onís medio cuarto de legua [unos 700 m, si legua castellana], parage bastante ameno y delicioso, inmediato a la mar por la ría de Rivadesella, con tan bella proporción, que pueden venir embarcadas en chalanas hasta la Fábrica las primeras materias de que necesita; e igualmente desembarcar en Rivadesella los efectos manufacturados en élla" (Josef Vicente Pereda, director de la fábrica en su informe oficial). La finca fue adquirida en 1624, a través de un trueque de terrenos de su propiedad en Següenco, a los monjes del Monasterio de San Pedro de Villanueva por don Sebastían de Asiego, fundador del Mayorazgo de Parres que devendría en el de Bada: Después adquirieron más en Següenco por un cambio=trueque con Sebastián de Asiego que era en el siglo XVI llevador de Fuente Amena, la granja de la entrada de Cangas (José Tomás Díaz Caneja; Propiedades y Renteros de San Pedro de Villanueva) y Luego seguía la muy buena de Fontameña que se trocó por bienes en Següenco y censos con Asiego (cita del mismo autor según anotaciones del archivo del Monasterio).
Fontameña, o Fuente Amena, en el fértil paraje de Prestín se convierte así en el solar de la factoría de hojalata que no tenía que envidiar a las manufacturas inglesas tan prestigiosas en la época. El gastrónomo Pepe Iglesias, en un exhaustivo artículo sobre las conservas enlatadas, la denomina Fábrica de Fontamena (sin eñe), a pesar de que sus hijos descienden por línea materna también de aquel ilustre linaje que cedió la finca, y atribuye Iglesias sólo intento de destrucción por el ejército invasor cuando la fábrica fue totalmente destruida por los franceses en la Guerra de la Independencia. También yerra en la denominación el portal de información Vivir Asturias.com, cuando habla de la Fábrica de Fontaneda, como si en vez de hojalata se hubiesen manufacturado galletas en el lugar.
Tras casi cuatrocientos años en poder de la familia, sin recuerdo alguno de aquella Real Fábrica que fue banderín industrial de aquella Asturias rural, desaparecidas las heredades en mayorazgo que mantenían las tierras ligadas a los solares familiares, la multiplicación de herederos hizo inevitable que la finca de Fontameña fuera enajenada hace algunos años, conservando por nuestra parte en la memoria de la niñez las visitas a una lejana tía abuela ciega hija bastarda de uno de los últimos sucesores del linaje propietario que usufructuaba tan magnífica posesión, cuyo pasado albergaba un episodio de intento industrializador de Asturias truncado por las tropas napoleónicas.
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