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El opio del pueblo

18 de Marzo del 2012 - J. Jesús J. Suárez González (Gijón)

Carlos Marx dijo que la religión es el opio del pueblo, pero en eso estaba algo equivocado, porque hoy, en España, esa función la ha asumido el fútbol, que mueve ingentes cantidades de dinero, copa los medios de información –sobre todo los fines de semana– y ha conseguido que los periódicos que tienen casi como exclusiva el balompié sean los más vendidos.

Como el «soma», la droga que se daba a la gente en la magistral novela de Aldous Huxley «Un mundo feliz», el fútbol, ese deporte maravilloso, hace tiempo que es utilizado por los políticos para distraer a los ciudadanos de los graves problemas que les aquejan. El asunto no es nuevo, al contrario, algunos espectáculos de masas ya fueron instrumentalizados por el poder, para su propio beneficio, desde muy antiguo. Los romanos, con sus sangrientos espectáculos circenses, se llevan la palma de la manipulación del pueblo; pero griegos, aztecas, egipcios, etcétera, todos han hecho de las suyas.

Si no hay pan, démosles circo, decía el César, y todavía estamos en ésas. Sólo así se entiende, por ejemplo, que con la que está cayendo se permita que los clubes acumulen deudas estratosféricas con Hacienda, con la Seguridad Social, con los bancos, con empresas diversas, con particulares y, a veces, con los mismos profesionales que se tienen que partir la cara –es un decir– en el campo de juego (en total, se habla de más de 5.000 millones de euros). No sólo no se reclama por vía judicial o administrativa el gigantesco pufo que esas entidades deportivas (la mayoría, sociedades anónimas) tienen con las arcas públicas, sino que se consiente que sigan engordando su enorme déficit con fichajes millonarios y derroches de todo tipo. Es un agravio comparativo insultante porque todos sabemos lo que le ocurriría a un pequeño negocio si cayera en las mismas prácticas.

Pero quién no se acuerda, por ejemplo, de lo que sucedió con el Celta y el Sevilla cuando, según el reglamento federativo, tendrían que haber bajado a Segunda División por el estado de sus cuentas. El Gobierno de Felipe González hizo todo lo posible para que aquello no sucediera, pero lo mismo hubiera hecho cualquier otro Gobierno de cualquier otro partido, estamos seguros de ello.

Las manifestaciones callejeras que estamos viendo por la reforma laboral del presidente Rajoy darían risa comparadas con las que se organizarían si alguien se atreviera a poner en su sitio al Real Madrid, al FC Barcelona y a los que más gastan. No digamos los intensos debates en las tertulias televisivas y los incendiarios editoriales que veríamos en la prensa. No hay derecho a que les hagan pagar bajo la amenaza de bajarlos de categoría, dirían, pero retorciendo el lenguaje, naturalmente.

Todos sabemos que la única racionalidad que encierra ser de cualquier pueblecito de España y forofo del Barça o del Madrid es que son los únicos clubes que pueden ganar las más prestigiosas competiciones (la gente siempre se apunta al que triunfa) y poder disfrutar de las jugadas de los que ganan en un año más que cualquiera de nosotros en toda nuestra vida. También se admite que los árbitros sean especialmente condescendientes con los grandes. Pero, ¿quién dijo que el fútbol tiene algo de racional? En Argentina, cuando el «corralito», los ciudadanos estaban casi en la indigencia pero los estadios seguían llenándose hasta la bandera.

Estoy seguro de que si llegara a la Tierra una expedición de alienígenas para elaborar un informe sobre nuestro planeta, lo que más les llamaría la atención del Homo sapiens es ver a decenas de miles de personas histéricas mientras contemplan a veintidós congéneres dar patadas a un balón. Pero eso sería porque los extraterrestres no entienden de fútbol.

En fin, como en tantas cosas, nosotros mismos somos los responsables de lo que está pasando con este bello deporte, incluidas las deudas ya impagables de los clubes.

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