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Cuando Dios llama

17 de Marzo del 2012 - Juan Pablo Somiedo García (Oviedo)

Mañana la Iglesia asturiana celebra el «Día del Seminario». Hace tiempo que terminé mis estudios en el Prau Picón, pero aún sigo recordando aquellos años con cariño. Fueron años duros de disciplina y estudio, pero al mismo tiempo fueron años muy fructíferos en experiencias y en conocimiento. No puedo dejar de hacer mención a los profesores y formadores que, con paciencia y cariño, nos formaron. Algunos de ellos, desgraciadamente, ya descansan en los brazos del Padre, otros ya se han retirado y otros siguen al pie del cañón impartiendo sus clases diarias. A todos ellos mi especial reconocimiento por su tarea callada, pero enormemente valiosa. Después de aquellos primeros estudios he realizado muchos otros, pero le debo al Seminario el haberme enseñado a saber leer, escribir y pensar, algo que a priori parece sencillo, pero que no lo es en absoluto.

Cuando ingresé en el Seminario, con apenas 18 años, todo era nuevo para mí. Nunca había estado interno y, menos aún, en un Seminario. Sin embargo, pronto, con ayuda del resto de compañeros, supe adaptarme a la nueva realidad. Los años de Seminario son años de discernimiento, de encuentro con Dios y de encuentro consigo mismo. No cabe duda que la vocación es un don de Dios. Dios escoge a los que él quiere para que estén con él y para que anuncien el Evangelio. Muchos son los llamados, dice la Escritura, pero pocos los elegidos. El mismo Dios que te escoge te da finalmente la capacidad para llevar a cabo la misión.

Por otro lado, creo que en este día deberíamos reflexionar también sobre el ministerio sacerdotal y su actual configuración. Algunos teólogos alemanes ya han escrito sobre esta cuestión. Ponen en duda no sólo la pertinencia, sino también la viabilidad del actual modelo sacerdotal. Algo que la realidad que vivimos parece respaldar. Aunque la vocación sea don de Dios, los hombres debemos hacer lo necesario para que el Espíritu Santo tenga más facilidad para realizar su trabajo en los corazones de los hombres. La Iglesia no puede ni debe cruzarse de brazos ante la escandalosa falta de vocaciones en Europa.

El modelo de ministerio sacerdotal debe ser revisado y transformarlo para hacerlo más inclusivo. No es de recibo que se pierdan vocaciones por hechos que nada tienen que ver con la fe o con las ganas de anunciar el Evangelio. Hasta ahora, la función primaria del sacerdote ha sido el culto y los sacramentos. Quizá deberíamos pensar en tener dos modelos diferentes de ministerio, uno de ellos destinado al culto como función principal y otro de ellos más configurado hacia la evangelización efectiva y hacia la predicación. De igual forma, debería revisarse la tan manida cuestión del celibato que tantos quebraderos de cabeza ha dado y seguirá dando a la Iglesia. Los últimos escándalos de pederastia han reforzado la idea de que no es bueno cercenar ciertos sentimientos que terminan por afectar a la psique del individuo. Si bien es cierto que no podemos establecer una relación causa-efecto entre el celibato y la pederastia, no es menos cierto que, a simple vista, se ve cierta correlación entre ambas variables. No hace falta ser un psicólogo o un psiquiatra para darse cuenta de este hecho. Y eso sin tener en cuenta el número de vocaciones que, posiblemente, se pierden sólo por esta cortapisa. En mi opinión, es mucho más importante disponer de sacerdotes para todas las parroquias que seguir obcecados en una norma que ya es obsoleta y anacrónica.

Mis felicitaciones y mis ánimos para los seminaristas de nuestro Seminario Metropolitano de Oviedo, que son lo suficientemente valientes para decirle sí al Señor, a pesar de las dificultades, y también a todo el personal del Seminario: religiosas, formadores, profesores y personal civil.

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