Gracias, don Carlos
No podemos por menos que recordar la forma en que llegamos a conocerte personalmente; fue por medio de una carta dirigida a ti directamente, en la que te relatábamos nuestras impresiones con respecto a algunas cuestiones de la Iglesia que peregrina por Asturias, impresiones críticas, la verdad. Pero lo más sorprendente fue tu respuesta, clara, sucinta y rápida. De tu puño y letra nos pedías que hablásemos contigo en persona. Así lo hicimos, y fue ese el comienzo de, ante todo, una gran amistad.
Resulta difícil no sentirse interpelado en tu presencia, como con todos los hombres y las mujeres que se dejan inundar absolutamente por el anuncio del Evangelio, con una entrega sin reparos, sin fisuras. Darse hasta quedar sin aliento, abandonarse en las manos misericordiosas de Nuestro Señor porque ya no quedan más fuerzas. Al que pidió, se le dio; el que te buscó, te encontró; y el que llamó a tu puerta se la encontró abierta, siempre en guardia, porque no se sabe el día ni la hora.
Dicen algunos que te vieron en malas compañías, de eso estamos completamente seguros, te hemos visto con Zaqueo, con Jairo, con Mateo, pero también y especialmente con Marta y María, con Simón el leproso, María la Magdalena, la viuda de Naín y la del óbolo del templo, con tu amigo Lázaro y con su tocayo el del rico epulón, gritando con fuerza talitha kumi y tratando de multiplicar panes, peces, fabas y patatas. No nos podemos olvidar tampoco de tus preferidos, los jóvenes y los niños, tratando de acercarte a ellos de una forma que hasta ahora no se había intentado. Nadie puede poner en cuestión que el hijo de Castañeda no ha venido a ser servido, sino a servir. Miles de asturianos han podido contemplar en tus ojos cómo les insinuabas: Venid a mí todos los que estáis cansados y oprimidos, y yo os aliviaré. El esfuerzo de trabajo mucho más allá de lo razonable, traerá sus frutos, sin ninguna duda Lo mismo si está dormido como si está despierto, si es de noche como si es de día, la semilla, sin que él sepa cómo, germina y crece. La tierra por si misma da el fruto.
No son pocas las voces que ahora se alzan pidiendo tu sacrificio, pero fueron muchas más las que clamaron por Barrabás, porque de lo que rebosa el corazón habla la boca. Estamos convencidos de que por tu condición humana has cometido errores, seguro que sí. Por todos ellos también te queremos dar las gracias. Algunos de ellos seguro que se produjeron por un celo apostólico innovador, casi que transgresor; por estos, especialmente gracias. En una sociedad inmovilista, en una Iglesia que en ocasiones huele a rancio, el dar pasos valientes y arriesgados es cuando menos una obligación.
Solamente nos queda pedirte disculpas por no haber sido apoyo suficiente en tu tarea de gobierno, siempre dura, solitaria y opinable. Pero aún tenemos que hacer un examen de conciencia mayor en nuestro esfuerzo de comunión, en nuestra colaboración apostólica y evangelizadora al servicio del Reino.
En tu partida no te podemos ofrecer nada más que nuestro profundo amor, a ti y a lo que representas.
Que el Señor te Bendiga y te guarde,
haga brillar su rostro sobre tí y te conceda su favor,
vuelva su mirada hacia ti y te conceda la Paz.
Muy afectuosamente esta familia que es la tuya,
Diana García y Francisco. Javier Valbuena
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