Made in China

20 de Abril del 2009 - José Manuel Gómez-Tabanera

Aun cuando las estadísticas del Gobierno de la nación no parecen remisas a concretar el paro existente, fruto de nuestra recesión económica, parece claro que en su mayor parte se debe a los cientos de grandes empresas y miles de empresas medias, a la vez que incalculadas carencias de oficio y beneficio que se dan en la España 2009, con un Gobierno del PSOE que acepta la desunión territorial del Reino en que vivimos y que dio lugar antaño a las llamadas taifas, que vuelven a resucitar, tras 500 años, sin ser autorizadas por la Constitución que nos llevó a la Monarquía. Taifas que, quebrando la igualdad política que ha de darse entre todos los españoles, propician un nuevo Babel, agravado con el actual endeudamiento exterior mantenido por ZP y que, personalmente, no creo resuelva.

Un hecho significativo es que la juventud española (de 18 a 30 años) se viene acostumbrando a vivir de «gua-gua» a costa de sus progenitores y allegados, sin tomar en serio un empleo, hoy mayormente copado por inmigrantes. Ello ha supuesto un despoblamiento real del mundo rural: un escandaloso descenso en el nivel de vida que creó Franco consolidando la burguesía, y que hoy, transcurridos más de treinta años, actualmente España alimente a seis millones de funcionarios frente al millón y medio que sumaba el franquismo. Situación que ha propiciado la agonía de pequeñas empresas que, pongamos por caso, no pueden competir con importaciones masivas, casi semanales, procedentes de China –no miembro de la Comunidad Europea–, acogidas en hipermercados de nuestros puertos mediterráneos y Madrid, proliferando así miles de tiendas regentadas por chinos que nutren cientos de mercados de toda España, haciendo difícil la vida de industrias y oficios domésticos (ropa interior, lencería, cacharrería, mobiliario casero y urbano, etcétera), llegando a competir con conocidas empresas españolas que, hasta hace pocos años, vistieron a nuestra Guardia Civil y Armada, que hoy tienen que soportar, pongamos por caso, llevar tricornios que no son de su medida y otras piezas de uniforme, como botas y alpargatas, «made in China», cuyos barcos mercantes –insisto– atracan continuamente en el Levante, saldando con su presencia deudas estatales de las que el pueblo español apenas tiene noticia y que promueven la radicación en España de núcleos de población que años atrás sólo se ocupaban de restaurantes y casas de comida o de peluquerías.

Subtítulo: Los mercadillos de productos de países asiáticos nos restan miles de puestos de trabajo

Destacado: Pequeñas empresas no pueden competir con importaciones masivas casi semanales procedentes de China

Hoy en nuestros hogares –independientemente de los años de guerra y posguerra– se confeccionan menos prendas de ropa, prefiriendo adquirirlas en algún mercadillo chino. No hablamos de sastrerías consagradas. Sin embargo, decenas de mercadillos semanales en pueblos de toda España pueden suministrarla a un precio de costo más barato que en cualquier establecimiento nacional o incluso hecho en casa. Hasta aquí hemos llegado, demostrándose que, en concretos casos, la inmigración no es saludable y mucho menos si al emigrante ya instalado se le contrata sin otorgarle su derecho natural a que se le reconozca una Seguridad Social o, por lo menos, un despido justo. Indudablemente la España de la Transición no es la misma que conocimos bajo Franco. Es mejor, aunque las corrupciones que se manifiestan son peores y de otra naturaleza que bajo el franquismo. Corrupciones que en muchos aspectos las gentes conocen y se tragan porque saben que en su Comunidad e incluso el Gobierno central no acostumbra a atajarlas y la ley no responde en el momento oportuno.

Muchas gentes creen que la solución podría estar en importar máquinas antes que fabricarlas, quizá porque resultan más baratas. La epidemia de edificaciones ladrilleras inacabadas hace pensar esto y en muchas otras cosas.

Actualmente en el norte de España existe un guirigay con la importación a Asturias de leche desde Galicia, Cantabria y Francia, que sale más barata a su consumidor que la producida por el Principado, por el hecho de que ésta no resulta a precios competitivos. Con Francia, el Principado, junto con el Estado, es con quien tiene que arreglar el problema, abaratando piensos y contribuciones; sueldos y servicios, imponiendo a la vez tasas a las empresas lácteas a la hora de comprar y vender. Tasas que debería aquilatar el propio Estado, en vez de gastarse sus recaudaciones fiscales en innecesarios viajes a Kosovo, sin que los últimos fines sean conocidos por el Consejo de Ministros, la mismísima ONU e incluso un tal Obama, y ello fruto de un real decreto.

Todo esto es fruto de una política miserable, pero que, a la larga, es lo mismo que ocurre con el tráfico con China, que no pertenece a la Unión Europea, y que nos resta miles de puestos de trabajo con sus productos y mercadillos, como también que el Gobierno dicte disposiciones que, a la larga, convertirá cada vez más vieja a la población española vigente, sin apelar siquiera a su actualización mediante referéndum.

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