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Mario Conde o la osadía del reo

28 de Marzo del 2012 - Francisco M. Domínguez Menéndez (Avilés)

Después de oír a un tal Mario Conde pontificar en una cadena de televisión ultracatólica y ultraconservadora, como no podía ser de otro modo –lo uno llama a lo otro–, me asalta una duda que corroe mis entrañas: ¿este personaje es el mismo que ingresó en prisión condenado por la trama de corrupción empresarial en el llamado caso Banesto? No me confirmen lo peor, no me lo puedo creer, déjenme seguir viviendo en los mundos de Yupi. Es imposible que alguien nacido de padre y madre, personas, pueda alcanzar tal grado de osadía.

Yo pensaba, ¡ay infelice!, que después de muerto Franco esto sería la tierra del nunca jamás, pero el germen sigue latiendo. Parece que siempre habrá un relevo del agente patógeno, aunque ahora el Cara al Sol haya dejado de ser el himno de las escuadras victoriosas para convertirse en melodía nostálgica de aviso llamada.

Unos, próximos al posmodernismo social, la llaman Caverna Mediática, y otros, cercanos al nacionalcatolicismo, Intereconomía. Aquí es donde asienta sus reales don Mario Conde para sentar cátedra de derecho, pero no de uno concreto, sino de todos los derechos que en el mundo judicial y democrático son materia especial. Cuando Conde, al cuadrado, habla, todos guardan silencio. El de Tuy no argumenta, sentencia y crea jurisprudencia. No hay apelación posible. De su boca fluyen las palabras con la fuerza de las sagradas escrituras. Diríase nacido para vencer, no necesita convencer. Pero su apoyo legal no bebe de palabras divinas, como podría presuponerse del oráculo, emana de lo más profundo de la fuente formal del derecho. Día tras día y noche tras noche, el auditorio se rinde a sus pies mucho antes del primer maullido.

Dicen las pérfidas lenguas que dentro de seis años Jaume las Matas callando, perdonen, ya sé que Dios no me bendijo con la gracia irónica, pero no he podido resistir la tentación, y el periodista Antonio Alemany se unirán a la tertulia, este último, un poco antes. Para entonces, el júbilo ya habrá caído sobre las arrugas de Pablo Castellano y dejará la silla PC, esto sí que tiene gracia, para el antes molt honorable senyor Jaume Matas, ahora desposeído de toda riqueza de trato. El negro literario no necesita asiento en el plató, puede improvisar panegíricos desde el confortable sillón de su casa y sin costes añadidos, que los banquillos de sala cuando son compartidos crean afectos imborrables. ¡Qué fauna, Señor!

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