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El caudillo infiel

21 de Marzo del 2012 - Alfredo Carreño Fuego

Es verdad que a Atila le bastaba con dar un paseo a caballo para convertir los jardines en un erial, pero tampoco está mal lo que ha conseguido Álvarez-Cascos en tan sólo ocho meses: hacer del paraíso natural un desierto. Con la aplicada colaboración de sus consejeros, tan breve tiempo ha sido suficiente para arrasar el entramado sanitario, cultural y educativo del que disfrutaba Asturias, situada hasta su llegada en los puestos de honor de la eficacia de los servicios sociales en España. Es un logro notable. Más que eso si se tiene en cuenta el mérito de no haber respetado ninguno de los logros anteriores y no haber solucionado problema alguno, ni siquiera los incontables generados por su propio Gobierno.

Los ovetenses, aunque conscientes de la animadversión hacia la ciudad de que ha hecho gala siempre el nuevo caudillo, confiaban en que dispondría inmediatamente recursos para construir la Ronda Norte, el enlace de la autovía con el Campus del Cristo, el paso subterráneo de Santullano y todas aquellas otras obras que le valieron la medalla de oro de la Ciudad de Oviedo concedida por Gabino de Lorenzo, que debía creer, distraído en sus negocios personales, sincera e inocentemente, que esos proyectos ya estaban terminados. Ni siquiera los habían empezado. El caso es que a don Francisco no le dio tiempo ni a hablar de estos asuntos. Siguió proponiendo la segregación de la Universidad, intentando crear una nueva en Gijón y echando leña al fuego de la estéril rivalidad entre la capital y la villa. Le sobra Oviedo.

Lo más sobrecogedor es la herencia que nos deja. No es suficiente el recuerdo de Atila para describirlo. Habría que buscar ejemplos más deplorables. No sólo no hemos progresado en nada, sino que hemos retrocedido prácticamente en todo. Queda la forgaxa de los discursos grandilocuentes, los libelos y periodiquillos repartidos gratuitamente por doquier, las descalificaciones de toda opinión o propuesta ajena. No han servido, sin embargo, para ocultar la ineptitud de un Gobierno sin rumbo ni su sed de venganza hacia sus antiguos compañeros de partido.

Subtítulo: A Francisco Álvarez-Cascos le sobra Oviedo

Destacado: Con el mismo discurso, y obviamente sin propósito de enmienda, vuelve a la campaña electoral como si nada hubiera pasado

Con el mismo discurso, y obviamente sin propósito de enmienda, vuelve a la campaña electoral como si nada hubiera pasado. Evita explicar qué ha hecho en este tiempo, cosa imposible por otra parte puesto que habría tenido previamente que hacer algo. Vende el mismo programa electoral, un compendio universal de vaguedades y esencias del destino en lo universal, que es lo suyo y en el que no nos sorprendería ver añadida la promesa de conquistar Granada –y Ceuta y Melilla, por supuesto– antes de Navidad. Es una lástima que los caballos ya no los pueda poner De Lorenzo. Tendrá que ser a pie.

Este es el gran renacimiento asturiano prometido por el caudillo infiel, aunque viva en Madrid o Santander.

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