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Diez años sin Billy Wilder

3 de Abril del 2012 - Rubén Franco González (Pola de Siero)

El pasado martes 27 de marzo se cumplieron diez años de la muerte de uno de los más grandes cineastas de todos los tiempos: el maestro Billy Wilder. Aunque todo es muy discutible, destaca entre los mejores. Para los amantes de las listas (entre los que me incluyo), Pal Billy (como titula el no menos genial José Luis Garci su artículo para el monográfico que le dedicó la revista «Nickel Odeon» en su número 10, primavera 1998), debe estar entre los diez mejores. Y entre los cinco. Y entre los tres. Y no me apuren más, pero quizá no saldría mal parado el director nacido en Galitzia (entonces perteneciente al Imperio Austro-Húngaro, y actualmente dividida entre Polonia y Ucrania) el 22 de junio de 1906. Sí, ya sé que están Ford, Hawks y Hitchcock. Y Griffith, Murnau, Fritz Lang, Raoul Walsh, Anthony Mann, Capra, Wyler, Kazan. Y Von Stroheim, Von Stenberg, Rossellini, Fellini, Welles, Dreyer, Becker, René Clair. Y Kurosawa, Ozu, Mizoguchi, Kabayashi. Y las tres B (Buñuel, Berlanga y Buñuel), Neville, Nieves Conde, Rafael Gil, Vadja o el ya citado Garci. Pero Wilder es mucho Wilder.

Uno se da cuenta de lo grande que es en un triple momento: cuando ve sus películas, cuando las recuerda y cuando ve otras. Uno no puede dejar de admirarlas y de volver a verlas (prueba de fuego para discernir las grandes películas). Si se pilla empezado uno de sus filmes en la televisión, te engancha de tal manera que no te suelta hasta el fina. Hasta sus peores películas son muy buenas (y mejores que mucha morralla actual).

Con la llegada de Hitler al poder, se va a Francia y realiza «Curvas peligrosas» (Mauvaise graine) en 1934, en colaboración con Alexander Esway. Pasará penuria y dormirá en pensiones de mala muerte, oyendo una gotera toda la noche y ya entonces pensando que algún día recordaría esa etapa de su vida con nostalgia. Después como guionista intervendrá en los de «La octava mujer de barba azul» (1938) y «Ninotchka» (1939) de Lubitsch, «Medianoche» de Mitchell Leisen, o «Bola de fuego» (1941) de Hawks, entre otros (y ya con Brackett luego con I.A.L. Diamond y con colaboraciones puntuales como Chandler para Perdición). En 1942 debuta como director en solitario con «El mayor y la menor», y así continuará hasta 1981, donde con «Buddy, Buddy» (en España, Aquí un amigo) se despide del cine. Desde ahí hasta su muerte se dedicará a descansar, tentándole dirigir el proyecto de «La lista» de Schindler, que finalmente realizó Spielberg en 1993. Y viendo algo de cine, diciendo que su película favorita de los últimos años es «Forrest Gump» (1994, Robert Zemeckis), según le confiesa a Cameron Crowe, en el imprescindible y ya clásico «Conversaciones con Billy Wilder» (a la altura de El cine según Hitchcock de Truffaut).

Veintiséis películas como director es su legado. Casualidades de la vida, hace diez años, el lunes 1 abril 2002, el programa de TVE «!Qué grande es el cine!» cumplía trescientos programas, y lo hacía con «El apartamento» (1960). Unos días antes falleció Wilder, por lo que hubo que poner unos rótulos advirtiendo de la noticia y sirviendo como homenaje póstumo. Eso, un homenaje, es lo que le rendirá el que teclea estas líneas junto a dos amigos, el próximo domingo 1 abril 2012. Comida Billy Wilder la hemos denominado, y servirá para charlar sobre su obra y su vida, y por extensión, de la vida en general, ya que Billy (permítasenos llamarle así) era un excelente diseccionador de la condición humana.

Además de homenajear a Wilder, se hará lo propio con alguien que el próximo día 1 hubiese cumplido 30 años, y que nos dejó el año pasado: se brindará de este modo por J. L. N. V, una persona digna de recordar. Y, ya que estamos, es justo acordarse del difunto profesor Santiago González Escudero, admirador de la obra del director.

Pocos directores en la historia del cine tienen tantas obras maestras. «Días sin huella» (1945), «El crepúsculo de los dioses» (1950), «El gran carnaval» (1951), «La tentación vive arriba» (1955), «Bésame, tonto» (1964), «Avanti» (1972) o la infravalorada (empezando por él mismo, debido a la mutilación que sufrió la misma en la sala de montaje) «La vida privada de Sherlock Holmes» (1970) (sirva, a su vez, para ir calentando motores ante el estreno, a finales de agosto de este año, de Holmes & Watson Madrid Days de José Luis Garci). Pero tiene más, muchas más.

Terminamos con una anécdota ilustrativa de la inteligencia e ironía de Billy Wilder (tomada del libro de Luis Alegre sobre El apartamento en el libro de Cameron Crowe también aparece reflejada, pero menos explícitamente), en el contexto de la guerra fría y donde muchos estaban entusiasmados con el modo de vida soviético (ni siquiera Solzhenitsyn logró cambiar algo de su ya caduca, sectaria y férrea ideología). Cuando estaba en Berlín rodando «Uno, dos, tres» (1961) le invitaron a un cineclub de Berlín Este. Después de la proyección de la película, el público asistente quedó entusiasmado, al ver cómo se plasmaba en la pantalla la depravación del sistema capitalista. Le dijeron que era típico de EE UU, a lo que Billy Wilder respondió que su historia podía suceder en cualquier lugar del mundo, en Estocolmo, Buenos Aires o Tokio. Pero desde luego, no en Moscú. La gente le proporcionó una sonora ovación. A continuación añadió que eso no podía pasar allí porque en cuanto el tipo llegase al apartamento se encontraría a seis familias. Eso ya no les hizo tanta gracia.

Genio y figura.

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