El silencio
La arcadia feliz para desarrollar la facultad de pensar es el silencio. En el silencio se forman las más brillantes ideas, las más hermosas palabras para transformarlas en armoniosos mensajes, así como brotan las notas en un pentagrama y, cual encaje de bolillos, acaban convertidas en sinfonía musical. También en la poesía hablan los silencios. Hasta en la gastronomía deberíamos elegir el silencio para mayor disfrute del paladar. Cuando se degusta un menú que consideramos exquisito o, por puntual capricho, deberíamos elegirlo como compañero de mesa y mantel. No olvidemos que mientras se conversa se distrae el paladar.
Subtítulo:El necesario pacto de fidelidad con nosotros mismos
Debemos huir de los pensamientos y recuerdos destructivos, dedicando nuestros diálogos interiores a sembrar actitudes positivas. Con el silencio nos superamos a nosotros mismos. Va unido a la franca comunión con la soledad, pero no es necesario alcanzar la condición de ermitaños o anacoretas. Sólo huyendo del mundanal ruido que nos acecha a diario hallaremos el preciso equilibrio para establecer un íntimo diálogo interior con nuestro yo. Sólo así podemos seguir viviendo, contra viento y marea, la dirección adecuada de la senda de nuestra propia personalidad.
Hay que evitar caer en el desaliento que puedan provocar las opiniones o críticas de los demás. Tenemos que hacer un pacto de fidelidad con nosotros mismos, así nadie nos podrá reprochar falsedad en nuestros pensamientos y actitudes. En ocasiones el silencio es más elocuente que las palabras. O puede ser la actitud más elegante. O el tributo que hemos de soportar para conservar la dignidad. Debería aplicarse el silencio, asimismo, a quienes faltan a los demás y quienes practican la injuria o la calumnia. En estos casos es preferible huir callando, subrayando que no siempre el que calla otorga. Tampoco significa ausencia, aunque resulte doloroso callar por prudencia cuando interiormente se sienta la necesidad o deseo de hablar. Igualmente el silencio puede estar condicionado por los sentimientos de la amistad.
Muchas situaciones adversas se generan a causa del sistema que nos rodea. Ahora bien, cuando las circunstancias así lo aconsejen, la intervención deberá adquirir el tono discrepante, no de discusión. La discrepancia no debe dañar la convivencia, pero la discusión la quebranta. Ya se ha dicho que la mejor manera de salir ganando una discusión es evitándola, aunque si nos vemos obligados a posicionarnos, se impone hacer uso del sentido común, sin desviaciones y respetando la coherencia, en franca sintonía con la ecuanimidad. Pero, antes de tomar una decisión en tal sentido, debemos asegurarnos de disponer de información y conocimientos sobre el particular, absteniéndonos de pronunciarnos en caso contrario.
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