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Siempre hay motivos para la esperanza

3 de Abril del 2012 - Manuel Fernández Quevedo (Oviedo)

Por fin creo haber aprendido que los golpes de la adversidad son muy amargos, pero nunca estériles. También que el dolor, cuando no se convierte en verdugo, es un gran maestro. Y que el deseo, con agallas, siempre vence al miedo. Son algunas de las conclusiones que he sacado (o que estoy sacando, para ser más exacto) después de haberme enfrentado a la adversa enfermedad. Un achaque duro que te llega porque sí, cuando menos te lo esperas y sin entender sus razones, sus motivos. Un par de semanas antes de la Navidad todo era estupendo y maravilloso, pero pocos días antes de la mismísima Nochebuena, sin quererlo ni beberlo, tu existencia da un giro de 180 grados cuando te anuncian que algo en tu cuerpo está bajo seria amenaza.

No es mi intención, ni mucho menos, contar en estas líneas las desventuras, sufrimientos y desasosiegos por los que una persona puede llegar a pasar cuando es víctima de una dura enfermedad. Muy al contrario: pretende uno servir de testigo para ofrecer todo el ánimo del mundo a quienes, por desgracia, tengan que pasar por este trago amargo, transmitir que siempre hay motivos para la esperanza y que existe gente maravillosa que lo da todo por ti, personas que ponen los medios –tanto técnicos como humanos– para mantener la fe y la esperanza de que siempre hay una luz al final del túnel.

Sí, en la tormenta es donde se conoce al buen piloto. Muchos buenos pilotos: la familia, los amigos y el personal sanitario del Hospital Covadonga, y muy especialmente el servicio de urología. Es increíble y especialmente reconfortante sentir el apoyo de los tuyos más íntimos, y también el de tantas y tantas personas que te demuestran amistad pura, ésa que no te exige nada a cambio.

¡Y el personal sanitario! No soy capaz de encontrar mejores palabras para elogiar a todo el amplio equipo de magníficos profesionales del citado servicio de urología, que te hace sentirte muy arropado, que te trata con un cariño que jamás hubiera sospechado. ¡Increíble! Todo un orgullo para nuestra sanidad asturiana en general, y el mejor bálsamo para quienes tengan que pasar por esta dura experiencia. Ellos se encargan de convertir la adversidad en un camino más o menos llevadero, de hacer que tu dolor se transforme en energía positiva para enfrentarte al sufrimiento, de darte un cariño insospechado que te obliga a reaccionar y a tirar hacia adelante. De todo corazón, muchísimas gracias a todos, desde la dirección médica a la dirección de enfermería, a los doctores Valentín Murúa y Jesús Fernández y a todos los miembros de su equipo, a los ATS y demás auxiliares, celadores y personal de limpieza. Sin olvidarme, por supuesto, del doctor Esteban, de oncología, humanista, sabio y bueno, y a todo el personal de este servicio. Gracias a todos sin distinción. El cariño y la impresionante profesionalidad que ponéis en vuestro arduo trabajo hacen que consigáis ser un bastión fundamental en la compleja tarea de reconducirnos en unos momentos en los que pensamos que el camino de la vida no es más que un ocaso irremediable. Y un agradecimiento muy especial a dos entrañables amigos de hace ya muchos años que me apoyaron mucho tanto en su condición de amigos incondicionales como de médicos de prestigio: a José Luis Martín, urólogo de ese magnífico equipo del Hospital Covadonga, y a Ana Fandiño, anestesista y gran profesional del Centro Médico. Y a mi amigo Bernardo Granda, capellán del Hospital, por su apoyo moral. Muchas gracias, amigos.

Y a la familia. Y a los amigos... ¡Qué afortunado me siento! Afortunado y privilegiado. Mi esposa, las veinticuatro horas de cada día a mi lado teniendo como único descanso un sofá. Mis parientes y familiares, igual; mis compañeros, camaradas, conocidos, mis mejores amigos... Deciros a todos que habéis formado parte fundamental de la piedra filosofal sobre la que ahora se apoya mi vida, irremediablemente mermada por las consecuencias físicas, pero sin duda mucho más enriquecedora e imperecedera. A todos gracias, gracias, muchas gracias.

No quiero terminar esta carta sin ofrecer mi experiencia y mi propia existencia a quienes tengan que hacer frente a este tipo de enfermedades. Soy hombre de honor y de palabra. Me tendréis a vuestro lado. No olvidéis: el que quiere siempre halla.

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