Arenas, en singular
La villa cabraliega ha conservado, a través de los siglos, un "ansia de autonomía" visible ya en sus viejos concejos abiertos
Hay en la plaza de Tresanjuán una escuela antigua recién rehabilitada, una pequeña ermita pegada a ella y delante un espacio rectangular en el que no cuesta imaginar a los vecinos de Arenas de Cabrales dirimiendo de común acuerdo sus asuntos y los de la villa. Ellos solos, sin injerencias externas, distribuyendo zonas de pastos, imponiendo sanciones, decidiendo si un forastero merecía derechos de vecindad... Pudo haber ocurrido cualquier tarde hace más de trescientos años, pero hay algo del espíritu autogestionario de aquellos «concejos abiertos» que aquí permanece estable hasta hoy. Las reuniones se celebraban en el pórtico de la iglesia de Santa María de Llas si era de día, en Tresanjuán si había anochecido, y en sus estrictas ordenanzas -de 1726 las más antiguas que se conservan- se reconoce ese «ansia de autonomía» que algunos han visto desde siempre en esta villa con pujanza demográfica y comercial pero sin centralidad administrativa ni capitalidad de concejo.
Nino Díaz, hostelero y estudioso de la historia local, ha llegado hasta la suave loma que acomoda esta plaza ascendiendo por Sulallende, después de atravesar el puente sobre el río Ribeles y de enseñar el Ateneo Cabraliego, una de tantas obras atribuibles físicamente a los vecinos de Arenas, que trajeron y pusieron piedras en este edificio inaugurado en 1924, destruido y reconstruido por culpa de la Guerra Civil. De aquellos años, asegura, también se conservan actas de la parroquia rural «pidiendo su segregación». Esta plaza, su escuela y su capilla, informa Díaz, eran «el centro del pueblo» cuando el repique de campanas de la ermita de San Juan anunciaban incendio o concejo abierto, cuando todavía la pequeña escuela que se adosa a ella funcionaba a pleno rendimiento. Edificada a finales del siglo XVII y recién rehabilitada para sede de la entidad local menor de Arenas, tuvo párvulos hasta hace quince años y en su única aula aprendieron «mis abuelos, mi padre, mis hijos y yo», repasa Díaz.
Pero ese centro, situado en la salida del pueblo hacia el Este y bajo la vigilancia de la peña El Puertu, por donde cruza la calzada romana de Caoru, es sólo uno de los que hubo aquí a través del tiempo. Más o menos en el extremo opuesto, el barrio de Ríu, levemente separado del grueso de la villa y al lado de la espaciosa iglesia gótica de Santa María de Llas, también tuvo su momento. Fue antes que San Juan, cuando la «Casa de Cabrales», hoy en ruinas, era la sede de las juntas del concejo. De Ríu a Tresanjuán va esta ruta de los corazones históricos de la villa. De Tresanjuán a Ríu y pasando por la plaza del Castañéu, junto al puente sobre el Ribeles, que fue centro más recientemente y acogió hace un siglo los festejos populares tras la concesión del título de villa. Por el camino se traza la biografía de Arenas siguiendo el desplazamiento de su núcleo principal de reunión y decisiones. A lo largo del recorrido, esta Arenas agraria y sólo a veces empedrada se duele de vez en cuando de algunas heridas del progreso. Aquí una casa de fábrica demasiado moderna para este empedrado, allá un edificio que casa mal con la reciedumbre señorial del palacio de Mestas Cossío... En algunas ocasiones, «se ha respetado muy poco el entorno. Se destruyeron muchas casas antiguas para construir mamotretos», lamenta Nino Díaz.
La ruta deja atrás viejos cubiles rehabilitados y casonas rurales blasonadas a medida que atraviesa el barrio de Sobacu y se detiene en Mestas, que debe su topónimo al lugar en el que se funden las aguas del Cares con las del Casaño. Allí, el palacio del capitán Juan de Mestas Cossío, del barroco renacentista de 1719 y el único de Cabrales con torre lateral, aloja hoy dos viviendas, tantas como escudos de armas presumen de linaje a ambos flancos del balcón del primer piso. El barrio de Las Cortinas tropieza de inmediato con el río Ribeles y la carretera que remonta su curso en el ascenso hacia Arangas. Al fondo, abajo, surge Santa María de Llas; arriba queda el barrio de Ríu, lo último por el Oeste, separado por praderías del resto de Arenas y pidiendo a gritos, al decir de los vecinos, una rehabilitación.
La mezcla que fermenta en Arenas, la edificación rural de siempre al lado de las nuevas construcciones que trajo el progreso turístico de la villa, se ve mejor después de cruzar el río Casaño y la travesía comercial de la AS-114, en la calle Angelita Borbolla del barrio de Moradiellos. A un lado, una inscripción sobre el dintel de una puerta informa de que la edificación es de 1699 y que como muchas otras de toda esta zona suroriental fue propiedad de la familia Mier; enfrente, un gran bloque de apartamentos lleno de persianas bajadas hace tropezar de pronto con el porvenir de esta villa que hoy vive del turismo de montaña además de la ganadería y de la proyección internacional del queso de Cabrales.
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