Avilés, del negro al blanco
La tercera ciudad de Asturias gestiona, con los ojos puestos en la ría, su segunda gran transformación urbana y económica en medio siglo; primero fue la llegada de Ensidesa y ahora se trata de rellenar el hueco que dejó su marcha
El pretendido camino que lleva al futuro no estaba al frente, sino debajo. Porque en los últimos años Avilés cree haber descubierto que sus potencialidades como ciudad estaban enterradas bajo el lodo que cubría su ría y ocultas por la pátina negra de hollín que tiznaba sus calles e hipotecaba su valioso patrimonio urbano. Como tantas otras veces en su milenaria historia, en tiempos de tribulación Avilés ha tenido que volver al principio, a su génesis fundacional, para encontrarse a sí misma y recobrar la autoestima. Y en el origen estuvo la ría, esa lámina de agua que a la vez que vertebra también divide a la ciudad en dos realidades antagónicas: de un lado, la villa; del otro, la industria. ¿Dos mundos irreconciliables o simplemente dos caras de la misma moneda? Ése es el dilema que aún hoy inspira el gran debate en el que está inmersa una localidad empeñada en dar carpetazo al monocultivo de las chimeneas y abrir ventanas por donde entren nuevos aires: el turismo, las nuevas tecnologías de la información, las ferias y los congresos o la «industria de la cultura», entre otras actividades.
El Centro Cultural Oscar Niemeyer, ese blanco alarde de modernidad construido como una provocación a tiro de piedra de las últimas chimeneas que quedan en pie de Ensidesa, centra las expectativas del Avilés que viene, si bien esos edificios son sólo la punta del iceberg de los cambios en marcha. A la espalda del citado Niemeyer se desparrama la industria, tanto la que algunos critican por obsoleta (léase baterías de coque) como la de última generación (representada por las empresas instaladas durante la última década en el Parque Empresarial Principado de Asturias). Vista desde la ciudad, esa composición -el Niemeyer en primer término, las chimeneas al fondo- es más que una metáfora. Es la representación visual del modelo económico al que Avilés ha fiado su última transformación. Y, como no podía ser de otra manera, la escena tiene como telón de fondo la ría.
El saneamiento del estuario, por más que lento en su ejecución -una cuestión esta de la lentitud sobre la que se volverá unas líneas más adelante-, fue el pistoletazo de salida a una serie de procesos que perfilan el Avilés futurible. En vías de quedar resuelto el problema de los vertidos a la ría, se dio un segundo paso para la recuperación de ese espacio: la retirada de los lodos que impedían llamar a la ría de cualquier otra forma que no fuese «cloaca». Paralelamente, la vecina cabecera siderúrgica de Ensidesa fue objeto de desmantelamiento; la calidad del aire de la ciudad lo agradeció y el suelo liberado sirvió para hacer posible el asentamiento de nuevas empresas y el realojo de otras cuyas instalaciones se habían quedado obsoletas.
Avilés, que había acabado el siglo XX sumida en serias dudas de identidad y acumulaba interrogantes sobre cuál debía ser su nuevo modelo de desarrollo, arrancaba así el XXI esperanzada con una incipiente recuperación económica basada en la industria limpia y los servicios. El Niemeyer, un empeño personal del presidente Álvarez Areces, fue la guinda de ese pastel. En funcionamiento desde hace cinco meses, el centro cultural se ha convertido en el Norte de la brújula que orienta el rumbo de Avilés. A su sombra se han gestado proyectos como la próxima llegada de barcos de crucero a la ciudad, el interés por conocerlo ha duplicado el número de turistas y existe el ambicioso plan de construir en su entorno la llamada Isla de la Innovación, de momento un compendio de ideas sin reflejo técnico ni presupuestario. Pero así empezó también el Niemeyer y hoy ya es una realidad tangible, si bien no es menos cierto que de momento no ha tenido sobre Avilés el efecto dinamizador que tuvo el Guggemheim sobre Bilbao, la comparación más usada para convencer a los ciudadanos de la bondad del proyecto del Niemeyer. El tiempo dirá.
El retraso en los accesos y en la eliminación de las vías frena los vientos de cambio
«Avilés está en su segunda transformación social y económica en menos de un siglo; la primera fue en la década de los años cincuenta con la llegada de Ensidesa y todo lo que ello conllevó, la segunda consiste en pasar de ser una ciudad sucia, gris, contaminada y con un altísimo índice de paro a una ciudad con confianza, descontaminada, confortable y con una economía basada en la combinación de la industria y los servicios», opina el economista Javier García, socio del gabinete de estudios socioeconómicos CIES.
Un testigo privilegiado de esa «transformación» es Miguel Ángel Juesas, gerente del vivero de empresas La Curtidora, un centro abierto hace 15 años con el objetivo de tutelar los primeros pasos de las empresas interesadas radicadas en Avilés y los de los emprendedores locales. Sin ir más lejos, la última gran empresa instalada en el polígono de la ría, la multinacional CSC, fue inquilina hasta hace pocos días de La Curtidora. «Desde una óptica empresarial, Avilés cuenta con tres atractivos para ser pujante: es un sitio agradable y bien equipado para vivir, la localización geográfica es buena y la existencia en su entorno de un ramillete de multinacionales de la talla de Arcelor, Azsa, Alcoa, Du Pont o Saint-Gobain, más las recién asentadas como CSC, Software A. G., etcétera, constituyen una buena carta de presentación. De tener que señalar un handicap apuntaría a la existencia de una escasa cultura empresarial al modo que existe en Cataluña o el País Vasco. Pero al menos, tanto en lo económico como en lo social, Avilés ya sabe adónde va y por más que la crisis tuerza ese rumbo o retrase el viaje parece asequible llegar a la meta», reflexiona Juesas.
Javier García niega categóricamente que la solución que busca Avilés para afianzar su progreso pase sólo por el Niemeyer y fija los criterios que, a su juicio, deben ser tenidos en cuenta: «El que crea que con el Niemeyer solo basta es un iluso; el futuro de Avilés pasa por seguir construyendo una ciudad atractiva y por generar condiciones que atraigan a personas y empresas con talento. Esto se debe apoyar en dos pilares: un gobierno local fuerte que trabaje por una ciudad limpia, segura, ágil y con servicios de calidad -y sí, calidad y precio van de la mano- y un marco adecuado para la atracción de empresas innovadoras y talentosas, lo que incluye tanto la mejora de las comunicaciones, como la generación de espacios y la existencia de instrumentos financieros fuertes y eficaces. Este segundo pilar aún es demasiado débil».
Tan débil, a juicio de una mayoría de avilesinos, como la credibilidad de los proyectos que acumulan retrasos -alguno como la eliminación de las vías hasta 13 años- y que condicionan el futuro a corto plazo de la ciudad. En este capítulo, aparte de la barrera ferroviaria, se incluyen los accesos viarios a Avilés. La clase empresarial es consciente de éstas y otras trabas, y siempre que puede subraya lo urgente de coger el toro por los cuernos; como en este caso el presidente de la sociedad de conservación del polígono de la ría, Daniel Couso: «En el parque empresarial existen firmas de lo más interesante que están haciendo, en plena crisis, un gran esfuerzo por salir a los mercados exteriores y para eso es necesario, por ejemplo, seguir adelante con las obras de ampliación del Puerto. A todos nos encanta el Niemeyer, pero hay que lograr que la cultura conviva con la industria».
«Avilés no tiene suerte precisamente con los políticos», se queja el profesor de Geología y directivo de la asociación Amigos de Sabugo Julio López. Es su modo de justificar la sucesiva pérdida de oportunidades y el «tempo lento» al que cuajan las iniciativas llamadas a transformar el territorio avilesino. «La reconversión, más bien desmantelamiento, de la siderurgia no se palió con alternativas de peso en términos de empleo; el debate surgido entre industria y cultura, como si acaso hubiera que elegir entre una de las dos, es estéril; las grandes infraestructuras acumulan retrasos; la recuperación ambiental es lenta, cuando no engañosa; las señas de identidad avilesinas están difuminadas, puede que todavía como consecuencia del impacto brutal que supuso Ensidesa... Así no hay manera de resolver los problemas seculares. Al menos algo se ha hecho bien: devolverle al casco histórico su esplendor y arbitrar medidas para la preservación del patrimonio avilesino».
El cambio de vagones realizado tras descarrilar el convoy avilesino de la industria pesada ha generado en Avilés nuevas expectativas y realidades antes impensables. Es el caso de la presencia universitaria (que se enmarca en un planteamiento general de fomento de la formación), la apuesta decidida por las nuevas tecnologías (Avilés es una ciudad pionera en el despliegue de la fibra óptica y el uso del wi-fi), la conciencia ambiental o el emergente sector turístico.
Algunos de los protagonistas de estos cambios hablan de ellos con optimismo no exento de firmeza en las exigencias. «Avilés ha adquirido en los últimos años empaque de ciudad. La limpieza, la recuperación de espacios singulares, la ordenación vial, su oferta cultural... Todo eso ha hecho de ella un lugar agradable para vivir, como bien destacan todos los que vienen a visitarla con la idea preconcebida de que van a encontrarse con algo muy diferente», comenta Marta Elena Díaz, la directora del Centro de Estudios Universitarios de Avilés, la pica que consintió en clavar la Universidad de Oviedo para dejar constancia de que Avilés cuenta en sus planes. No es más que una avanzadilla, pero junto a otros logros como la apertura de la Escuela Superior de Arte y la Escuela del Deporte ha servido para acallar el clamor histórico por la falta de centros educativos superiores en el concejo.
«Uno de los retos que tiene Avilés es la recuperación ambiental del aire y de la ría tras el enorme golpe que supuso la industrialización de la segunda mitad del siglo XX, un proceso que casi nos dejó sin ría y con una pésima calidad atmosférica. Por eso es necesario restaurar las marismas y arenales de la ría que aún son salvables, incluso recuperar parte de los terrenos desecados; aplicar una visión comarcal a la gestión del suelo, sobre todo el industrial, porque Avilés no da más de sí en este sentido; exigir el cumplimiento de las normativas ambientales a las industrias, más cuando existen expectativas de desarrollo en los ámbitos del turismo y la cultura. Es necesario relajar la presión sobre la ría, Avilés tiene otros lugares y más actividades que las industriales o la construcción», expone David Díaz, directivo de Mavea, una de las asociaciones más activas en la defensa de la naturaleza avilesina.
Ana Julia López, la directora del hotel Silken, uno de los primeros que abrió en Avilés al calor de las expectativas de regeneración económica, da fe de que hay mimbres para hacer cosas diferentes: «Algo ha cambiado, eso es evidente. Avilés ya entra en los planes de viaje de los turistas. Que el Niemeyer ha ayudado es innegable, pero también tiene importancia el lavado de cara que se le dio a la ciudad y la puesta en valor del casco histórico». Una de las consecuencias más llamativas de la irrupción de Avilés en la oferta turística asturiana es que en cinco años se ha doblado el número de plazas hoteleras y que sólo el estallido de la crisis impidió que cuajaran otros proyectos ahora metidos en la «nevera» esperando vientos más favorables.
Ana Julia López, con todo, advierte del peligro de la euforia mal entendida: «Sólo hemos abierto una puerta, nada más. El reto es saber trabajar unidos -como hicieron en Bilbao- para gestionar a partir de ahora los activos turísticos de que disponemos. En Avilés todavía hay un serio déficit de cultura y profesionalidad turística, carecemos de una oferta global comparable a la de Oviedo o Gijón, falta mucho por hacer en materia de congresos, fallamos en la planificación de grandes eventos y hasta andamos flojos en materia de idiomas... A pocos meses vista tenemos una prueba de fuego: la llegada de los primeros cruceros a la ciudad; como no pasemos ese examen con nota tardaremos en ver otro barco de ese tipo en la ría. Y ése es un reto que nos involucra a todos sin excepción: puerto, Ayuntamiento, hoteles, hosteleros, comerciantes, taxistas y al conjunto de los avilesinos».
El director del Conservatorio «Julián Orbón», José María Martínez, redunda en la proliferación de atractivos -sobremanera culturales- que ofrece la ciudad de un tiempo a esta parte, una circunstancia que hace que Avilés «suene» muy diferente a como lo hacía hace unos años. Esa misma diversidad de la oferta lúdica avilesina hace pensar al arquitecto Maximino Díaz que «estamos en una situación privilegiada para recuperar la vitalidad perdida por la crisis industrial de los años noventa». Para Díaz, la transformación en marcha se plasma en «la nueva centralidad urbana surgida al otro lado de la ría, un área que servirá de contrapeso al importante desarrollo urbanístico que tuvo la villa en dirección contraria, hacia El Quirinal». En palabras de Palmira García, presidenta de la Hermandad local de Donantes de Sangre, «a Avilés le han hecho un traje nuevo y quizá seamos los avilesinos los más ciegos ante esta realidad; cualquiera que llega de afuera se asombra de cuánto ha cambiado la villa».
¿Y los vecinos qué opinan? Pues el presidente de la Federación que agrupa a la mayoría de las asociaciones de los barrios, Antonio Cabrera, lamenta la incapacidad histórica que viene mostrando Avilés para sacar partido a ventajas como el hecho de tener asentada en su territorio a multinacionales del acero, el vidrio, el cinc o el aluminio. «Fallamos en su día en el desarrollo de industrias transformadoras y ahora estamos embarcados en una aventura para transformarnos por otras vías: el sector servicios y el turismo. Puede ser, por qué no, pero es imperativo que las infraestructuras pendientes dejen de acumular retrasos. De momento Avilés es como aquel que hizo el chalé antes de urbanizar la finca».
El sindicalista del Metal José María Olmedo siente el mismo resquemor que Antonio Cabrera por cómo Avilés desaprovechó durante medio siglo el capital industrial que atesora, pero en su caso teme que la historia se repita: «La industria avilesina ha hecho los deberes tecnológicos y ambientales y sería imperdonable no contar con ella para el futuro; en su día no supimos sacarle todo el jugo, pero aún estamos a tiempo de apoyarnos en nuestro rico tejido empresarial para hacer realidad un parque tecnológico de referencia internacional. ¿O es que no va de eso la Isla de la Innovación?».
La torre-mirador del Niemeyer, de planta circular, ofrece la mejor perspectiva para entender todo lo aquí dicho; desde sus ventanales dispuestos en un arco de 360 grados se divisan el casco antiguo de Avilés, las fábricas de ayer y las de mañana, la ría y la trinchera ferroviaria. Dado que es imposible abarcar toda la panorámica de un solo vistazo, cada cual puede elegir a qué cuadrante quiere mirar.
El Carnaval, la fiesta que mejor retrata la idiosincrasia desenfadada del avilesino
«Son nobles, alegres, probos, están dotados de viva imaginación, aman la música, son sentimentales y un poco románticos. Reina en este pueblo una amable jovialidad infantil que ensancha el corazón de cuantos viajeros lo visitan y alejan instantáneamente su mal humor. A muchos he oído decir que así que ponían los pies en Avilés se sentían cambiados, olvidaban sus penas y amaban otra vez la vida». Con estas palabras definía Armando Palacio Valdés a quienes poblaban la Villa del Adelantado en el primer tercio del siglo XX. Claro que aquélla era la época de la «Atenas de Asturias», sobrenombre que se ganó Avilés por su intensa actividad cultural.
Con el tiempo y la llegada de Ensidesa (1951) se acuñaron en Avilés dos expresiones que sirvieron para delimitar la línea entre los avilesinos «pata negra» y los avilesinos de «nuevo cuño». Los primeros se autotitularon como «avilesinos de toda la vida» y a los segundos -la inmensa mayoría, llegados de zonas deprimidas de España, para trabajar en la siderurgia- les pusieron el mote despectivo de «coreanos». En ese caldo de cultivo, y con el paternalismo de Ensidesa y otras empresas públicas como aditivo, fraguó un nuevo modelo social: el Avilés «de aluvión», una población con problemas de vivienda, de escolarización, de seguridad y hasta de salubridad, que generó una sociedad despreocupada, oportunista y privada de conciencia colectiva. La ciudad que algunos habían llegado a comparar con la ilustrada Atenas empezó a parecerse más que otra cosa al San Francisco de los tiempos de la «fiebre del oro».
El poso que dejaron aquellos años de locura en la mitad del siglo XX deparó una sociedad que el veterano sindicalista del metal José María Olmedo define como «abierta y multicultural, en el mejor sentido de la palabra». El profesor Julio López opina que la seña de identidad de «lo avilesino» es precisamente «la carencia de identidad». La presidenta de la Hermandad de Donantes de Sangre, Palmira García, destaca el «marcado carácter solidario de los avilesinos» desde la experiencia que brinda su cargo. Y Olmedo concluye que fue una fiesta, en concreto el Carnaval, la que vino como anillo al dedo para poder manifestar una vez al año y de forma multitudinaria el «desenfado» proverbial de los avilesinos.
El Mirador
_ Eliminar la barrera ferroviaria
La actual relación de Avilés con las vías del tren es odiosa por más que la llegada del ferrocarril a la ciudad el 6 de julio de 1890 fuese considerado un hito histórico. Hoy, la trinchera ferroviaria constriñe los desarrollos urbanísticos proyectados para la ría y entorpece las comunicaciones a lo largo de la fachada marítima constituyendo una barrera física que permite hablar de dos realidades urbanas, una a cada lado de las vías. Los proyectos para acabar con esta situación se suceden desde hace 13 años a expensas del Gobierno de turno, pero ninguno cuaja. En este tiempo se habló de soterrar las vías, de elevarlas, de encajonarlas, de adaptar la velocidad del paso de los trenes al entorno urbano y de construir una variante al oeste de Avilés. La llegada de Francisco Álvarez-Cascos a la Presidencia del Principado siembra dudas sobre la solución del problema, toda vez que sus manifestaciones apuntan a la preferencia por soterrar las vías; es decir, volver al punto inicial de la discusión. La mayor parte de las ciudades españolas que tenían este mismo problema ya lo han solucionado y Avilés no quiere ser una excepción.
_ Hacer realidad la «Isla de la Innovación»
Se viene dando en llamar «Isla de la Innovación» a un proyecto consistente en completar la oferta del Centro Cultural Niemeyer con instalaciones pensadas para atraer a Avilés actividades ligadas a la innovación y las nuevas tecnologías. Algunas de las piezas esbozadas de esa pretendida isla -sería un área de 575.000 metros cuadrados en el tramo intermedio de la ría- son el Palacio de América, «lofts» para artistas y emprendedores, un área comercial y otra deportiva y un número indeterminado de viviendas en las proximidades. El proyecto aún se halla en fase embrionaria (se está redactando el plan especial) y carece de estimación presupuestaria, lo que no obsta para que sus promotores lo presenten como la pieza maestra de la transformación urbanística y económica emprendida en Avilés.
_ Mejorar los accesos
Avilés tiene seis entradas principales y ninguna de ellas reúne las condiciones que cabe pedir a los accesos de una ciudad pretendidamente moderna. El Ayuntamiento tiene un plan para actuar al respecto en las zonas de su competencia y la idea es ejecutarlo este mandato. Otra cosa será ver cómo se sustancian obras de más enjundia como la ronda del Puerto o las conexiones a la Autovía del Cantábrico, proyectos que involucran a las administraciones autonómica y central y están en el limbo.
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