Síntesis del desarrollo español
La industria sigue siendo la base de la actividad económica de una ciudad posmoderna que no ha renegado de su pasado fabril
Avilés es una ciudad milenaria, determinada por una ría, edificada alrededor de un puerto y oscurecida por el humo de un círculo de fuego que aisló un tesoro urbano, con forma de casco histórico, cargado de dinamismo y refinada estética, que ahora empieza a brillar por sí mismo y no por los reflejos de los hornos, que siguen presentes pero contenidos.
Avilés ha hecho lo más difícil, sobrevivir al ajuste de su pilar industrial sin reducir su capacidad instalada, logrando remocicarlo para seguir manteniéndolo productivo y competitivo en lejanos mercados. En este sentido, Avilés es una ciudad posmoderna, que no ha expulsado ni renegado de su pasado fabril, que sigue manteniendo la industria como base de actividad y motor de dinamismo a la vez que intenta conciliarla con la mejora de sus cualidades urbanas.
También, Avilés, en su pequeño tamaño superficial, apenas 25 km², es el núcleo central de una potente ciudad media, su alfoz, incluida en otra mayor, de entidad metropolitana e irradiación nacional, Ciudad Astur.
Avilés, en 1900, era una villa marinera y comercial de unos 13.000 habitantes que alcanzó los 50.000 en 1950. Después creció vertiginosamente, hasta 1981, cuando alcanza su techo, cercano a los 90.000 residentes. Desde entonces retrocedió un poco y hoy intenta acercarse al nivel de hace tres décadas, por lo que podemos decir que su transformación reciente se operó en condiciones de estabilidad demográfica y laboral, pues el volumen de su empleo osciló en estos últimos veinte años entre una base de 25.000 empleos en 1996 y una cúspide de 34.000 en 1992 y 2007. Esta estabilidad no oculta una colosal transformación cualitativa del empleo, según la cual los 13.000 activos industriales de 1990 se han convertido en 4.500 en 2008, retroceso también experimentado por los empleados en la construcción, sector que ha visto como las 826 viviendas visadas en 2006 se reducían a 230 en 2009. El hueco lo han llenado los ocupados en el sector de los servicios.
En Avilés se da una de las más altas concentraciones de gran industria en España, volcada a la exportación a cualquier mercado, tecnológicamente avanzada, ambientalmente exigente, que combinada con una alta densidad residencial da una ciudad con un uso promiscuo del espacio, donde la competencia por el suelo es alta y la vitalidad, elevada. Tras estas características Avilés ofrece un fondo secular de ciudad de vocación marítima en su versión oceánica.
En 1830 Avilés era una ciudad contenida en sus murallas, con sus arrabales marineros en medio de una marisma a la que se abría un puerto oceánico. Puerto y ciudad forman Avilés. Son las obras portuarias realizadas a partir de 1890 y en la década de 1950 las que impulsan la transformación física de la ciudad, siempre en ambigua relación con su vecina Gijón.
En 1832 se rellenan las marismas cercanas al palacio de Camposagrado, creciendo el parque del Bombé y la antigua dársena del dock. A partir de este hito, la evolución portuaria trata de aprovechar las ventajas de su carácter de puerto de estuario, inmediato a la ciudad, y de neutralizar las tendencias a quedar atrapado por ella y cegado su canal de acceso. Ello requiere constantes obras, que son impulsadas primero por la Cámara de Comercio, creada en 1899, y por el Sindicato Minero, instrumentos corporativos de la burguesía comercial e industrial local, y a partir de 1915 por la Junta de Obras. Pero fue en 1893 cuando arranca el moderno puerto avilesino con la puesta en servicio de la dársena de San Juan y con la llegada del ferrocarril a la ciudad. Se refuerza así el carácter de puerto carbonero, que hasta 1920 compite en igualdad de resultados con el de Gijón, a la vez que la ciudad se abre con bellos paseos por los que corre el tranvía y sus 14.000 habitantes, dispuestos a crecer ordenadamente en el nuevo ensanche y a ver cómo el puerto salta a la margen derecha para ocupar las marismas de Recastrón con un muelle que cien años después está a punto de concluirse.
Pero vino el desastre de la última Guerra Civil y los proyectos creativos se pararon. Aun así, la ciudad continuó su evolución positiva, que la hizo crecer un 168% en la primera mitad del siglo XX. Sin embargo, la instalación en ella de la Empresa Nacional Siderúrgica determina un estallido en el proceso, que adquiere un ritmo fulgurante y hace que la ciudad, literalmente, tenga que reinventarse para acoger la «fabricona», el puerto siderúrgico y a los miles de trabajadores que atraen. En cuarenta años Avilés crece un 400%. La vida se desborda en una ciudad fabril que destaca en una España ruralizada, empobrecida y atemorizada por su propia historia, para la que el color café, largo, con leche de la ría, el cielo de hollín y la vida trepidante son alicientes y no amenazas.
Después, entre 1981 y 2010, Avilés asiste a un proceso de ajuste y reestructuración que se salda con la estabilidad urbana, pues apenas si decrece demográficamente (-5%), mientras que mantiene su base industriosa y logra transformar su empleo y sus condiciones urbanas. La reestructuración, que se hace sentir en su fase positiva en la década de 1990, no ha arrasado con la base funcional preexistente: la ha reforzado, al muscular la industria, que ha sabido reformarse y adaptarse al mercado global mediante el aprovechamiento de sus ventajas competitivas. En Avilés se ha dado un verdadero proceso de desarrollo local que, transformando parte de sus componentes funcionales, los ha conducido hacia los servicios sin abandonar la industria, dando estabilidad al sistema local y al del país. Son hitos de estas dos últimas décadas los que estabilizaron la empresa siderúrgica, la construcción del paseo de la ría y la arteria del puerto, el saneamiento, la rehabilitación del casco histórico, el reacondicionamiento de los grandes y emblemáticos poblados, integrándolos en la ciudad, las obras portuarias en las dos márgenes de la ría, los nuevos parques empresariales. Verdaderamente, una faena ejemplar que no está concluida y en la que el centro Niemeyer es la punta del iceberg del gran proceso de transformación de una ciudad industrial que quiere seguir siéndolo en las nuevas condiciones del siglo XXI, y en las que esta singular obra, prefijada en la reforma del Plan General de mediados de los noventa, es una pieza más, aunque simbólica, del engarce de las varias líneas de fuerza que hacen Avilés: la visión marina, atlántica y milenaria, asentada en el complejo puerto/ciudad, y la fuerza industrial, asentada en un potente sistema local de empresas, de la que no puede ni quiere prescindir. Los dos componentes se anudan más que en un enclave, una isla, en un gozne o bisagra que une física y conceptualmente los elementos de la ciudad, haciendo aparecer una nueva centralidad para enriquecer la vida de una ciudad síntesis del desarrollo español, que tiene como gran pregunta que contestar en los próximos años la de qué tipo de alianza puede establecer, y con quién, para encauzar la nueva fase de su larga vida.
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