Claqueta y acción

El historiador Juan Carlos de la Madrid ha contado en cinco libros las interioridades de Avilés, «una ciudad que no sabe adónde va pero que ya está llegando»

Francisco L. JIMÉNEZ / Avilés (Avilés)

El 6 de febrero de 1971 «estalló la Ensidesa» y Juan Carlos de la Madrid fue testigo del revuelo que se montó en las calles cuando, a falta de noticias fidedignas sobre lo ocurrido, la gente se creyó que realmente la factoría siderúrgica se había desintegrado con todos los trabajadores dentro. No era para menos, una explosión en la acería LD-I destrozó la nave, lanzó piezas que pesaban toneladas a un kilómetro de distancia y el estruendo se oyó hasta en Oviedo. Finalmente el accidente, que se originó por la excesiva acumulación de vapor en una caldera, se saldó con ocho personas muertas y más de cincuenta heridos, varios de ellos graves. Ensidesa, el maná fabril que había convertido a Avilés en la ciudad española con el crecimiento demográfico más vertiginoso y en tierra de provisión para miles de familias, mostraba por primera vez una debilidad: entrañaba riesgos y nadie parecía haberse dado cuenta de ello. Hasta ese día.

«La explosión de Ensidesa es uno de los primeros fotogramas de mi película como niño avilesino. Es una imagen difusa y con raspaduras, apenas hilada, pero muy impactante. Me veo bajando por la calle Rivero de la mano de mi madre. Había ido a buscarme a la escuela tras el bombazo; un tío mío estaba en la fábrica e íbamos a su casa en busca de información sobre su estado. Todo estaba lleno de gente, Avilés era como un hormiguero y aquel día fue como darle un pisotón. A mi tío no le pasó nada, pero a Avilés aquel acontecimiento le marcó profundamente: caló el miedo y la sensación de que Ensidesa, aquel mundo feliz, podía acabar de forma dramática», relata De la Madrid.

El autor de «Avilés: una historia de mil años» escribió sus primeros palotes en la casa particular de una maestra cuyo nombre ni recuerda; De la Madrid fue una de las víctimas de la falta de escolarización motivada por la falta de infraestructuras en una ciudad -Avilés- que se desarrolló en veinte años más que otras localidades en dos siglos. «Habría dos mil niños sin plaza en las escuelas regladas; yo fui uno de ellos, si bien al curso siguiente pudieron matricularme en las escuelas nacionales de Buenavista. Tuve de maestro a José Reyero Tejerina, que compartía magisterio con Horacio Ferreras de León», rememora.

La película vital de De la Madrid tiene como escenarios entrañables el cine Marta y María, la playa del Arañón y la calle Rivero: «Las sesiones continuas en el cine Marta y María me lo enseñaron casi todo. Nunca echaban un estreno, pero sí clásicos americanos de los años 40 y muchas del Oeste, de ésas donde los indios llevaban relojes marca "Seiko" y entre los pistoleros siempre había uno llamaba Latimer. ¡Y los días de playa en el Arañón! Aquello era toda una aventura: se iba en bus hasta el astillero de Aniceto y luego andando en plan safari hasta la playa con todos los bártulos para la jornada. En el bus se iban cantando canciones de Avilés de toda la vida -"La Chichilana", "Pepa la coxa"...- y las que estaban de moda de la Piquer; también las coplas de la danza prima, que tan bien retratan el acontecer histórico de Avilés. No es casualidad que la última que se compuso diga: «Pobres chicas de Avilés / ya no quedan ingenieros / vais tener que ir a la Cuenca / a ver si queden mineros».

Aquel niño que absorbía cultura avilesina como una esponja decidió un buen día empezar a compartir ese conocimiento y pese a que los inicios fueron desalentadores -«publiqué el primer libro con 23 años y la verdad es que nadie le hizo mucho caso»- hoy ya lleva 14 títulos editados; cinco versan sobre Avilés y en los otros son numerosas las referencias a la Villa del Adelantado. Gran observador de sus convecinos, De la Madrid tiene muy claro cuál es el ADN de su pueblo: «Ser avilesino es vivir en una ciudad que no sabe adónde va, pero que ya está llegando». Así ha sido, opina, desde que llegó Ensidesa y con ella una convulsión social y urbanística sin precedentes. «Ensidesa llegó sin avisar y se fue sin despedirse; y en ambos casos provocó fuertes traumas», suele decir el historiador para ilustrar el impacto de la siderúrgica. Sobre el actual rumbo de Avilés, De la Madrid concluye que su camino «no es otro que ser una ciudad del tamaño que le corresponde, tener claro de qué vive y respetarse, lo que quiere decir reencontrarse con su patrimonio y sus raíces urbanas: la ría, el puerto, el casco antiguo...».

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