Benia cabe en un hotel
Con más plazas de alojamiento que habitantes, la capital de Onís se fía del turismo, busca alternativas fuera de temporada y lamenta las ocasiones perdidas para fijar población a través de la actividad agraria
El centro de Benia es un hotel. A las puertas de la temporada alta, en un viernes festivo que le sirve el aperitivo a la Semana Santa cuesta trabajo aparcar y no parecen de aquí los que fracasan buscando mesa para cuatro. En el centro de Benia hay un gran hotel y dentro sobraría sitio para toda la población de la capital de Onís, 234 habitantes en la última estadística de 2009. De paseo hasta aquí, el recorrido ha esquivado forasteros y cámaras al hombro y ha contado otros dos hoteles, tres casas de aldea y un bloque de apartamentos de alquiler. A este lado del centro del oriente asturiano, la forma deja a la vista el contenido y la alta densidad de alojamientos la fuente de donde mana el bullicio de este viernes de marzo en el valle «privilegiado» del Güeña. El calificativo es la respuesta del dueño del hotel María Manuela, Román García, a la pregunta por los motivos del emplazamiento de su negocio, 119 habitaciones más spa, órdago a la grande contra la crisis. Precisamente aquí, contesta, entre otras razones porque está «a veinte minutos de cualquier lado». De los Picos, de los Lagos, de Covadonga, de Llanes... Onís es «tierra provechosa» desde la definición del padre Luis Alfonso de Carvallo en el siglo XVII y de su capital, en estos albores del XXI, tira exactamente esto que se atisba en la primera ojeada desde la pequeña plaza que se abre a las puertas del Ayuntamiento: aquí los turistas que entran y salen de los establecimientos hosteleros; un poco más allá el rebaño de ovejas y la quesería de Gamonéu que se descubren nada más levantar la vista, en la finca adosada a la de este gran hotel que aquí, al decir de los vecinos, «ha revolucionado el sector». Ha modificado el paisaje, física y económicamente. Su propietario acepta que arriesgó, hace dos años, abriendo «en un momento complicado», pero también que el negocio avanza a paso aceptable contra el viento contrario de la crisis.
La ganadería ha dejado escapar muchos trenes en el pasado reciente de la villa, pero el queso ha duplicado su número de productores en apenas un lustro y el turismo mueve a tiempo parcial este lugar entre montañas que tiene la población detenida desde 2003 en los alrededores de los 230 moradores. La equidistancia de Benia entre la alta montaña y el mar ha ejercido siempre de cebo ideal para este turismo de toda condición que no sólo ahora se para en Onís. A dormir y a comer, porque el pueblo «se está constituyendo en un núcleo gastronómico de primer orden, Casa Morán es una institución y ya no es extraño venir a Benia un sábado por la tarde y no encontrar mesa». Ramón Álvarez, presidente de la asociación turística del concejo y propietario del camping de Avín, kilómetro y medio hacia el Este, califica el panorama actual parapetado tras la experiencia del pionero que arrancó sorteando dificultades. La suya es la primera empresa turística «de entidad» en este concejo en el que hace dos décadas, recuerda, a los primeros aventureros del turismo «nos llegaban a vincular con los ecologistas "asesinos" que venían a soltar los lobos en el puerto. Empezar aquí fue muy duro; ahora es otra cosa, mucho más fácil». Por eso la expansión, por eso este gran hotel y esos pequeños establecimientos y una oferta de camas y mesas por habitante muy superior a cualquier promedio. Con bastantes más plazas de alojamiento que población y aunque la ratio, dicen por aquí, esté incluso por encima en Avín, el sector «está muy desarrollado, hasta a veces en exceso. No podemos aspirar a más».
Hoy en Benia, eso sí, las empresas familiares de alojamientos rurales viven con el gigante en la puerta de al lado y perciben sin salir de casa lo que cuesta la competencia en inferioridad de condiciones, pero en general, confirman sin dudas algunos empresarios, los réditos de esta convivencia superan las excepciones y «dan vida a todo el pueblo», «mueven lo que hay alrededor» y neutralizan los trastornos. Sobre todo uno, el eterno problema de los inviernos inertes y la «estacionalidad», señala Carolina Lobeto, tres veces protagonista de la vida de Benia por empresaria de turismo rural y ganadera además de componente del grupo folclórico de Onís. Esto se mueve cada vez más los fines de semana también en invierno, señala, pero al salir de ahí duele un tipo de turismo «demasiado estacional».
Ojalá el verano, ataja Ramón Álvarez, «durase aquí tres meses, porque en realidad va, más o menos, del 20 de julio al 25 de agosto». De ahí que su desafío consista en estimular la imaginación para rentabilizar la temporada baja, «desarrollar actividad» contra el mal tiempo lejos del estío y, «¿por qué no?», pone por ejemplo, concretarlo habilitando un remonte para subir al pico Ibeo, la peña que cierra el paisaje de Benia por el Norte y que pide, a su juicio, «un acceso que sea digno y viable en todo tiempo». Y mirar mejor a la naturaleza, porque el parque nacional de los Picos mantiene sin aprobar la «gran asignatura pendiente» de «promocionar y dar valor a su territorio como espacio turístico». Álvarez, que se reconoce a sí mismo entre «los ilusos que en los primeros ochenta creyeron en las posibilidades de la figura del parque», ha traspasado la frontera del cambio de milenio desengañado por la evolución de esa área protegida que, según su balance, ha servido para poco más que para «meter funcionarios, hacer más grande la Administración y en pocos casos conseguir beneficios para los concejos».
El Gamonéu lo vende todo
Por los terrenos de los Picos, el argumento llega hasta la ganadería, o hasta lo que queda de ella, y a través de ella al Gamonéu. Gerardo Niembro, presidente del Consejo Regulador, confirma que «se vende toda la producción» y que hoy hay diecinueve elaboradores donde sólo se veían nueve hace cuatro años, sumando los que producen aquí con los que siguen haciendo queso en el concejo de Cangas de Onís. La demanda, eso sí, invita a separar la calidad de la cantidad y a no perder de vista el sello distintivo de la excelencia, «porque el producto es muy goloso y tentador», porque los pedidos crecen y «corremos el riesgo de masificar la producción y extraviar la calidad», advierte Niembro. «¿Qué hacemos entonces, ir a producciones grandes o mantener la tradición con los sistemas familiares?». Su dilema toma forma de pregunta filosófica cuando ataca directamente la razón de ser de este queso que todavía da muy bien de comer a este lado de los Picos de Europa. Él abraza sin pestañear la opción B, la cualitativa, la que pretende salvaguardar las formas de hacer tradicionales y deshacer la equivalencia falaz entre la manufactura artesanal y la pérdida de rendimiento y mercados. Su respaldo, afirma, reside en la certeza de que existe algún ejemplo lejano y a la vez muy próximo con pruebas de que «hay artículos que son más rentables cuando escasean que cuando se producen en grandes cantidades. Como la Torta del Casar», apreciado queso selecto de Extremadura.
De las fatigas del pastor de los Picos al error histórico del «jardinero pagado»
De regreso a los Picos, Luis Suárez y Luis Huerta, ganaderos expertos, y Andrés, aspirante y nieto del segundo, ponen caras de dos generaciones distintas a lo que sigue costando el oficio del ganadero en las alturas de los Picos y a los motivos que explican que el gamonéu del puerto, de producción estacional en las cabañas del parque, pierda cada vez más terreno frente a la variedad diferente del valle, que se elabora en todo tiempo en las zonas bajas. Suárez, hoy presidente de la asociación de mayores El Güeña, «ya estaba en el puerto a los once años»; Andrés sólo aguantó un verano. La vida fatigosa del pastor, confirman los dos ejemplos, merece con creces el tributo que le rinde una estatua a las puertas del Ayuntamiento de Onís y no casa nada bien con la mala reputación del sacrificio, pero no explica por sí sola el declive. En los últimos tiempos tampoco aquí se perciben las ayudas de la política que ha tratado de ordenar el campo. «No se han dado facilidades a la gente que empieza», lamenta Gerardo Niembro, y la fórmula de las subvenciones no acaba de desatascar una situación en la que al final no miente la paradoja de cuando «te pagan por no producir», aporta María José Bulnes, onisense, estudiante de Económicas en Oviedo y componente del grupo folclórico de Onís.
En general, la «ocasión de oro» de rentabilizar la agricultura y la ganadería para fijar población se esfumó en sitios como Benia en ese momento difuso en el que «se empezaron a conceder ayudas que en vez de primar la casería típica asturiana optaron por hacer prevalecer la cantidad de ganado». La historia que cuenta Ramón Álvarez conduce directamente hasta esta escena final en la que «un montón de familias abandonaron el campo por aburrimiento» y los que siguen son cada vez menos, mayores y más cansados. Por el camino se ha perdido «la manera histórica de sacar adelante una ganadería», sigue el quejumbroso argumento del empresario turístico, a cambio de «otras pautas impuestas por la economía siempre sobre la base de las subvenciones».
Para poner a funcionar las explotaciones, convienen todos con Luis Suárez, «hace falta un dineral» para, al final del camino, completar la transformación del ganadero en poco más que un «jardinero pagado». Y eso que esto es Onís, que aquí, como en Cabrales, el queso todavía amortigua la caída generalizable de la actividad ganadera y de algún modo la rentabiliza gracias a la exigencia de uso de la leche propia de los concejos elaboradores. «La industria agroalimentaria basada en el queso sigue teniendo un gran futuro», adelanta Ramón Álvarez, pero cuidándola y evitando «que venga el de fuera a ponerte el precio», apostilla Gerardo Niembro, muy partidario de que el control del proceso productivo salga lo menos posible de las fronteras de estos valles donde el producto nació, creció y sigue pudiendo multiplicarse.
El Mirador
_ La vivienda
«No hay dónde vivir». María José Bulnes pone el acento en la falta de vivienda como inconveniente esencial en la tarea de fijar población en Benia. La villa espera el cambio del planeamiento que le permita dejar de ser núcleo rural y construir sólo en alturas «de siete metros hasta el alero», destaca Carolina Lobeto, para transformarse en urbana y ampliar las superficies edificables.
_ La cuevona
Los vecinos se detienen muchas veces en la explotación de un patrimonio cultural que aquí, en más de un caso, sólo espera que se dé el último paso para transformarse en atractivo turístico dinamizador de la temporada baja. Pasa con la «cuevona de Avín», a kilómetro y medio de Benia, equipada y lista para su apertura, pero cerrada, esperando fecha para enseñar su réplica del fósil de un rinoceronte prehistórico hallado en la gruta de La Peruyal.
_ El quebrantahuesos
Otro tanto sucede con el Centro para la Biodiversidad y el Desarrollo Sostenible de las Montañas del Quebrantahuesos. Tiene edificio terminado en Tullidi, en la salida hacia Cangas de Onís, y esta Semana Santa como última fecha de puesta en funcionamiento.
_ Un remonte
La tarea de «sacar algún rendimiento a lo que hay» puede equivaler aquí a rentabilizar el atractivo turístico del entorno natural. Hay quien propone un remonte poco agresivo para subir al Ibeo y quien se apunta al «turismo de experiencias» reclamando alguna iniciativa que le saque el jugo a «la suma de nuestros valores: la carne, los quesos, el turismo...».
_ El parque nacional
Su «asignatura pendiente» es, al decir de algún vecino, conseguir rendimientos para los municipios que lo integran. Ramón Álvarez lamenta que en el espacio protegido «todas las decisiones las toman los funcionarios o los políticos, nunca el sector empresarial o laboral de cada concejo para exponer las necesidades precisas que tiene cada uno de ellos».
_ Los ríos
El vecindario pide que se limpien las márgenes del río Ayones y el Güeña, «abandonados» al decir de algunos, para evitar una riada como la que aquí se recuerda de principios de los ochenta.
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