Amplios Horizontes
La capital de Onís, que tiene servicios, equipamientos y proyectos suficientes para fijar población, debe estimular su tránsito de núcleo rural a pequeña villa
Benia centra el pequeño concejo de Onís, grande en recursos y productos ganaderos. Su situación actual determina claramente la geografía y, por supuesto, la gestión territorial que puede llevar a cabo dentro del campo de juego de espacios achicados que hoy es el campo astur. Empecemos por la primera determinación. Benia se localiza en el surco prelitoral que corre entre Oviedo y Panes. Éste tiene varios tramos o partes, que podemos reconocer por el nombre de un río. Benia está en el tramo del Güeña, que nace en el nudo elevado de Ortigueru y vigoriza al Sella a partir de Arriondas. Está además en el origen de este sector, en el estrecho arranque de ese plano suavemente inclinado que es el valle Güeña, cerrado al este por el ensamblaje del sistema serrano Ibéu-Cuera, que flanquea al concejo por el Norte, con los primeros contrafuertes de los Picos de Europa, que lo hacen por el Sur. Desde este nudo primacial de Ortigueru, que es divisoria de aguas dentro del gran surco, el Güeña vierte al Oeste y va abriendo una vallonada progresivamente más amplia al modelar materiales terciarios y cuaternarios plásticos, mientras que el Casañu, que también nace en Onís, tiene grandes dificultades para verter al Este, puesto que se encuentra con un gran banco calcáreo que tiene que horadar para pasar, formando al lograrlo el espectacular beyu de Las Estazadas.
Así que Benia preside un concejo de amplias praderías asentadas sobre fértiles tierras bajas, protegidas de los temporales del Norte y Noroeste por la sierra del Ibéu, y expuestas al calor de las que miran al Sur. Muy cercanas a los pastos de entrerrayas, invernales, y a las majadas de verano de los grandes puertos altos de los Picos que llevan su nombre, Puertos de Onís. Razón por la que las comunidades ganaderas de Onís tenían, sin moverse de su concejo, la posibilidad de mantener su ganado, numeroso y bien alimentado, durante todo el ciclo solar, aprovechando de manera complementaria cada uno de los escalones territoriales y su diferente forma y tiempo de fructificar. En el manejo de estos recursos Onís es maestro, como prueban algunos productos que consigue con sus sabias manipulaciones. Y al llegar aquí hay que citar al gamonéu, posiblemente uno de los mejores quesos del mundo. Nótese bien que algo similar hemos dicho, lógicamente, al hablar del vecino cabraliegu. Pues bien, Benia centró en todos los aspectos este microcosmos, manipulando, en el pasado, los hilos que manejaban los recursos ganaderos.
Hemos delimitado físicamente este mundo por el Norte, por el Sur y por el Este. Pero no por el Oeste. Por ahí el cierre no era natural, sino artificial. En la salida hacia el Oeste se interpone Cangas de Onís, la gran villa oriental, capital del reino, y a cuyo alfoz hace ya un tiempo muy lejano también pertenecieron las tierras de Onís. Pero su riqueza agronómica le permitió mantener desde entonces propietarios y población. Hoy el mundo ya no es únicamente ganadero, muy al contrario; así que la fuerza del microcosmos ganadero que Benia gestionaba ha disminuido relativamente mucho, a la vez que su presencia se oscurece por la gran villa vecina. A la vera del río, Benia se presenta como una pequeñísima villa recoleta y abierta, rodeada por una pequeña constelación de núcleos menores: Talaveru, Villar, Sirviella, Avín, El Castru.
En un paisaje así y con una integración entre poblamiento y territorio tan atractiva, sorprende la continuidad del declive de su población, la pérdida continua de residentes a causa del envejecimiento y de la falta de renovación demográfica, que los escasos nacimientos no permiten. Los 234 habitantes registrados en el padrón de 2009 suponen varias decenas menos que a principios de siglo en un concejo que ya cuenta con menos del millar de residentes.
A pesar de su reiteración, no deja de ser un fenómeno de difícil explicación. En España abundan los núcleos rurales, urbanos o semiurbanos con peores condiciones residenciales, localización más marginal, menos actividades económicas, paisaje mucho menos atractivo y menos recursos y posibilidades que, sin embargo, incrementan sus residentes y mantienen su vitalidad. No es fácil entender la tendencia asturiana y la de Benia en concreto. Aquí hemos intentado dar algunas claves explicativas de carácter local. Y también aquí, aunque mejorables, hay servicios y equipamientos, hay proyectos de futuro, hay actividad, hay ganadería, turismo. Estamos en un eje de comunicación secundario, pero revitalizado por la presencia del parque nacional y sus flujos. Y, sin embargo, continúa la cuesta abajo. Es evidente que la ocupación dinámica del territorio debe ser el objetivo del desarrollo rural y que se asienta sobre dos pilares: el de los equipamientos y servicios que sostienen el territorio y el de la actividad sostenible que lo dinamiza.
Benia ha participado, junto a su concejo y los vecinos, de las iniciativas de cooperación y desarrollo que se han realizado durante las tres últimas décadas en el oriente de Asturias: desde el proyecto comunitario de desarrollo rural «Leader» a la ampliación del parque nacional o la formación y continuidad de la mancomunidad de concejos, a las que incluso presta sede. Se han creado empresas y establecimientos turísticos de distinto cuño, que hoy representan una notable infraestructura si la ponemos en relación con la población residente. Pero todo este proceso comarcal parece que sólo ha conseguido beneficiar, hasta ahora, a las villas mayores, mientras que las menores y los pueblos languidecen en espera de una oportunidad que no termina de llegar, resistiendo contra la amenaza de desaparición.
Y todo indica que hay recursos suficientes para remontar la tendencia, pues no parece haber condenas irreversibles. Pero sí parece que el factor humano es esencial en la evolución de estas poblaciones mínimas, que necesitan encontrar su proyecto de futuro y desarrollarlo en sus planes de ordenación del territorio, que no pueden ser meros documentos normativos que identifiquen e inmovilicen lo que ya hay, sino que precisan orientar qué crecimiento debe haber, cómo se pueden localizar nuevas actividades lo más diversas posibles y cómo se facilita el asentamiento de nuevos residentes integrándose en las características del núcleo y su paisaje. No es sostenible seguir perdiendo una treintena de habitantes cada década.
Hasta ahora, las tendencias demográficas del mundo rural nos dicen que no hemos acertado, ni de lejos. Por tanto, algo habrá que cambiar, sin confundir protección y sostenibilidad con intentar detener el tiempo en espera de una muerte lenta. Benia no es un núcleo rural, es una pola, una capital de un concejo importante de la montaña asturiana y debe dar el paso, también en su calificación urbanística, hacia la constitución de una pequeña villa que continúe su función secular y permita el dinamismo social y económico que además es fundamental, por sus servicios y equipamientos, para el mantenimiento de todo el sistema de poblamiento del concejo, compuesto por una docena de aldeas, que no pueden seguir amenazadas por el despoblamiento.
Benia necesita encontrar su proyecto de futuro, permitir el desarrollo de la pequeña pola y sumar pequeñas iniciativas que aporten algo más a lo que ya hay. Y poner su atractivo residencial en el mercado apostando por transformar un núcleo de caracteres rurales en una villa con todos sus atributos para evitar el colapso por envejecimiento.
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