Avive el seso y despierte
Cadavedo, de tradición y orientación turística a tiempo parcial, se devana la cabeza en la búsqueda de actividades para reanimar los inviernos dormidos sin enterrar el campo ni su pequeña iniciativa empresarial
«El mieu llugar ya llindu miradoiru». En el campo de la Regalina, sobre el acantilado cortado a pico, entre la ermita y el mar, abajo la playa de La Ribeirona, al frente el Cantábrico y a la espalda Cadavedo, nadie podrá contradecir el verso inicial de aquel poema que el padre Galo dedicó a su pueblo, el «más bonito de Asturias» en el segundo concurso provincial, el de 1954. El único problema es que todos los que están hoy aquí, al sol tibio de un atardecer de invierno benigno, ya lo saben. Lo conocen. Son de aquí. José Arias ha venido en bicicleta, Miguel Méndez siguiendo a «Sira», su perra, y Teodoro González, extremeño afincado en Cadavedo desde hace cincuenta años, de paseo reparador, «como todos los días, a ver a la Virgen». Para describir el verano se quedan muy cortos los menos de cuatrocientos habitantes permanentes que la estadística oficial asigna a la localidad valdesana -537 y bajando en el conjunto de la parroquia, con Villademoros y Ribón-, pero en enero no hay forasteros. Dos aserraderos de madera con más de treinta empleos, sí; un taller de cerrajería con seis, también. Y farmacia y bares, y banco y colegio de Primaria, y tres hoteles, un camping y en total más plazas de alojamiento turístico que habitantes. Y las tres grandes ganaderías que quedan de aquel pasado casi exclusivamente agrario, tres supermercados y un aspecto muy particular de pueblo disperso, a medio camino entre la aldea y la villa, desparramado en la llanura de la rasa costera valdesana con su arquitectura rural de vivienda unifamiliar con parcela.
Como la Vetusta de Clarín, este Luisedo que bendijo en faliecha valdesana Galo Antonio Fernández y Fernández-Cantera, sacerdote y poeta, duerme siestas largas. Pero «no es un pueblo muerto», aclara de vuelta al presente Alberto Fernández, empresario turístico con hotel en Cadavedo. No aunque tenga un barrio de La Amargura. «Otra cosa es la ley del envejecimiento que te va despoblando», sigue, y la inexistencia de una comarca extensa sobre la que ejercer tirón demográfico que acerque población a los servicios. Mari Rico, cadavedana y presidenta de la Asociación de Amigos del Camino de Santiago Valdés-Luarca, sabe que «esto siempre conjugó distintos recursos». Los habitantes a tiempo parcial de los veranos son un clásico en el paisaje humano de Cadavedo, pero no menos que «la labranza o las sierras» o la certeza de que «ésta fue toda la vida una zona de veraneo, es cierto, pero también tuvo siempre servicios». Y ahora que el campo se retrae, que el turismo no puede todo el año y la segunda residencia se expande y adormece los inviernos, en el pueblo se oye la demanda de un piloto comarcal para las iniciativas desestacionalizadoras de la actividad turística, pero sobre todo de algo que sepa desarrollar la conjugación del verbo diversificar. «Avive el seso y despierte», aplicando a Jorge Manrique en las «Coplas por la muerte de su padre».
«Todo lo que suponga que yo viva de ti y tú de mí no sirve», apunta José Méndez, propietario de uno de los dos aserraderos cadavedanos; de alguna manera debemos lograr que el pueblo viva de lo que pueda ofrecer a la gente de fuera». «Lo ideal sería que hubiese más iniciativas como las sierras o la cerrajería y alguna otra industria transformadora», propone Alberto Fernández, que tiene en Cadavedo un hotel de siete habitaciones en una casa de indianos, pero que no vive del turismo y sabe así por qué este sector sirve aquí, sí, pero «como un complemento». ¿De qué? Como nunca va a poder prescindir del campo ni tolerará traiciones a todas esas tradiciones que esta población defiende hasta en su fiesta asturianísima -la Regalina-, el sector agrario debe caber todavía en la relación de las actividades imprescindibles. ¿Cómo? Inmaculada Alba, ganadera resistente, identifica en el minifundismo, adosado a la ausencia de una concentración parcelaria en la zona, los frenos que «pueden afectar al desarrollo del campo» en esta llanura acantilada de grandes extensiones de verdor. Y perder lo que da el terreno equivale aquí a extraviar una parte del pasado que convendría conservar. Puede que el agro no vaya a tener ni mucho menos todas las respuestas en Cadavedo, pero «en cuanto lo dejemos, el pueblo se va a pique». Lo sabe Inmaculada, que para comprender la realidad del sector en la localidad no necesita salir de casa: ninguna de sus tres hijas, cuenta, «quiere seguir con las vacas». Hacerlas rentables va a costar, tercia Nicasio Suárez, presidente de la asociación de vecinos y propietario de un taller de cerrajería en Cadavedo. «La ganadería ha ido a menos», aquí también, pero es que además esto fue siempre un pueblo de labradores pequeños y desde dentro se echa en falta cierta «cultura agrícola». En un lugar donde «los cultivos estuvieron siempre orientados al forraje», «al no tener esa cultura, también nos falta gente que se decida a empujar el campo hacia delante».
Quedará pues lo que hay a la vista. Aparte del arrojo y las políticas proclives a la sostenibilidad de lo rural, queda este paisaje aprovechable para conseguir que vengan a contemplarlo y estrategias para sacar a las visitas de las temporadas altas, pero también alguna tradición empresarial singular. En el recorrido por Cadavedo aparecen en seguida dos aserraderos de madera, dos compañías familiares con décadas de presencia en la estampa de este pueblo esparcido por la rasa costera. Las dos industrias más visibles en Cadavedo son esas dos sierras que alimentan hoy a más de treinta familias y piensan en el futuro con un discurso en algún sentido similar al de los ganaderos. Feo. «La tendencia del sector, en lo que se refiere a la primera transformación de la madera, se inclina al cierre de cada vez más fábricas y a que queden en pie casi exclusivamente las más grandes», retrata José Méndez. Así se configura una competencia «muy feroz» que lleva al pez pequeño a perder puestos en el escalafón, con el problema de que el grande puede pagar la materia prima «hasta un quince o un veinte por ciento más cara que nosotros» y, sobre todo, que los grandes son muy grandes: «Hay aserraderos en Santander que pueden consumir del orden de 3.000 toneladas de madera al día» y entre las dos sierras de Cadavedo no llegan a doscientas, calcula. En el horizonte asoma además un posible traslado al Parque de la Madera que se proyecta en Barcia y la reutilización de los terrenos de las sierras, los únicos calificados como urbanos en el suelo de Cadavedo.
Hoy, el camino que conduce al prominente acantilado que cobija el campo de La Garita encuentra más lugareños y visitantes ocasionales retornados por Navidad que turistas ávidos de vacaciones tranquilas. Pero hay caminos, volvería a advertir el padre Galo, muchos caminos distintos que encaminan hacia un sitio parecido al final feliz y algunos de ellos explorables desde aquí: «Pur vreda diferente seguimus / la bona carrera». El «nuesu frailín», que ponía Fernán Coronas en las firmas de sus poemarios, se murió en 1939 sin ver completado el crecimiento de la fiesta asturianista que él recuperó para su pueblo ni asistir a la transformación de lo casi exclusivamente rural en indeseado monocultivo turístico.
Aquella bandera verde
Ese aprovechamiento del paisaje para el turismo estaba en parte en el fondo, dicen ahora aquí, de la reclamación colectiva que en 2004 llenó de trapos verdes las ventanas de las casas unifamiliares con parcela que hoy siguen siendo Cadavedo. Los vecinos ganaron aquella batalla guiada por la bandera verde de la tipología rural contra los planes urbanizadores del Ayuntamiento. «Lo que puso nervioso a un grupo numeroso de personas», recuerda Alberto Fernández, «fue que un núcleo de 290 viviendas pudiese pasar a tener la calificación de suelo urbanizable con cinco unidades de actuación que implicaban la construcción de otras mil viviendas». Los promotores de la plataforma opositora renegaban de la amenaza de los adosados y las urbanizaciones sobre «el pueblo que tiene más caída turística del concejo de Valdés después de Luarca». Se veían perjudicados económicamente, rememoran, pero cuestionaban sobre todo por «el modelo de pueblo». «Yo prefiero Cadavedo a La Fresneda», resume Nicasio Suárez. En su misma barricada había muchos, pero no estaban todos. Mari Rico -«llegaron a hacerme una pintada en casa»- le veía ventajas a una expansión moderadamente urbana que tiene «mil maneras posibles» y no todas son La Fresneda. Además de edificios traía lo que sigue sin haber, viales, aceras, un crecimiento ordenado e infraestructuras necesarias «para unos asentamientos lógicos» también en este lugar que después de tantas vueltas consiguió seguir siendo campo puro verde para vender al turista.
«Hacer destino» para no dar el invierno por perdido
El turismo, aquí, son tres hoteles, un camping con apartamentos rurales para 250 personas y en conjunto más plazas que habitantes si se añaden unas doscientas más, en recuento grueso, entre el resto de los alojamientos. Manolo Santullano, propietario de un hotel en Villademoros, parroquia de Cadavedo, confirma que se resigna, que «doy el invierno por perdido» y que el turismo alimenta a este pueblo a tiempo parcial, poco más que «de marzo a octubre». A lo mejor, concluye, no queda otra que asumir con resignación la necesidad de llenar el granero en verano todo lo que sea posible y aguantar. Resistir, hacerse visibles con proyectos comarcales para hacer fuerza entre todos y diferenciarse: el hotel de Alberto Fernández es por fuera una casa de indianos; el de Santullano una casona aneja a un torreón medieval reconvertido en habitación de lujo con vistas a todo el alrededor desde la azotea...
Hay posibilidades, puertas entreabiertas. Está por ver, eso sí, si la reclusión de la rentabilidad en unos pocos meses encuentra una puerta para salir y una respuesta para la pregunta de Mari Rico: «¿No se podría hacer algo para captar visitantes en estas épocas? Yo soy de las que salgo en otoño e invierno a conocer sitios nuevos». Alberto Fernández vuelve a pedir proyectos de alcance comarcal, tutelados, promocionados y creativos, porque hasta ahora la oferta «Entre brañas y cabos», que aunaba recursos de restaurantes y hoteles de la zona, ha tenido una respuesta «paupérrima». Sergio Gutiérrez, propietario del camping de Cadavedo, apunta que su promedio de 120 días de lleno al año, sobre todo de verano, Semana Santa, Navidad y «algún fin de semana suelto», da para ir tirando sólo si el negocio no tiene el lastre de los grandes endeudamientos. Plazas hay en la parroquia «más que suficientes», afirma. «Lo que nos hace falta es "crear destino", conseguir que aparte de los valores estéticos y de esta playa estupenda haya cosas a las que ir a Cadavedo, sobre todo en invierno». Para él es el turístico el recurso «esencial, el único» de la localidad, y por eso conviene que se extienda, lo mismo hacia los meses dormidos que hacia un nuevo concepto de producto. «En febrero», asegura, «yo puedo ofrecer una chimenea y una casa acogedora, pero hay gente muy activa que pide otras cosas. Tenemos que dar un artículo distinto, menos empaquetado, y dirigirlo hacia una atención más personalizada, comercializar la tradicional hospitalidad asturiana», propone. «Si me da por cobrar a los turistas por entrar en la ganadería», bromea Inmaculada Alba, «hago negocio en verano».
Es otra vez el vistazo a lo que se advierte sin necesidad de fijarse. Gutiérrez plantea la explotación de las huellas de cultura indiana que destacan en el poblamiento disperso de Cadavedo; Mari Rico, el Camino de Santiago. «Tener el albergue aquí resulta muy positivo, porque fija peregrinaciones. Este año santo hubo días de hasta cincuenta peregrinos, que a veces también llenan los hoteles y los restaurantes», advierte. La pregunta que añade el alcalde de Valdés, el socialista Juan Fernández Pereiro, inquiere comparando: «Si Oviñana, por ejemplo, tiene tres o cuatro restaurantes, ¿por qué no Cadavedo?».
Habría que exprimir los recursos propios y, sobre todo, empujar «entre todos», enlaza Rico. «Tenemos que ser los propios cadavedanos, que estamos en una etapa de apatía, un poco dormidos». Hace falta cierto arrojo colectivo que dé respuesta a la pregunta, otra vez, del fraile que escribía poesías hasta en las paredes de esa casa asturiana con corredor y hórreo adosado: «¿Aú tan los mieus asturianus? ¿Aú tan las Esturias mías?».
El regalo de Galo, la Regalina
«Toupada fai cientos de'anus» en el hueco del tronco de un castaño, según la tradición popular y lo que de ella recogió el padre Galo (1884-1939), la imagen de la Virgen de la Riégala preside en Cadavedo casi ininterrumpidamente desde 1931 la romería que el fraile poeta y filólogo quiso así para reivindicar la asturianía. La «fiesta de Asturias», todavía genéticamente pura con su desfile de carros engalanados, su danza prima cadavedana, sus ramos de alfiladas y su inmenso escaparate de trajes regionales, es la recuperación de un festejo medieval a la manera de Galo Antonio Fernández y Fernández-Cantera. Él, un cadavedano asturianista y viajado, hizo erigir la capilla en el campo de La Garita, recuperó el culto a la Virgen de Riégala y escribió en faliecha valdesana los versos que inspiran la fiesta de todos los últimos domingos de agosto y que han impregnado el pueblo de apego a sus tradiciones. Redactaba poemas, y sobreviven los testimonios impresos y visibles, hasta en las paredes de su casa de Cadavedo.
Por su culpa sigue este pueblo adosado a la usanza de lo que ha sido siempre una aldea asturiana y por eso lo sigue animando desde dentro la Sociedad Popular de la Regalina, desde «hace más de 75 años, lo que mueve todas las actividades culturales y lúdicas de Cadavedo». Aunque en muchos aspectos su presidenta, Blanca Fernández, observa que en Cadavedo «estamos muy dejados de la mano de Dios», aquí la cultura asturiana y el legado de Galo permanecen. No sólo en agosto; la casa natal de Fernán Coronas sigue sirviendo en el siglo XXI para lo que la utilizó el poeta: la Xunta d'Escritores en Llingua Asturiana lleva dos años utilizándola para sus reuniones reivindicativas.
El Mirador
_ La carretera
Como en todo el Occidente, «las comunicaciones han sido un lastre toda la vida», confirma el empresario turístico Alberto Fernández. Así siguen ahora, con la demanda concentrada en los tramos inconclusos de la Autovía del Cantábrico. Aunque la mejora es evidente desde hace unos años y la accesibilidad deseable, aquí tampoco se escapa la doble dirección de las autovías. «No está claro que fijen población, a lo mejor es al revés», asegura Manolo Santullano.
_ El cuartel
El de la Guardia Civil, que sufre abandonado sin uso en el centro del pueblo, le daba cierta vida cuando vivían ocho familias. De propiedad privada, el proyecto para su rehabilitación y transformación en apartamentos permanece detenido.
_ La casa
El edificio natal del padre Galo sí está rehabilitado, con su corredor de madera, su piedra vista y el pozo en la antojana. El hórreo se ha reconvertido en telecentro y a la casa, que podría ser un pequeño museo, «se le saca algún partido con actividades puntuales, pero tal vez no lo suficiente», afirma Alberto Fernández.
_ La playa
«Abandonada» o «destrozada», según quien la retrate, La Ribeirona duele en Cadavedo. Entre los vecinos se escucha la demanda de atención a las necesidades del arenal, cuyo entorno fue remodelado hace cinco años con un área recreativa, aparcamiento y un viejo molino rehabilitado.
_ La senda
El camino costero que sale de la playa de Cueva, está terminada la primera fase, de cabo Busto a Querúas, y queda la segunda hasta el campo de la Regalina.
_ La pequeña industria
Una franja de terreno paralela a la autovía tiene calificación de suelo industrial y un potencial para ubicar ahí, aseguran los vecinos, el área de cierta expansión empresarial que pide la localidad.
_ Un pabellón
Hace tiempo, rememora José Méndez, la demanda de mejora de infraestructuras pedía «un polideportivo». «Hoy por hoy», el equipamiento ideal sería, a su juicio, «un pabellón multiusos».
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