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La isla media en un archipiélago aislado

La localidad valdesana se enfrenta a la necesidad de atraer población de primera residencia sin perder su personalidad de pequeña villa tranquila ni quedar anclada en la nostalgia

Fermín Rodríguez / Rafael Menéndez Centro de Cooperación y Desarrollo Territorial (CeCodet) / Cadavedo (Valdés)

Entre cabo Vidiu y cabo Busto, la sierra prelitoral se echa sobre el mar. La rasa apenas tiene fondo y los ríos, en la querencia del mar, se desploman vertiginosamente de las próximas alturas tajando profundos surcos en la rasa. Estas vallotas rompen la rasa y aíslan varias facetas triangulares, en cuya base, al Sur, se recogen aldeas recrecidas, mientras que campos microparcelados ocupan el extremo norte, más o menos romo, pero siempre apuntado a la mar. Esta peculiar orografía da identidad al sector más oriental de la marina del poniente astur. Dentro de él podemos encontrar tres pequeñas unidades territoriales, el Cuarto de las Luiñas en el concejo de Cudillero, Cadavedo y Canero, en el municipio de Valdés. La unidad central corresponde a la parroquia de Cadavedo y a un pequeño enclave de la de Arcallana, tiene una fachada rectilínea que mira al Norte, mientras que las dos laterales arrumban hacia los cabos, abriéndose al Este y al Oeste, hacia Vidiu y Busto, respectivamente.

La peculiar carretera de Ribadesella a Canero aquí se hizo especialmente tortuosa para trabajar como colector de base. Como alternativa funcionaba la de Oviedo-La Espina-Canero, una especie de «bypass» que dejó embolsado este sector. El crecimiento de la economía en la década de 1990 aquí llegó de manera sosegada. Tampoco llegaron apresurados capitales externos y cuando aparecieron la protesta vecinal los contuvo, preservando la originalidad de un sorprendente paisaje de excelencia, dibujado con las líneas de la mejor composición del Atlántico ibérico.

El aislado mundo de entre los cabos tiene su tierra media, la de Cadavedo, encerrada en una pequeña burbuja. Es una isla de tranquilidad. Una plataforma elevada casi cien metros sobre el mar, cerrada al Sur por los setecientos metros de la sierra de Palancas, a algo menos de tres kilómetros de la afilada punta del Cuernu, espolón que taja la mar y sobre el que se ha tallado, en contraste con la colosal obra geológica, un humilde mascarón de proa en forma de pequeña ermita dedicada a la virgen de La Regalina. La campa de La Garita es un lugar telúrico, con maná, encantado y respetado, que divide las aguas entre las playas de La Ribeirona y El Churín, alicientes discretos para un veraneo plácido y tradicional que huye de los agobios y la modernidad.

Cadavedo es pola laxa, pero que no desparrama su caserío incontinentemente, sino que lo hace apoyándose en los viales tradicionales, con un cierto orden, que rehúye la aglomeración y que busca la proximidad a lo de cada uno, sin molestar y sin demasiado interés por cambiar las cosas, es así como aparecen los barrios de Miares, Los Campos, Llumbiellu, Friera, La Amargura, Las Corradas, Rapa, La Granda y Villamoros.

Ellos componen una población de raigambre e historia, la de la pesca de la ballena y la torre medieval de Villamoros. También es pola indiana, como la mayoría, con sus casonas y palacios y sus historias y vivencias de ultramar.

Hoy pasa sumida en una extrema discreción, de la que parece no querer salir. Como en la capital concejil no hay aquí crecimiento demográfico, antes bien pierde población empadronada, para dar algo más de quinientos residentes, si le sumamos los vecinos de Villademoros. Sin embargo, convendrá precisar las cosas, pues hay una importante población vinculada, hijos de la localidad o allegados que sin estar empadronados comparten su tiempo e invierten en ella.

Entre que nada se mueva, y seguir perdiendo residentes, y que todo cambie, y perder su tradición y su paisaje, Cadavedo busca encontrar su vía de futuro, para poder seguir como localidad viva, activa y atractiva. Un reto común a la mayor parte de las villas de la marina, que deben acertar con la ordenación de su crecimiento, pero sin parar los tiempos, porque ello deriva en paisaje nostálgico y envejecido, poco proclive a la creación de actividad y empleo, y a la continuidad de la población, particularmente la más joven. Hay que seguir adelante y aprovechar la mejora de las comunicaciones para atraer población en primera residencia y actividad, que permitan a la pequeña localidad dar el paso a la constitución de una pequeña villa intermedia en la marina de Cudillero y Valdés. Que le permitan mantener su vitalidad a lo largo de todo el año, sin perder su personalidad y su manera lenta y tranquila de concebir la vida, un recurso más para añadir valor. La marina occidental asturiana debe recobrar su impulso a través de sus hermosas localidades, de las que Cadavedo es magnífica representante.

El discreto pasar de un lugar encantado

Cadavedo es una pequeña localidad característica de la marina occidental. Domina los acantilados que la vista desde La Regalina hace impresionantes. Isla en la que el declive y el envejecimiento son más aparentes que reales, aunque aún así casan mal con las oportunidades y recursos que la localidad exhibe a quien se detiene en ella. No tiene prisa por desarrollar sus capacidades, dirigidas a no menguar el valor de una pola indiana, de importante patrimonio, asentada en el camino jacobeo y que ofrece sensibles alicientes a quien sepa apreciarlos.

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