Colores y olores del tiempo perdido
Santiago Menéndez de Luarca revive el aroma a mar, ocle y madera del pueblo de sus veraneos, con su paisaje a medio camino entre la villa y la aldea
Si esto es Cadavedo, es que ha
llegado verano. Al frente hay una
playa casi virgen encajonada entre
dos acantilados y arriba, en el saliente
de la izquierda, una pequeña
ermita vigilante. Se ve y se huele la
mar. El pueblo es un gran verano
con playa en la memoria de Santiago
Menéndez de Luarca Navia-
Osorio, según su autorretrato «un
periférico de Cadavedo» con casa
en Ribón, a cuatro kilómetros sin
salir de la parroquia, y una singular
capacidad para oler el pueblo a varias
décadas de distancia. «Es difícil
definir los olores», asume, pero
si hay algo que asalta la memoria
en la primera mención de Cadavedo
es el aroma tan propio de aquella
playa, «una mezcla entre mar y
ocle, parte de él entrando ya en fermentación
». El recuerdo del olor
viene a ser la remembranza proustiana
«del tiempo perdido», la confirmación
de que aquel Cadavedo
sigue presente, de forma literal, «en
todos los sentidos». A la vista,
mientras tanto, saltan las pulgas
«que cogíamos para cebo» en la
primera pesca de «esquilas y quisquillas
en la parte más oriental de la
playa, la del extremo contrario al
campo de La Regalina».Aquel niño
que anda descalzo, «tan guapamente
», por entre las piedras del
Pozo Cayón se ve a sí mismo unos
años después y constata que ahora
no podría, verificando cuánto «nos
vamos ablandando con el tiempo».
La imaginación del político asturiano,
ex subsecretario delMinisterio
deMedio Rural y ex consejero
de lo mismo en el Gobierno del
Principado, hoy vocal asesor de la
subsecretaría, le ha devuelto al entorno
en el que muchos años atrás
«cogí afición al ganado, a las vacas
y al campo». Menéndez de Luarca
siente de nuevo aquel empujón que
le hizo ingeniero agrónomo y de algún
modo hoy le impele a volver a
volver a Ribón y a Cadavedo. Con
la marea del recuerdo viene también
el descubrimiento de aquella
primera «denominación de origen»,
marcada y espontánea, que llama
«indias» a las patatas de esta zona,
de la parroquia de Cadavedo «como
mucho» hasta Cortina. «No he
vuelto a oír en ningún otro sitio
aquello de “vamos pañar indias”».
En el retrovisor se han detenido
también aquellos trabajos duros del
campo, «las cuadrillas que venían a
la siega en las ganaderías grandes»,
las esfoyazas, las excursiones al
molino de Friera, o al de Ribón,
cargados con sacos de maíz y tantas
otras actividades «que en cierto
modo han pasado a la historia».
Nacido premonitoriamente en el
edificio de la calle Jovellanos que
hoy es la sede de la Agrupación
Municipal Socialista de Oviedo, Ribón
está desde casi siempre pintando
el fondo, poniendo el decorado
a los veranos, a las semanas santas
y a algunos fines de semana. «Mis
dos primeros veranos», rememora,
«los pasé en Cadavedo, en lo que
entonces era “Villa Hilda” y hoy
“Villa Balbina”», y después, hasta
hoy, siempre en Ribón desde la
construcción de la casa familiar. Se
erigió en 1948, «el año de mi nacimiento
», se inauguró en 1950 y
siempre «desde la ventana de mi
habitación en el segundo piso se ha
visto la punta de La Regalina. Era
lo primero que veía al levantarme».
La elección no fue casual. El apellido
delata la procedencia aunque no
afine demasiado. Originaria de Tineo,
«en torno al siglo XV o XVI»
la familia baja a Setienes (Valdés) y
se establece a continuación en una
casa en el muelle de Luarca.
Para el descanso, siempre Ribón,
en esta parroquia que en boca de los
geógrafos es «un núcleo rural disperso
» y que «mimadre definía como
un pueblo que no era ni villa ni
aldea, sino más bien algo intermedio
». Aquel Cadavedo que estaba a
la misma distancia que hoy, pero
bastante más lejos –«dos horas o
dos horas y media desde Oviedo no
te las quitaba nadie»– ha evolucionado
perdiendo agricultores y ganaderos,
pero el político asturiano
agradece que el tiempo lo haya dejado
«sumido en este equilibrio entre
la mar y la montaña», mezclando
el aroma del ocle con el de la
madera de cuando ésta se tiraba con
tronzador. «Me he dedicado a la cata
de vinos, los olores son recuerdos
» y aquí el ocle en la playa combina
bien con «el de las sierras de
madera», las dos que han resistido
hasta hoy, Méndez y Los Barquitos.
No están ya «las tiendas de la época,
Casa Sabino y Casa Bernardo,
adonde iba a comprar con mis padres
», ni de Ribón a Cadavedo van
ya a misa en carro las familias numerosas
de nueve hermanos, pero a
cambio sigue aquí, casi sin tocar, la
fiesta muy asturiana de todos los últimos
domingos de agosto. La Regalina
de antes era menos multitudinaria
y estaba más restringida «a
una geografía más local, casi únicamente
a los concejos de Valdés y
Cudillero», pero ha conservado «lo
más importante», agradece Menéndez
de Luarca, «su espíritu de romería
asturiana en un sitio tan particular
y sui géneris como el campo
de La Garita». Es «el equilibrio entre
la fiesta y el paisaje», el preludio
de aquella otra «fiesta de la playa,
muy entrañable» ya cuando no había
«ni altavoces, ni megafonía, ni
nada más que un tingladillo que se
montaba en la misma playa».
En el paisaje también hay gente,
personas «con mucha cultura, nacida
y aprendida», y destaca don
Juan, el médico. Ese doctor rural,
«excelente profesional y persona»,
que «inicialmente se movía a caballo,
luego en moto y por fin en un
Seiscientos que se hizo muy famoso,
que no era conveniente encontrarse
de frente».Animando el panorama
del recuerdo sigue María
de Sija, «mi madre decía que era
una de las personas más inteligentes
que había conocido», o Juan,
«peón caminero voluntario», un día
que Santiago «iba a Luarca en bicicleta
yme lo encontré a la ida y a la
vuelta, por la mañana y por la tarde,
en el mismo cruce de la carretera».
–¿Qué haces ahí?
–Apuntando los coches que pasan
hacia Luarca y hacia Avilés.
¿Quieres creer que son los mismos?
También Cadavedo, por expresa
voluntad propia, quiere seguir siendo
lo mismo. Sin entrar en la enorme
polémica de hace unos años,
con el pueblo levantado en contra
de las pretensiones de hacer urbano
el suelo de la localidad, a Santiago
Menéndez de Luarca le parece
«muy bien el mantenimiento de la
esencia rural del pueblo, que no de
la pobreza. Ha conseguido mantener
una tipología muy propia de
Cadavedo, con unos edificios más
afortunados que otros, pero conservando
esa estructura de la casa con
huerta y prao que definiómuy bien
Ortega y Gasset cuando estableció
la diferencia entre Asturias y Castilla
y dijo que en Asturias se vive y
se trabaja en el campo, mientras
que en Castilla se trabaja en el campo
y se vive en el pueblo». ¿Será esto
esto el desarrollo sostenible?
«Cadavedo lo consigue en sí mismo
», sostiene, aunque aquí y en todo
el campo asturiano la primera
certeza confirma que «la agricultura
y la ganadería son necesarias para
mantener un medio rural vivo.
No suficientes, pero necesarias».
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