Cabrales salta a la vista
La capital del concejo invita a apreciar las potencialidades de crecimiento que tiene su entorno rural señalando hacia los recursos agrarios, ganaderos y turísticos de su montaña
Hugo, Noelia, Julio... En la escuela de Carreña, contra una pared del primer piso, los nombres de unos pocos niños etiquetan todavía algunas perchas vacías, ni siquiera todas. El rastro de su presencia sobrevive bajo un mural de fotografías de grupos antiguos de cursos numerosos, pero hace más de seis meses que la capital de Cabrales envía a sus alumnos a la «escuelona» de Arenas. Aquí ya no había suficientes y los muros silenciosos de este colegio en desuso entristecen la metáfora sobre el abandono de la Asturias rural. En este pasillo estrecho fortificado por los Picos de Europa y el Cuera, a la vera del río Casaño y de su confluencia con las aguas de La Ría -mucho más pequeño a pesar de su nombre- viven 318 personas que a ojo calculan que son algunas menos y que han comprobado que aunque a veces no haya brazos aquí sí queda tarea. El centro administrativo del concejo ofrece algunas alternativas provechosas y anuncios de porvenires agradables, dicen, si primero se saben ver y después se trabaja y se arriesga. El queso, de entrada, hace rentable la actividad agraria y aquí sentirían si supieran las decenas de ovejas que Manolo Bárcena guía por la plaza que separa la iglesia de San Andrés de la Casa de los Bárcena, pero el menú también tiene otras cosas. Manzanas. Las de esta zona tienen algo que las hace «imprescindibles para la sidra. Son de las mejores de Asturias, estoy harta de oírselo a los lagareros», responde Juana Alonso Mier, que vive donde nació por convicción y guarda en su casa de Carreña un resumen de alternativas de futuro en un negocio que es a la vez quesería y casa rural para solaz de turistas montañeros
Ella repite que «en Cabrales se puede vivir muy bien del queso», pero mira hacia los lados y ve pocos queseros distintos a ella. Tiene su pueblo una cueva donde hace poco más de un lustro maduraban los quesos de al menos ocho elaboradores, pone por ejemplo, y a la que ahora «sólo van los míos». «A lo mejor el problema es el trabajo», aventura, los 365 días anuales de faena y la certeza de que hoy «la gente joven prefiere agarrarse a un plan de empleo y no comprometerse ni arriesgar nada», encontrarlo todo al alcance de la mano con el menor esfuerzo posible. «A mí me alucina lo poco motivados que están», remata. Pero Juanita sigue aquí, predicando. Se ha empeñado en sostener Carreña porque le da de comer y «me gusta» y además «trato de convencer a todo el que puedo de que es posible vivir en un pueblo».
No es teoría. En esta zona hay varias formas de vivir que funcionan, se adelanta César Gancedo, propietario de una mueblería en Carreña, que hace memoria buscándose en las fotos antiguas de la escuela vacía y concluye que es el único que sigue aquí de los doce adolescentes que recuerda de su quinta. Él ubica su ejemplo en Asiego, sin salir de la parroquia, a unos tres kilómetros de la capital cabraliega en ascenso por la falda del Cuera. Allí, asegura, la Ruta del Queso y la Sidra ha ideado un modo innovador de «romper con la apatía y salirse con éxito de los caminos marcados». Los hermanos Manuel y Javier Niembro llevan diez años viviendo de mezclar y revolver todos los recursos básicos de este entorno rural, el cabrales con la manzana y la sidra con el turismo y la montaña, para dar con la tecla que ha transformado su pueblo en museo y a ellos en guías de recorridos muy rentables para enseñar a las visitas cómo se hace el queso, se cultivan manzanas de esa variedad «imprescindible» y se elabora con ellas la sidra.
«A veces me pregunto si todo el potencial que tenemos aquí está convenientemente explotado». Gancedo observa el erial que rodea a la iniciativa innovadora de los hermanos Niembro y no ve nada clara la respuesta. En parte porque a la hora de explotar el lustroso potencial del entendimiento entre la alta montaña y el turismo «no contamos para nada a la hora de decidir nuestro destino». «O nos gobiernan los ultras del ecologismo o los que quieren ver hoteles por todas partes», denuncia, y así se traza una ruta que no encuentra el rastro de ese camino virtuoso que, como siempre, triunfa más cuanto más se aleja de los extremos. El justo medio, al decir de Gancedo, vive en Suiza alojado en un modelo imitable que no ha necesitado renunciar al progreso ni al turismo ni a los remontes mecánicos para llegar a tener «la montaña mejor cuidada del mundo». A este lado de la realidad, la Carreña turística resiste con un hostal, un albergue, dos pensiones, dos casas de aldea y tres edificios de apartamentos. «Suficiente, de momento», cuando Juana Alonso Mier habla en calidad de testigo de la evolución del sector a este lado del río Casaño, o del leve declive que ella ha constatado desde su alojamiento rural en el barrio de La Llosa. «Llevo doce años en esto y al principio», recuerda, «tenía ocupados todos los días de verano y casi ningún fin de semana de invierno libre. Hace tres o cuatro años que la temporada estival funciona muy bien y fuera de ella está todo más flojo».
Pero, otra vez, sabiendo mirar y volviendo a hacerlo por necesidad hacia arriba, también se columbran en este punto algunos recursos explotables. El pico La Corona tiene «buena calidad de roca para la escalada», ofrece César Gancedo, y si la cueva de La Covaciella y sus pinturas rupestres piden un aula de interpretación en Carreña, la de La Villa reclama un acceso que deje a la vista sus seis kilómetros de galerías y las estalactitas y sus «bóvedas altísimas». Joaquín Risueño, ex alcalde pedáneo de Carreña, no se rinde ni a la amenaza de que la geografía complicada de esta última obligase al visitante a entrar acostado. Y puestos a dar valor a lo que la naturaleza ha puesto aquí gratis, en la peña del Alba no sobraría «un área recreativa» para ver Carreña «como desde un helicóptero» y de propina «el Urriellu y otros cinco pueblos del concejo: Canales, Pandiello, Asiegu, Poo y Arenas». Tomando ejemplo de las cabras que le dan emblema, escudo y topónimo, Cabrales siempre tira al monte.
Para lo bueno y lo malo, sí, aquí las decisiones las toma la montaña. Igual colecciona atractivos para que la admiren los turistas que comprime a su modo el crecimiento del pueblo. La angostura del valle que aloja Carreña ha decidido en parte que este núcleo administrativo esté a tres kilómetros del centro comercial del concejo, que en la capital cabraliega se hayan puesto el Ayuntamiento y el Consejo Regulador del queso al lado de otros muchos servicios básicos y en Arenas más gente tirando del motor mercantil y económico del municipio. Los trescientos habitantes de aquí son más de ochocientos allí entre otras razones por pura lógica geográfica. Allí se construyó más porque su asentamiento a las puertas de los Picos está «mejor emplazado», pero también porque había donde, asumen en la capital. El pasillo muy estrecho que abre el río Casaño entre estas recias paredes calizas determina para Carreña un tipo de poblamiento «muy apretado», «con los ríos metidos en el valle y poco terreno llano», se suma el retrato de José Manuel Herrero, que regenta una asesoría y gestoría en la capital cabraliega.
Hay menos opciones si en ocasiones la obra «imprescindible» del saneamiento de la cuenca del Casaño, de Carreña a Arenas, «parte en dos alguna zona urbanizable». Y menos aún si la emigración que ha salido de este pueblo, preferentemente hacia México, produce indianos que han echado muchísimas manos en el progreso de la localidad, sí, pero que también han dejado casas que a veces se caen, que son de muchos y «en realidad de nadie» y «resulta muy difícil juntar y poner de acuerdo a todos los herederos para venderlas», explica César Gancedo. Pero al margen del caso concreto, urge el cuidado en la custodia del aspecto rural de la capital cabraliega, recuperar el pueblo de la «dejadez» que detectan algunos de sus vecinos y mantener el patrimonio a salvo. Juana Alonso agradece en este punto el proyecto que arreglará los puentes sobre La Ría y sobre todo el Conceyu, bajomedieval con pretil adosado a un edificio acaso demasiado moderno, y no se cansa de reclamar un nuevo cuartel de la Guardia Civil que reemplace a la ruina que se cae a la entrada del pueblo, «y algunos lugares más limpios y las calles mejor»... Se trata de preservar la mezcla afortunada que aquí combina el ambiente rural que se percibe a cada paso con «todos los servicios» visibles especialmente en la travesía de la AS-114, Cangas de Onís-Panes: no sólo el Ayuntamiento o el Consejo Regulador, repasa José Manuel Herrero, también «farmacia, médicos, Guardia Civil, tres de las cinco sucursales bancarias del concejo, seguros...». Mucho, sentencia, «comparado con la gran mayoría de los pueblos».
Pero si lo que se ve desde aquí son sobre todo montañas, el siguiente paso pone el pie en el Cuera. El discurso del vecindario de Carreña va y viene, una y otra vez, de las posibilidades poco aprovechadas a las oportunidades desperdiciadas y ahora la imagen son las cabañas que se derrumban en la sierra. En ese espacio que en otro tiempo daba de comer, si no se pone remedio, «dentro de poco no va a haber más que piedras en el suelo y no se va a saber qué ha pasado». Contra la amenaza de ese paisaje desolador, Gancedo deshace incompatibilidades y afirma que «nada tiene que ver la necesidad de ir adaptándose a los tiempos con conservar nuestras esencias» y que lo que fue ganadero puede encontrar otros usos, pero que el queso, otra vez, tiene pruebas de que aquí tampoco es descabellado seguir pensando en la ganadería. Se puede si se la mira con ojos actuales, eso sí, y haciendo fuerza con la unión, avanza Joaquín Risueño. Con polígonos ganaderos y cooperativas, concreta, que compren a gran escala, moderen gastos y hagan de tripas corazón para superar el espíritu individualista que, afirman aquí, ha tenido siempre el ser cabraliego.
Juana Alonso recuerda que una experiencia de explotación conjunta fracasó «hace unos diez años» con el queso de Cabrales, y Gancedo da con una posible explicación buceando hacia sus ancestros. «Descendemos de la soledad de los pastores, de su filosofía individual» y de su economía de subsistencia autosuficiente, «pero tampoco somos así para todo», matiza. «Cuando se muere un vecino, o cuando había que arreglar un camino, ahí está y estuvo siempre todo el mundo, dispuesto a ayudar y a poner dinero». Esa es la actitud, dirá Juanita Alonso, ahí se ve el principio de la construcción del futuro a partir de ese «saber querer a un pueblo» que ella sintió siempre por aquí pero que cada vez echa más de menos. Es «valorarlo, hacerlo ver... Porque lo de los pueblos todo se desprecia».
El Mirador
_ La ruta del río
Igual que en Arenas y Poo, en Carreña urge la finalización del saneamiento de la cuenca del Casaño para preservar las aguas del río, pero asociado a aquél sobrevive otro proyecto con el que la capital cabraliega mataría dos pájaros de un tiro. Es un paseo fluvial hasta Arenas que aprovecharía el trazado de las tuberías del saneamiento. El camino, no obstante, debe salvar algunas dificultades en un trayecto que se pierde en las zonas en las que la tubería atraviesa las peñas.
_ La Covaciella
El Ayuntamiento de Cabrales compró y rehabilitó la antigua casa de los Bárcena, frente a la iglesia de San Andrés, y sigue pendiente el proyecto para llenarla con un aula de interpretación de las pinturas rupestres de La Covaciella. «Está el continente, falta el contenido», definen los vecinos, a los que no les sobraría una asociación cultural -«como la del Llacín, en Porrúa»- que colaborase con el Consistorio para hacer frente al proyecto.
_ El Cuera
Conservar las cabañas del Cuera, que se caen, sería cuidar la tradición secular de esta zona, apuntan los cabraliegos de Carreña. Eso y «limpiar las camperas» para favorecer el uso turístico o ganadero de la sierra.
_ Un cuartel
El antiguo cuartel de la Guardia Civil, a la entrada del pueblo desde Poo, se cae, literalmente, y Carreña lleva doce años esperando por una restauración o un nuevo inmueble.
_ Una ambulancia
Fuera del verano, la única ambulancia del entorno espera llamadas en Cangas de Onís o en Panes. No la hay en ningún pueblo de Cabrales, denuncia Joaquín Risueño, que agradecería la mejora del servicio que supondría tener el vehículo aquí. «Desde Carreña, llegaría en diez minutos a cualquier sitio del concejo y en media hora a Sotres», afirma.
_ Manzanas
Entre los recursos naturales poco explotados en este valle cerrado por los Picos y el Cuera, los habitantes citan sobre todo las manzanas de una variedad apreciada tradicionalmente por los lagareros como «una de las mejores de Asturias» e «imprescindible para la sidra».
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