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Oportunidades entre peñas

Capital del universo de la alta montaña, Carreña afronta el desafío de sacar partido a su medio adverso mediante la atención al turismo rural y a su singular cultura local

Fermín Rodríguez / Rafael Menéndez Centro de Cooperación y Desarrollo Territorial (CeCodet) / Carreña (Cabrales)

La pequeña villa de Carreña es capital del mundo de la alta montaña, la que da identidad territorial a un concejo edificado entre blancas paredes verticales, que compartimentan diminutas vegas y majadas repartidas a distintas alturas. Carreña es capital de un cierto mundo ganadero, el de los pastores, género de vida tradicional dedicado a la cultura del ramo de los ganados menores, la «reciella». A los mayores se dedican los vaqueros, y aun entre ellos se hacía distinción entre los que se especializaban en el ganado de pata hendida, la mayoría, de los de pata redonda, ramo también muy rentable para las labores de reja en las pesadas tierras de pan llevar de Castilla. Antes de la llegada del tractor. Estamos hablando, por tanto, de hace uno o dos eones. Y, sin embargo, en Carreña hoy aún se siente este género de vida de los pastores, claramente determinado por la geografía, pues los pastos nunca dieron para mantener una cabaná de vacunos y el aprovechamiento de los fragmentados y minúsculos huertos, joyos y majadas, repartidos a voleo entre las peñas, más requiere de ligeros treparriscos que de pesados rumiantes incapaces de hincar el diente, mejor diríamos el pico, en las paciones de los minúsculos «güertos» o digerir los leñosos vegetales de las carbas.

Ovejas, cabras y sus pastores se desplazan como funambulistas entre desplomes y «derribaeros» por imposibles trochas, desafiando a la gravedad y acobardando al monte, al que contienen como semovientes naturalmente desbrozadores. Todo eso nos habla de la capacidad humana para obtener provecho y vivir en casi cualquier medio, por hostil que parezca a la mirada urbana. Sin embargo, esta capacidad no se improvisa, es producto de una larguísima experiencia de vida y afanes, de una cultura del azacane, ni un minuto que perder, para vivir y disfrutar la montaña. Un modo de vida que contumazmente, por cierto, se resiste a desaparecer. Para que eso no ocurra son imprescindibles las polas, como la de Carreña, minúsculas capitales de diminutos mundos, eso sí, de alta densidad, pues cargan horizontes de naturaleza, cultura, sabor y salud.

Carreña se localiza en las estrecheces del desfiladero abierto por el río Casañu y se alarga hacia el norte siguiendo el «beyu» de La Ría, camino de Llanu Molín. Por tanto, Carreña se sitúa entre peñas. Al Oeste, la Pica Cabrón y La Carbonera. Al Este, La Corona y el Cuetu La Quemada, mientras que el paredón del monte Beliembre la cierra por el Sur. Es un microcosmos formado por planos inclinados. Apenas un diminuto llano forma la vega que fue aprovechada para asentar la villa, en la confluencia de las riegas que bajan el agua del Cuera y el Casañu, al que sigue la carretera que viene de Cangas de Onís. Los mínimos rellanos escalonados son aprovechados para exiguos pastizales «güertos», que ascienden por la vertiente sur del Cuera siguiendo los escuetos cursos fluviales que conducen hasta las majadas meridionales de la sierra. El suelo llano es un recurso escasísimo, lo que condiciona el lento crecimiento de la villa -menos de 400 residentes-, cuyo papel central complementan, sobre vegas más amplias en el encuentro entre el Casañu y el Cares, las localidades de Poo y Arenas. Entre las tres suman 1.400 habitantes de los 2.000 del concejo.

La villa es de plano desordenado, tipología rural y distribuida alrededor de un eje principal Norte-Sur, sobre el que se asienta el caserío agrupado en barrios: La Llana, El Pamental, El Quintanal, La Bárcena, La Llosa,  ya que la carretera que hace de colector de base ocupa casi completamente el surco en el que se convierte el valle transversal y apenas deja hueco para otra ocupación. Carreña concentra de esta manera la mayor parte de los equipamientos públicos de Cabrales: Ayuntamiento, consultorio médico, farmacia, veterinario, Casa de Cultura, asistencia social, Consejo Regulador del Queso de Cabrales, Correos, casa cuartel de la Guardia Civil. Esto es, los propios de una capital de concejo, con los que el Estado sirve, ocupa y mantiene su territorio. En la mayor parte de España el municipio es la célula básica de la administración territorial. En Asturias, no. Son las parroquias. Los concejos no son de vecinos, sino de parroquias. Fueron, más que son, una federación de parroquias, cada una con sus pertenencias, montes, majadas y cotos. Y lo son desde hace muchos siglos. Así que, si a la geografía, que determina, se une la historia, que refuerza, empezaremos a comprender la potencia del sentimiento del lugar en Asturias, incluso, y especialmente, dentro de un mismo concejo. Donde si dos o más polas se disputan la primacía, muchas veces es porque una aporta sus credenciales capitalinos y la otra su dinamismo comercial. Cuando las dos facetas se unen, tenemos la villa perfecta. Cuando están separadas, surge una cierta forma de sana competencia, que se conoce como piquilla. Y en Cabrales la hay entre Carreña y Arenas.

El entorno de la villa y de los pueblos más próximos muestra la dificultad de la vida en la montaña y de sacar rendimiento a un medio de montaña extrema. Los pueblos buscan los rellanos en altura, más soleados, mientras que Carreña renuncia a la luz para vincularse a la carretera de comunicación con el exterior. Lo que le permite, sin embargo, contar con una decena de establecimientos turísticos, un número notable en relación con el tamaño de la localidad.

Carreña se ha unido así, en las últimas décadas, al impulso de creación de establecimientos y empresas de turismo en el medio rural, que atraen flujos variables de visitantes al reclamo, sobre todo, del paisaje de la alta montaña cantábrica. Pero también por el mundo de la pesca deportiva, en torno a los pozos de ríos de aguas enrabietadas y esmeraldas. La villa trasmite un clima de ensimismamiento e introspección que no rompen las actividades tradicionales ni tampoco las nuevas, ni siquiera la presencia de la carretera. Ritmo lento y quietud, salvo en las temporadas marcadas por el calendario vacacional o por las temporadas de caza y pesca.

Pero Carreña es capital de un concejo de poderoso patrimonio arqueológico, histórico y cultural. Y de singular cultura local, que mantiene la huella en el paisaje de la lucha del hombre por sobrevivir, para hacer producir un medio difícil, lo que consigue con una cultura que sabe controlar la gravedad, el sol y el agua. Es tanta la sofisticación alcanzada por el sistema de gestión territorial que llega a hacer productos excelentes, únicos. Para que eso fuera y siga siendo, Carreña, como pola capital, es un elemento imprescindible, pues da soporte a la actividad productiva. Y facilita un mayor grado de refinamiento al integrar, al servir de enlace, con mercados más selectivos y lejanos.

El patrimonio cultural como vía para diversificar actividad y fijar población

Carreña es pola capital de la más pindia montaña, cercada por los «beyos» de los Picos de Europa y de la sierra del Cuera. La localidad cabraliega se erige en cabeza de un microcosmos fragmentado en múltiples planos inclinados. Es el soporte vital de un sistema ganadero refinado por una dilatada experiencia que hoy aspira a estabilizar incorporando otras actividades relacionadas con el turismo, los productos tradicionales de presentación actualizada y el aprovechamiento de la marca de calidad del propio concejo y del parque nacional de los Picos de Europa.

Desde Carreña, el concejo de Cabrales mantiene el reto de aprovechar su rico patrimonio cultural para aumentar la diversidad de actividades y, con ella, las posibilidades de la población joven en el entorno de la alta montaña asturiana. La sana competencia con Las Arenas ayuda a ello.

 

 

 

 

 

 

 

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