Abrir Cerredo
La escritora Rosa Cunqueira destapa la parte rural más tradicional de una villa cambiada por la minería que necesita ideas nuevas para recuperar su vitalidad
Rosa Cunqueira ha dejado abajo la carretera para subir hasta la iglesia de Santa María, en la parte de Cerredo menos contaminada por la arquitectura obrera y los bloques de viviendas inconfundiblemente mineros de la zona más urbana de la villa degañesa. En el barrio de La Cuesta, donde el nombre no necesita explicación y la población actualizada por la industria se convierte en una aldea campesina muy parecida a las demás, la pequeña ermita blanca del siglo XIV sigue vigilando en plano picado todo lo que pasa en la villa y no tiene nada que ver con la modernísima iglesia nueva de la parte inferior. Cuando hay que escoger un refugio, en la memoria de la escritora aparece siempre esta parte alta, la «del pueblo pueblo» y «las cosas antiguas, que son las que más me transmiten». El verso antes que la prosa.
La escritora, que vive en Cerredo y pasa la vida en su tienda de artesanía con alojamiento rural en Tablado, dice que no es escritora, que «lo que me gusta es transmitir mi cultura». Acaba de publicar «Suenos», un libro de versos escrito en la jerga gremial de los cunqueiros y a la vez una misión al rescate de la forma de vida y de expresión de aquellos artesanos que fabricaban y vendían por casi toda España cuencos de madera hechos con torno de pedal en cuatro pueblos hoy casi deshabitados de la tierra limítrofe entre Degaña e Ibias: Tablado y El Corralín son degañeses; Sisterna y El Bao, ibienses. Hoy todavía tornean allí su cuñado y su hijo, y los poemas son a la vez lo primero que publica ella y lo primero editado en el hablar muy particular de los cunqueiros o tixileiros. Quiere cuidar esta lengua desusada con terminaciones «parecidas a las gallegas» y un sonido característico que sustituye lo que en otros sitios es la «che vaqueira» por algo a medio camino entre la «d» y la «r», técnicamente una «prepalatal oclusiva sonora» que en libro de Rosa se escribe «d.d». En ese idioma particular, un «freixo» es un extranjero. Y extranjero era incluso uno de Cerredo aunque Tablado esté a catorce kilómetros y dentro del mismo municipio, de «freixo» trataron hace 42 años al padre de Rosa Cunqueira, natural de esta villa minera, cuando se fue a casar con su madre a El Corralín, en plena tierra cunqueira.
Por eso de la querencia por lo antiguo viene la búsqueda de abrigo bajo el artesonado de madera, de inspiración mudéjar, que distingue a esta pequeña iglesia elevada a una altitud similar a la del Rañadoiro. Y eso importa porque en los inviernos de antes del túnel, cuando no había otro remedio que atravesar el puerto para pasar a Cangas del Narcea, Santa María servía como «punto de referencia» para saber cuánta nieve iba a haber en el alto y si iba a ser o no posible atravesarlo. Ella lo miraba «cuando iba a trabajar», porque siempre lo decía su abuelo, que vivió donde los padres, en el barrio de San Roque, otra vez la parte más original de Cerredo, la que se salvó del modelaje y la transfiguración operados por el paisaje y el paisanaje muy particular que llegó hasta aquí acompañando al florecer de la minería del carbón. San Roque, con la capilla de su boda y las callejas estrechas de los juegos de infancia, y con su ambiente más rural y sus casas bajas de piedra, es para Rosa Cunqueira otro refugio a salvo de la transformación operada en esta villa que subió y bajó cuando lo hizo el sector minero. Que ya tampoco es lo que era.
En la voz de la escritora degañesa, nacida en Sisterna «de casualidad, porque mis padres vivían en Cerredo», no hace tanto que esta villa tenía la explotación de carbón «en pleno auge» y la tasa de natalidad «en lo más alto de Asturias». Mirándola ahora a ras de suelo «se nota la diferencia en que el nivel de vida era superior al de otros sitios. Las carreteras eran malas y las conexiones difíciles, pero había más bares más llenos de gente y tiendas de ropa, que ahora no hay...». El pueblo de hoy, en el que todavía se reconocen los restos desperdigados de lo que fueron bares, enseña su cambio de sentido en los barrios mineros en vías de desocupación y a veces detrás de la percepción de alguna falta de iniciativa para reflotar en parte lo que hubo. «Vas a Los Tachos y quedan diez habitantes», confirma Rosa Cunqueira, «en mi bloque hay tres pisos ocupados de los seis que hay en total. Lógico, si la gente ya no tiene en qué trabajar...».
Rosa Cunqueira no se llama Rosa Cunqueira. El carné de identidad dice Rodríguez Menéndez, pero la vocación ha autoimpuesto el apellido como otra forma mucho más evidente de no dejar morir lo que quiere conservar. Trabajó como guía turística en la reserva de Muniellos y entre otras ocupaciones dio clases de turismo activo en Cangas del Narcea, pero su final ha sido, de momento, El Rincón Cunqueiro, una tienda de artesanía tradicional en un pueblo que tiene en invierno dieciséis habitantes, pero siempre tres asociaciones culturales. Abrió hace seis años y casi no hace ni un mes que la acompaña un alojamiento rural para turistas, uno de los cuatro únicos que tiene hoy el concejo de Degaña. Justo antes de la apertura «nos decían que éramos los locos de la colina, que para qué queríamos aquello allí». Pero aquello allí era, y sigue siendo todavía, una persistente cuestión de fe. «Hay que creer en ello», remata la escritora. «El problema es que a veces la gente no tiene fe, pero en esta zona hay potencial, y no sólo turístico».
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