Debajo hay un pueblo
Colloto participa de la expansión de Oviedo hacia el Nordeste con una honda transformación urbana que ha fraguado la tercera población del concejo y porfía por no enterrar el viejo espíritu rural bajo su aspecto de barrio residencial
A través de Colloto por la calle Luis Suárez Ximielga, dejando a la espalda los dos ojos del «puente romano» sobre el río Nora, Luis Miguel Suárez describe lo que ve un peregrino del siglo XXI en la vigésima etapa del Camino del Norte a Santiago, viniendo desde Granda y a punto de traspasar dentro del casco urbano collotense, sin darse cuenta, la frontera entre el concejo de Siero y el de Oviedo. Le recibe a la derecha la maleza enraizada entre las piedras del edificio en ruinas que fue la antigua fábrica de cervezas El Águila Negra. A su alrededor, un polígono industrial. Calle arriba, «una vivienda unifamiliar con cien años. A su lado edificaciones de pisos en altura de 1970; cerca, otras de planta baja» y fábrica anterior. Pronto, una larga hilera de adosados con la fachada amarilla y el tejado azul y un grupo de casas bajas con corredor. Una casa de indianos, una casona hecha lagar, un gran parque con panera, hectáreas de zonas verdes y, por casi todas partes, cada vez más denso a medida que se avanza, un bosque de bloques de ladrillo con frontales de colores diversos haciendo corro a jardines interiores. La mezcla se distribuye más o menos ordenada a los dos lados de la calle principal de siempre, paralela a la N-634, que hace unos metros era Suárez Ximielga y ahora es Camino Real, desfigurada y reedificada al gusto de los barrios residenciales producto genuino de aquel esplendor del ladrillo. El puente informa de que esto estaba vivo hace muchísimo tiempo; los inmuebles de cinco alturas y ladrillo marrón, los carricoches y las colas en los parques infantiles confirman que sigue con vida. Luis Miguel Suárez, presidente de la Sociedad de Festejos de San Antonio de Padua, dirá que ha resistido a la manera muy particular del urbanismo desaforado del arranque de este siglo. Que «el urbanismo fue brutal» y que «se hizo sin criterio», que «se intentó convertir un pueblo en un barrio» y que «eso no tenía ni pies ni cabeza».
En el nuevo casco urbano de Colloto, efecto colateral de la elección del extremo nordeste del concejo como la gran zona expansiva de la capital del Principado, el cambio de siglo llegó con el recrecimiento ya iniciado y cerca de 3.000 habitantes en la suma de la porción de Oviedo con la de Siero. A mediados de 2012, con más de 4.000, el primer vistazo ya sirve para comprobar hasta qué punto el urbanismo explosivo de la década inicial del milenio ha reedificado este pueblo que tiene dentro la frontera invisible entre Oviedo y Siero y que de un tiempo a esta parte, a toda prisa, se ha vuelto urbano. Pero Colloto antes era un pueblo, y eso todavía se nota. Hoy tiene una panera decorando el verde ondulado del parque Rafael Cuartas y, eso sí, dirán los vecinos, una pelea abierta por mantener vivo el viejo espíritu agrario bajo la gruesa cáscara del arrabal metropolitano. «Es raro que salga y no tenga que decir buenos días o buenas tardes a veinte o treinta», resume Enrique Rodríguez, secretario de la Sociedad Collotense de Festejos y defensor de la permanencia de la sustancia rural debajo del aspecto de ciudad moderna. En algún sentido queda «el tinte de pueblo», dice, y menos mal, porque los planes y los planos han querido edificar aquí, a toda costa, un apéndice de la gran ciudad. Puede que siga el espíritu, pero falta la apariencia. Con la forma informa Colloto de que aquí hubo un lugar de paso, edificado junto a la carretera nacional 634, vieja salida de Oviedo hacia Santander, estirado en paralelo a ella y a lo largo de la calle del Camino Real, porción collotense de la ruta hacia Santiago. Por esa carretera que enhebra el caserío de la localidad hay dos kilómetros escasos en línea recta entre el final de Colloto y el principio de Oviedo en la Tenderina. Andando, eso sí, hace sólo unos días que llegar es más difícil por el cierre al paso peatonal de la nueva glorieta de Cerdeño. Pero la gran ciudad está ahí mismo y por esa proximidad y esta tranquilidad rural a salvo del bullicio urbano, por la oferta de dos colegios, la rebaja del precio del suelo urbanizado y hasta la vecindad de algún gran centro comercial hizo fortuna la identidad entre Colloto y la función residencial, resultado de aquella bonanza previa a esta crisis económica. Los ingredientes del proceso se mezclaron en torno al cambio de siglo, pero el fenómeno, de algún modo, puede que se viera venir desde hacía tiempo. Por la geografía y la orografía, por la historia de este lugar de paso a un paso de Oviedo, llano y accesible. El escritor cangués Juan Antonio Cabezas había visto sólo el Colloto de los años cincuenta cuando dejó descrito «un pueblecito de buen caserío, que huele a cerveza de su fábrica El Águila Negra» y que además «puede considerarse ya un arrabal de Oviedo».
«Estamos muy cerca. De Oviedo, de la salida hacia León y, de paso, hacia Santander». Fernando Guirado, hostelero en el Camino Real, habla viendo pasar trenes a Gijón e Infiesto por los dos pasos a nivel del pueblo y parar la línea con más frecuencias del autobús urbano ovetense. «Las buenas comunicaciones son una clave» de las que pueden justificar el estirón, pero hay otras. El caso es que Enrique Rodríguez se congratula por la frecuencia con la que ve pasar parejas jóvenes empujando carricoches, y Guirado, al calibrar a ojo la estructura de una población con su porción de familias importadas, pero también con «mucha gente de Colloto que compró pisos y sigue viviendo aquí». La buena venta del modelo residencial collotense, 3.400 habitantes en la zona de Oviedo y cerca de setecientos en la de Siero, se ha estirado hasta reconstruir aquí la tercera población del concejo, tras la capital y La Corredoria, esa versión corregida y aumentada del patrón de ensanche metropolitano ovetense que está ahí al lado, un par de kilómetros al Oeste y en la misma margen izquierda del Nora, compartiendo con Colloto los límites septentrionales del municipio. Entre el final físico de la ciudad y el comienzo de esta prolongación urbana apenas hay más separación que la que impone el polígono industrial del Espíritu Santo. Está cerca y por eso es así. Mucho más grande que hace unos años, pequeño para lo que podría haber sido si el súbito pinchazo de la burbuja inmobiliaria no hubiese frenado en seco el plan parcial de Roces, cerca de 1.000 pisos en la loma que se alza al pie de la carretera al salir de la localidad hacia Oviedo. Aquello, vecino de otra gran urbanización con un nombre que definía el modelo -«Colloto, ciudad jardín»- «sí que habría masificado completamente Colloto» hasta llegar a «una Corredoria», opina Suárez, agradecido a la crisis, que ha evitado, de momento, la gran explosión urbana de aquel pueblo desfigurado.
En la carretera nacional que atraviesa Colloto sin tocarlo, con el caserío levemente retirado de la calzada, la iglesia de un lado y casi todo el resto del pueblo del otro, el bajo de un edificio de tres plantas aloja un centro de salud al decir del vecindario insuficiente para cubrir las necesidades de un poblamiento expansivo. Está en la parte de la travesía que corresponde a Siero, nominalmente, avenida de Europa, y además de a Colloto atiende a enfermos de Granda, Viella y Limanes. Manuel Rodríguez, alcalde de barrio del área ovetense del pueblo, identifica en el consultorio periférico el mejor indicio de que el incremento acelerado de la población ha pasado aquí por encima de la capacidad de algunos servicios. Como en La Corredoria, pero a su escala inferior de explosión demográfica, Colloto necesita, al decir del vecindario, un repaso en la dotación de infraestructuras. También la adscripción de la Secundaria al colegio público, la saturación de las aulas en el concertado y los aparcamientos que faltan, los dos pasos a nivel que sobran, el puente «peligrosísimo», sin aceras, que salva la vía del tren y el Nora a la salida del pueblo en dirección a Granda o la práctica incomunicación del caserío urbano collotense con la carretera general, con dos únicos accesos en más de un kilómetro de travesía y una dificultad evidente para cruzarla casi a cualquier hora. Por no hablar del conflicto judicial entre el Ayuntamiento de Siero y la empresa que desarrolló el polígono industrial del Águila del Nora y que mantiene en desuso y en ruinas el viejo edificio de la cervecera, demasiado visible su miseria desde la carretera, o de las veces que Estela Sierra se pregunta «si estoy en Colloto o en Bulnes antes del funicular». Pertenece a una asociación de mujeres muy significativamente llamada Colloto Existe, y se refiere, por ejemplo, a la estrechez educativa de un pueblo creciente con los colegios desbordados. «El concertado es el único que tiene Secundaria», explica. «El público obliga a mandar a los niños de doce años a los institutos de La Corredoria o Ventanielles. El de La Corredoria está saturado, en Ventanielles también hay mucha población infantil y juvenil, así que nos enfrentamos a la necesidad de mandar a los niños solos en el autobús. Eso es un hándicap para la población de Colloto», que dada su entidad demográfica debería tener, sostiene, «algún aula adscrita al centro público aunque sólo fuera para el primer ciclo de la ESO, hasta los catorce». Al ordenar prioridades siempre sale el ambulatorio, Manuel Rodríguez recuerda que «el Ayuntamiento de Oviedo cedía los terrenos de la piscina», encajada en el parque central del pueblo, pero el obstáculo eterno del dinero mantiene a los vecinos de Colloto yendo al médico en un bajo escaso. «Estamos muy desatendidos en cuanto a infraestructura», concluye Estela Sierra.
Hay quien pediría más aparcamientos, aunque fuese a costa de menos zonas verdes, mientras que Lourdes Mencía, vocal de la Asociación de Vecinos «Santolaya», coincide en que al diseñar el crecimiento «no se pensó en dejar también sitios donde aparcar». Y esa cierta falta de planificación se nota a veces al buscar cabezas capaces de elevarse por encima de los edificios para tratar de adivinar un futuro para este pueblo reedificado en tránsito desde lo rural hacia el ensanche urbano. En ese debate, aquel asunto de los servicios pendientes, y en particular el del aparcamiento, entronca directamente con una de las alternativas posibles. El alcalde de barrio ha contado los bares y sidrerías que tiene Colloto en los dos kilómetros de carretera por los que se alarga su caserío reurbanizado. Suman 47. Los históricos y los nuevos, los otros y los cinco lagares y sidrerías que integran una asociación de nuevo cuño para orientar una ruta sidrera por el Camino Real y relanzar la imagen que en otro tiempo ya tuvo esta vega arrabalera como destino de ocio en la periferia urbana. Ellos son la prueba de que sigue aquí aquel pueblo que ya en los lejanos cincuenta del siglo pasado, de vuelta al relato de Juan Antonio Cabezas, olía, además de a cerveza, «a sidra de sus lagares famosos y sus sidrerías clásicas, adonde los domingos y algún día por semana suelen ir los aficionados ovetenses a merendar y a pescar merluzas en seco». Traída a hoy, actualizada a este presente sofisticado como el Colloto del siglo XXI, esa descripción alienta un propósito de «revitalizar» este pueblo para hacer de él, en serio, «el gran área expansiva de ocio de Oviedo».
La frontera invisible de una población dos veces periférica
Antes de que la calle Luis Suárez Ximielga empiece a llamarse Camino Real, de pronto las farolas cúbicas de dos brazos dejan paso a las hexagonales de tres. Es el único indicio físico de que Colloto reparte su espacio entre las periferias de dos concejos limítrofes. La primera lámpara es de Siero, la segunda tiene el diseño de las de Oviedo y entre ambas, sólo un paso de cebra junto al acceso a lo que pronto será una residencia geriátrica, la cuarta de la localidad. La frontera recorre en realidad un arroyo que cruza invisible por esta zona del pueblo y da razones para pensar que el déficit de infraestructuras y servicios también puede ser en algunos casos un daño colateral de esta vida entre dos aguas. Manuel Rodríguez acompaña con una carcajada la sentencia de que «aquí estamos como Alemania antes del muro, pero sin muro». Es una broma. No se llevan mal, ni mucho menos, ni se corresponde con los límites entre la zona ovetense y la de Siero la separación tradicional de la rivalidad del pueblo, que siempre se planteó entre Colloto de Arriba y Colloto de Abajo, entre la zona alta y el barrio de Concejiles, en tiempos separados por una sucesión de praderías y hoy fusionados por la voracidad del urbanismo periurbano. Unidos ambos, borradas las fronteras físicas pero pertinaces las administrativas, la alcaldesa pedánea de la porción sierense sí se siente a veces «en tierra de nadie. Tal cual. Hay ocasiones en las que vas a pedir a Oviedo y eres de Siero, y otras en las que ocurre al revés», afirma Aurora Cienfuegos. Viene a decir que no parece demasiado operativo un pueblo partido por la mitad en dos partes desiguales por tamaño, fisonomía y configuración. Que no hay distancia entre un Colloto y otro, pero sí a veces entre los dos ayuntamientos. Y como además a Siero le corresponde en el reparto más polígono y menos caserío residencial urbano, aquel concejo «tiene menos concepto de esto como pueblo», abunda Luis Miguel Suárez. «Lo considera más como un apéndice industrial». Colloto sería pues, desde ese otro punto de vista, mirando desde el acceso sierense, la Coca-Cola y el área empresarial del Águila del Nora, el comienzo de la «ruta del mueble» o la herencia de aquella fábrica de cerveza que en su tiempo compartía espacio en el pueblo con Cima, una de las plantas «pioneras» en la elaboración de la sidra champanada.
Siempre tuvo, pues, su industria de bebida este pueblo dos veces periférico, repartido entre dos extremos limítrofes de dos grandes concejos, sorprendido hoy en plena búsqueda de una identidad propia, peleando por evitar que la altere el urbanismo, como hizo ya casi por completo, físicamente, con aquella vieja apariencia agraria que no volverá del todo. Hoy, señalan aquí, el atractivo del modelo residencial de ciudad jardín que recreció Colloto ha rellenado con bloques de viviendas incluso la parte del pueblo que mira al cementerio. Aquí el espacio ha desarrollado un magnetismo para públicos diversos que encuentra al menos una prueba más en la próxima apertura de una gran residencia geriátrica en el límite collotense de Siero con Oviedo. Será la cuarta de este pueblo doble, rural y urbano, romano y contemporáneo, de Siero y ovetense.
Cuando busca motivos para creer, Colloto desemboca en el análisis de sus propias potencialidades. No sólo chigres. No sólo cemento residencial, tranquilidad a refugio del bullicio y parques y jardines. También la naturaleza. «Tenemos un río que puede tener un aprovechamiento», defiende el presidente de la sociedad de festejos de San Antonio, uno que tuvo hasta playa, uno «al que la gente se venía a bañar antiguamente». El discurso acaba regresando al punto de partida, al vistazo alrededor, al verde que rodea las urbanizaciones y a la certeza de que sí, vale, no queda más alternativa que aceptar la nueva vida, pero «conservar lo rural también es vital. Nos quedan todavía muchos vestigios y nos interesa mucho mantenerlos». La fórmula para diferenciar este paisaje periurbano de los demás era encontrar el justo medio a la mezcla de «lo rural con lo urbano».
El reverso de la ciudad jardín y cuatro bisontes europeos
La rotonda tiene un busto que recuerda lo que Colloto le debe a Pepín Rodríguez, el indiano emigrante a Cuba que hizo fortuna con el tabaco y dejó a la vuelta una escuela gratuita para sus vecinos. De ella hacia arriba, la avenida que lleva el nombre del prócer empieza pronto a dejar de ser una calle moderna con doble dirección y aceras para pasar a una carretera estrecha y dar fe de los motivos del topónimo -«cuello alto, colina alta»- y de la fórmula que pretende mezclar aquí la arquitectura del arrabal urbano con la energía rural de este pueblo de casas bajas con parcela y espacio entre las edificaciones. La naturaleza sobrevive en Colloto por detrás de lo que se ve a simple vista. El área rural es ese reverso distinto que configura el hecho diferencial de este barrio residencial. Eso que, al decir del vecindario, no conviene echar a perder.
No muy lejos de aquí, en el monte que se desliza desde el casco urbano de Colloto hacia la gran masa comercial de Parque Principado, sin salir de la parroquia de Granda a la que pertenece administrativamente la porción sierense de Colloto, la mezcla «rururbana» tiene desde hace poco más de un mes cuatro vecinos nuevos. Los cuatro ejemplares de bisonte europeo que viven en Les Folgueres forman parte de un programa de protección de la especie, extinguida en Asturias desde la prehistoria, y se han incorporado a la mezcla y a la diversidad del vecindario de esta naturaleza próxima que vende Colloto. No se refiere exactamente a esto, pero Luis Miguel Suárez, presidente de la Sociedad de Festejos de San Antonio de Padua, sabe que «dentro de esta vorágine urbana de la carretera nacional y el tren y las urbanizaciones, miras hacia Les Folgueres y ves otra cosa».
El Mirador
_ El ambulatorio
El bajo de la avenida de Europa, la travesía de la nacional 634 en la parte sierense de Colloto, se ha quedado pequeño para atender a una población de 4.000 residentes censados y a la suma de los de algunas localidades del entorno. El vecindario pone al frente de las peticiones la ampliación y mejora del espacio, recordando el proyecto no concretado de utilizar el terreno que actualmente ocupa la piscina descubierta en el parque Rafael Cuartas.
_ El Águila Negra
La reconstrucción de la vieja zona industrial donde estuvo la fábrica de cerveza El Águila Negra se define como «la gran asignatura pendiente», en la voz de Luis Miguel Suárez. El edificio, víctima de un desencuentro sobre la titularidad de la rehabilitación que ha llegado a los tribunales y enfrenta al Ayuntamiento de Siero con la empresa que desarrolló el área industrial del Águila del Nora, enseña su ruina cada vez más acuciante junto a las naves del polígono. «Podría dar para un aprovechamiento cultural», propone Suárez, «una sala de exposiciones... Algo. Cada año va a peor, y ya van quince. El Ayuntamiento debería haber estado encima, forzando, presionando».
_ El aparcamiento
Para cumplir con la alternativa de futuro que abre la infraestructura de Colloto como posible centro de ocio vinculado a Oviedo se ve una carencia fundamental en los espacios de aparcamiento. La «ciudad jardín» que ha querido ser este pueblo ha desatendido ese punto y pide, al decir de algún vecino, una reorganización del espacio urbano. «Los espacios deberían estar mejor repartidos», apunta Enrique Rodríguez.
_ La travesía
La carretera nacional Oviedo-Santander parte Colloto, imponiendo sus propias condiciones al desarrollo urbano pero al margen de él, toda vez que este pueblo sólo cuenta con dos accesos rodados a la N-634 y uno, «el pasadizo», pasa por debajo de una de las hileras de edificios enfocados a la vía. Las servidumbres de haber sido siempre un lugar de paso añaden a la lista un puente «peligrosísimo» para los peatones a la salida por Siero y dos pasos a nivel de difícil arreglo en el cruce de la porción sierense con la vía de Feve, una en Suárez Ximielga y otra en la calle de la Estación.
_ Los colegios
En el capítulo de la dotación de servicios es permanente la referencia a un colegio público sin Secundaria y rodeado de institutos saturados y uno concertado que sí enseña ESO y que por eso está también colapsado. El incremento acelerado de la población collotense está pidiendo, dicen aquí, una ampliación de la oferta.
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