Ibáñez Posada y el poder omnímodo
Un recorrido por las historias de la capital de Ribadedeva, siguiendo los pasos de sus indianos benefactores hasta las edificaciones de la nueva villa residencial
Manuel Ibáñez Posada mira al suelo con aire circunspecto, sereno. Todo sigue bajo su control. El indiano benefactor, o la versión de bronce que de él dejó en el centro de Colombres el escultor catalán Agustín Querol, continúa haciendo gravitar a su alrededor todos los poderes que moldearon la villa ribadedense hasta dar con lo que es hoy. Frente a él, al Oeste permanece la autoridad civil, el Ayuntamiento; a su espalda, el capital, la burguesía en la «Quinta Guadalupe» con su modelo monumental de arquitectura indiana, y a la derecha de Ibáñez, la autoridad espiritual en la iglesia de Santa María. Y en el centro, él, «moderando». Como siempre.
Modesto Bordás, «Tin», empresario, ex alcalde y fundador del equipo de fútbol de Colombres, y su hijo Jesús, abogado y estudioso vocacional de la historia de Ribadedeva, se han detenido aquí, a los pies del gran pedestal que sostiene al primer conde de Ribadedeva, en medio de todas esas metáforas del poder omnímodo del indiano que volvió para hacerle a su pueblo esta plaza, ese Ayuntamiento, aquel lavadero, su casa de veraneo, el cementerio y la compleja traída de aguas. Su recorrido por la villa ha empezado hace ya un rato y por la puerta. Han querido entrar por donde siempre, por donde los peregrinos a Santiago, al ascender desde Bustio, comienzan a ver Colombres desde la pequeña capilla del Cantu. «A Santiago, 427,2 kilómetros», anima el indicador al borde del sendero muy bien pavimentado donde hace poco se ha descubierto parte de una calzada medieval. A la izquierda, las vacas de Ángeles Borbolla, con la silueta azul de la «Quinta Guadalupe» recortada sobre el fondo gris del cielo, proponen otra metáfora del trayecto de aldea rural a entorno semiurbano que Colombres sigue recorriendo desde los últimos años del siglo XIX.
El paseo revive a cada paso el esplendor de ese pasado indiano protagonizado por los triunfadores retornados que hicieron Colombres después de las Américas. Sobre todo cuatro, precisa Jesús Bordás. Manuel Ibáñez Posada y su hermano Luis, uno de los fundadores del Banco Hispanoamericano, que sufragaron las obras de ingeniería civil que rejuvenecieron la villa; Ulpiano Cuervo Solá, que hizo una residencia para pobres donde hoy sobrevive el hogar de ancianos, e Íñigo Noriega Laso, suya la iniciativa de una Escuela de Comercio de Colombres que sólo funcionó dos años a partir de 1908 y, sobre todo, esta «Quinta Guadalupe» que hoy alberga el Archivo de Indianos y el Museo de la Emigración junto a la plaza de Manuel Ibáñez, a espaldas de la estatua del emigrante colombrino. La quinta es Guadalupe por la esposa del benefactor, que no llegó a verla terminada. Quiso ser también residencia para el exilio del ex presidente mexicano Porfirio Díaz, del que Noriega fue amigo personal, aunque tampoco aquél llegó a verla ni a visitar Colombres, y antes que museo fue hospital psiquiátrico privado en los años previos a la Guerra Civil y colegio de auxilio social para 120 niños sin recursos después de la contienda, afirma Modesto Bordás.
A su lado, sin salir de la plaza, La Casona, propiedad de la familia del actor Eduardo Noriega, y dejándola atrás, calle del Redondo arriba, el nuevo Colombres, que aún estaba empezando a cubrir los prados de la zona alta de la villa cuando Modesto Bordás dejó la Alcaldía de Ribadedeva en 2003. Pero aquí el pasado asalta a cada paso y pronto aparece la casa de Las Raucas, la de los veranos colombrinos de Manuel Ibáñez Posada, que a su prematura muerte en 1891 -con 53 años- pasó a manos de su hermano Luis junto a toda la parte inconclusa de su extensa herencia. «Aquí se llegaron a celebrar juntas del Banco Hispanoamericano», apunta Modesto Bordás. Sin descanso, unos metros más allá la Casa de Piedra -hoy de Cultura- recorta su silueta inquietante. No extraña que haya sido cárcel durante la Guerra Civil ni que las paredes de sus plantas inferiores conserven impresos los mensajes de los presos. Pegada a ella, en la parte alta de la misma calle de El Redondo, la «Mansión del abuelo» -de 1883, presume la inscripción de la verja- también guarda su propia memoria, emparentada asimismo con las grandes historias de ultramar. Pertenece a la familia de la esposa de José Antonio Roca, un dentista cubano que hizo la revolución con Fidel Castro y que terminó abandonándola y cambiándola por Miami gracias a la ayuda del vicepresidente asturiano «Gallego» Fernández.
Enfrente, se acumulan las referencias, sigue la Casa Roja, de fama reciente por el rodaje de la serie de televisión «La señora» y propiedad original del emigrante a Cuba Eduardo Sánchez Escalante, hoy «de una familia de Alicante». Pero no todo son casas de indianos bien conservadas y jardines con palmeras que remiten a otras épocas y esconden relatos de largos viajes e inmensas fortunas. Más arriba de la Casa de Piedra, aquellos lavaderos -«las lavadoras del siglo XIX»- que pagó Ibáñez Posada para su pueblo malviven como almacén abandonado. Más abajo, el tiempo ha borrado las huellas del paso del emperador Carlos V, que pasó aquí, dicen las crónicas, la noche del 28 de septiembre de 1517, dentro de su viaje hacia Castilla, después de desembarcar en España por Tazones y de atravesar Villaviciosa, Ribadesella y Llanes y antes de demorarse catorce días en San Vicente de la Barquera. Tras los pasos del rey, la ruta por Colombres va a morir allí donde las crónicas sitúan los agasajos festivos que le despidieron, a los pies de la iglesia de Santa María, de nuevo en la plaza oval que se abre frente al Ayuntamiento y al abrigo de la estatua de Ibáñez Posada, de esa protección que esta villa ha sentido siempre de sus indianos benefactores.
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