La mar de fondo
La villa sobrevive con la mitad de los habitantes de los años 70, en pleno proceso de búsqueda de alternativas a una pesca en declive y de fórmulas para articular todos los sectores en torno al turístico
El 11 de abril de 1983, en el Dorothy Chandler Pavilion de Los Ángeles, las casas apiñadas en la colina de una villa marinera multicolor fueron la tarjeta de visita internacional de la primera película española premiada con un «Oscar». Aquel día, «en Hollywood creyeron que Cudillero era un decorado, pensaron que esto no existía». Juan Luis Álvarez del Busto, cronista oficial del concejo, ha vuelto a «Volver a empezar» para enseñar esta postal eterna que hoy sigue sirviendo para explicar Cudillero, este anfiteatro donde la forma dice mucho sobre el fondo, donde la inclinación hacia la mar es mucho más que geografía y nadie ha querido nunca que fuera solamente un decorado. «La clave es la pesca», afirmará Álvarez del Busto en su interpretación sobre la recesión demográfica de este sitio que bordeaba los 2.000 habitantes al comenzar el siglo XXI y que viene de cerrar 2009 con muy pocos más de 1.600. Superaba los 3.000 en los años setenta y no encaja, a su pesar, en el modelo de villa sugestiva para su entorno rural que abunda en el resto de Asturias. De aquí los jóvenes también se van y la edad de los que se quedan acaba por envejecer a este pueblo donde el cálculo a ojo del cronista oficial observa «un cincuenta por ciento de personas por encima de los 65 años». Cudillero ha perdido en esta década más habitantes que el conjunto de su concejo, que ha pasado de más de 6.000 a casi 5.800, y la explicación, otra vez, está a la vista: la mar y el anfiteatro.
Sobre todo la mar, porque en el que fue «el puerto más importante del Cantábrico después de Bermeo» quedan 62 embarcaciones y unos 170 pescadores en este lugar que contaba en los setenta 190 lanchas y novecientas personas. «Van a tener que ponernos la etiqueta de especie en vías de extinción», asegura el patrón mayor, Salvador Fernández Marqués. El problema es que en la vida real, aseguran aquí ya sin amargura, este pueblo no va a poder volver a empezar. En la búsqueda de otros caminos, además, su bendición es su cruz, la angostura que singulariza el anfiteatro también lo hace incómodo y bloquea el crecimiento del pueblo, explicando la pregunta de Telva a Pinón cuando los dos personajes de la historieta de Alfonso Iglesias llegaron a Cudillero: «¿Taben llocos los que hicieron esti pueblu?»
En aquella secuencia pixueta de «Volver a empezar», Antonio Ferrandis y Encarna Paso, Antonio y Elena, caminaban hacia el mar por la plaza de La Ribera al ritmo de la versión instrumental del «Begin the beguine» de Cole Porter. Aquí, hoy, eso va a ser complicado. Difícil que este pueblo marinero vuelva a dirigirse hacia el océano tanto como solía, complicado regenerar la pesca o conseguir que las lanchas remolquen de nuevo Cudillero como hacían antes desde el puerto viejo. Urgen las alternativas, van a decir los vecinos. Para conseguir que tire el turismo, hace falta un plan para articular todos los sectores en torno a él, pero también algo más que este sector demasiado encerrado en la primavera y el verano y algo diferente también para revitalizar desde dentro de una actividad que a simple vista tiene respuestas, no todas, a la pregunta por el futuro. La marea ya no las trae. La flota pixueta todavía es la más numerosa de Asturias, pero por detrás de ésta asoman otras cifras al menos igual de elocuentes: «En los setenta había días de entre treinta y cuarenta toneladas de merluza; ahora pescamos entre todos unas trescientas en todo el año», cuenta Fernández Marqués. Por no hablar del descrédito social de los madrugones y la intemperie y las galernas soportadas a bordo y de lo que ha cambiado la consideración social de la vida en el mar incluso en este punto de la ribera, con su extensísima tradición pesquera. Sergio González, presidente de la asociación cultural «Avante Cuideiru», se hizo a la mar a los 13 años, «porque íbamos todos»; Salvador Fernández Marqués se recuerda «deseando cumplir los 15 para que me compraran un pantalón de agua y unas botas» para «hacerse un hombre». Pero hoy no. Hoy, «el primer problema de la pesca es que los jóvenes no quieren salir a la mar», sigue González, y la preferencia generalizada por un sueldo fijo en tierra hace que la que tenga que salir, ahora a pescar marineros, sea la Cofradía Virgen del Carmen. Quejosa, eso sí, porque la Administración no ayuda y los pocos aspirantes están obligados a pasar seis meses en la escuela náutica incluso antes de saber si les va a gustar esta forma de vida o simplemente si se van a marear a bordo. Puede, en fin, que en el contexto de esa prudente retirada adquiera algún significado el retrato de la villa que trazó en su día el escritor zamorano Miguel Ramos Carrión, allí donde dijo que, a la inversa de lo que puede parecer en el primer vistazo, las casas de Cudillero no van hacia el océano, sino que se repliegan y parecen trepar por la montaña «huyendo de los golpes del encrespado mar».
Los pescadores, las rederas y los viejos lobos de mar con gorra, barba y pipa son ahora pequeños muñecos de adorno en el interior de la pescadería La Ribera. La vieja lonja, que ahora es el aula didáctica «Los pixuetos y la mar», enseña el giro hacia lo evidente, de la pesca a la explotación turística para seguir viviendo en el fondo de lo mismo, del océano y de la configuración estética de este pueblo reclinado sobre el Cantábrico. Ahora de otra manera, porque en el concejo los empleos del sector servicios ya doblan a los de la agricultura y pesca -más de mil por menos de quinientos-, y el dato canta si se observa que al comenzar el siglo estaban casi igualados a ochocientos.
No hay aquí unanimidad acerca de la idoneidad de llevar al turismo hacia el primer plano de las alternativas al declive pesquero, pero sí sobre la certeza de que la estacionalidad, la competencia y hasta la facilidad de las comunicaciones explican que el sector no va a tener fuerza para tirar en solitario. Para comprender las razones, apunta Sergio González, «basta mirar Cudillero de septiembre a junio». La tesis de Bernardo Alija, presidente de la Federación de Asociaciones Turísticas del Occidente de Asturias, invita a poner los pies en la tierra para mirar con prudencia. «Es una de las opciones, precisa. «Esto nunca va a ser Marbella, ni va a dar para crear una forma de vida en torno al turismo, ni va a sustituir lo que era la pesca en los años setenta, pero sí puede ser una alternativa importante». Una de ellas, tal vez una de las poderosas, pero no la única. Con el problema estacionalizador que duele en toda la cornisa cantábrica, «Cudillero tiene, turísticamente, un peso específico entre las villas marineras de Asturias» y eso da por el momento para que, dentro del casco, vivan tres hoteles, tres pensiones y dos apartamentos con cerca de 160 plazas de alojamiento entre todos. Para eso y para que no sólo en verano se coma aquí el pescado que siempre ha entrado a tiempo completo por la bocana del puerto.
Hay mucho por hacer, dicen las voces del coro. Y a lo mejor hay otra clave en rascar dentro del turismo a la búsqueda de otras formas de hacer turismo. Aquí entra en juego Jesús Llamazares en su cargo de vicepresidente del Club Náutico de Cudillero -150 socios con unas 120 embarcaciones- y su certeza de que la navegación deportiva genera un magnetismo turístico que merece más atención. «La villa estaba llena de gente cuando fuimos final de etapa de la Vuelta a Asturias», pone por ejemplo. Dice tener 36 solicitudes de amarres y también que «hay puerto de sobra» para mejorarlo y «meter otras doscientas o trescientas» si se da con la fórmula para conseguir la convivencia armónica con los pescadores. «Entendemos que hay que compartir el puerto», acepta el patrón mayor de la cofradía, «y con unas normas». «Yo creo que el nuestro es un ejemplo de la fusión de estas dos fuentes de riqueza, pero también que mientras haya pescadores, la actividad prioritaria del puerto debe ser la pesquera». Desde su esquina, Llamazares opone sus cifras, que calculan que «por cada barco de pesca que se pierde, entran cuatro deportivos».
El decorado tapa una amenaza de ruina en el anfiteatro
Álvaro Fernández Braña, que fue doce años concejal de la oposición y entre otras ocupaciones cría perros de raza sabueso español, se alinea con los descreídos del turismo en singular con su convicción de que «no se puede contemplar como alternativa a de la industria. Puede que sea un complemento, y uno muy importante, pero no la alternativa». ¿De qué? La pequeña empresa con base o no en la pesca podría tener alguna respuesta aunque no llegase a las doce «fábricas de pescado» que conoció aquí Sergio González. Rubén Cano, propietario de una consultoría en la villa, busca otra sirviéndose del idioma universal del fútbol: «Igual que Messi no ganaría títulos si no tuviera un buen equipo detrás, aquí no habrá futuro sin un plan de integración de todos los sectores para el turismo». Se trataría de jugar todos para el «crack», de un «nuevo modelo de gestión» que pondría el turismo en el centro de una rueda retroalimentada en la que aquél hace ganar al comercio, éste mueve a la hostelería y ésta al asesor fiscal y al final, con suerte, hasta acaban viniendo niños... Pero ahora «la gente ve el pantallazo, el anfiteatro, y nada más». Aquí no hay playa, el visitante de Cudillero no lo entiende sin su concejo y apostar sólo por el «pantallazo» tiene un riesgo si «además éste se muere...». Porque el decorado se cae. Por detrás de las fachadas de colores repintadas y aseadas de la villa, el peligro de ruina es una amenaza cierta que el alcalde, el socialista Francisco González Méndez, señala desde la ventana de su despacho.
El ascenso por las callejas estrechas de esta villa trepadora también deja a la intemperie el deterioro de algunas casas que desde abajo, sin fijarse en la maleza de los tejados, parecen perfectas. «Las infraestructuras públicas están bien, las privadas deberían estar más arregladas», admite el regidor, que desde el Ayuntamiento ha comprado algunos inmuebles, asegura, pero la propiedad ata muchas veces las manos de su plan de adquisición y rehabilitación. Vuelve la orografía a poner sus propias condiciones, «el ochenta por ciento de los que viven en el anfiteatro pasan de setenta años», calcula Sergio González, y ese sitio escalonado con cuestas estrechas y empinadas por todas partes no parece el mejor lugar para la comodidad de un anciano. El resultado es que la «postal» de Cudillero tiene más viviendas deshabitadas que ocupadas y que la población lo lamenta. Juan Luis Álvarez del Busto, además de cronista presidente de la asociación cultural «Amigos de Cudillero», regresa hasta 1982 para quejarse del poco caso que se le ha hecho al primer plan de rehabilitación integrada de Cudillero, que llevaba la firma del urbanista Efrén García Fernández y que proponía mejoras de diversa índole, entre otras «la dotación de gas ciudad en las viviendas».
«Bloqueado» por la naturaleza, el espacio es un bien escaso en esta colina por la que siempre ha trepado Cudillero, una «agrovilla» en la terminología del Alcalde, un sitio donde la cara y la cruz están en su anfiteatro, sin espacio por donde expandirse y hacer «un poco de ciudad». La vivienda y la industria están lejos de aquí, a la salida de la villa o más allá, y el resultado del cóctel devuelve el discurso al punto de partida: «Tengo hijos de entre veinte y treinta años y todos, ellos y sus amigos, se han buscado la vida fuera», asegura Álvaro Fernández Braña, que se ve en el centro de una cadena en la que «el hábitat se deteriora, la juventud se muda y el pueblo se va muriendo». Hay oportunidades fuera, en las alturas de la rasa costera, y al menos otra hacia el extremo del puerto nuevo, apunta el Alcalde, que pone el futuro del turismo pendiente, entre otros proyectos, de un gran centro de ocio cultural que planea allí.
Urge un vistazo al futuro de ese pueblo singular que tiene su propio dialecto, el pixueto, su Amuravela para informar al patrón en verso por San Pedro y su límite muy particular para separarse por oficios -hasta aquí los marineros, los «pixuetos»; tierra adentro, los «caízos» o terrestres-. Es la peculiaridad de la villa única que se decora colgando el curadillo a secar, que baila lo autóctono -«El perlindango»-, que se ha mirado de modo diferente en cada uno de los 27 cuadernos del encuentro literario «Escritores en Cudillero» y que quiere que haya vida dentro del decorado.
Una merluza de etiqueta y un plan para sobrevivir en la mar
«Somos los últimos cazadores de la sociedad moderna». Salvador Fernández Marqués se bate contra el peligro de extinción de su oficio de pescador, el de éstos que todavía en el siglo XXI «cazan para comer» en un medio hostil de rendimiento incierto. Apenas hay relevo, pero mientras tengan armas quedará combate y la suya es ahora la batalla de la calidad. El patrón mayor de la Cofradía de Cudillero sabe que «nuestra flota puramente artesanal tendrá futuro si sabe diferenciar lo que pesca de lo que captura la altura o la gran altura, si consigue hacer ver que puede ser la misma especie, pero no tiene la misma calidad». Se trata de vender un producto excelente, como hasta ahora, pero sobre todo de «que la gente lo sepa». ¿Cómo? Con un plan para sobrevivir en la mar haciéndose con un certificado oficial sobre la calidad del producto y sus condiciones de captura e informatizando el proceso para deshacer las dudas. Una etiqueta reconocida dirá que aquel pez es auténtica merluza del pinchu de Cudillero y que se pescó dentro de las 24 horas precedentes. Ya hay dos barcos con ordenador a bordo, pronto serán PDA y en mayo se extenderá el proyecto definitivamente a toda la flota si se cumplen los planes de la cofradía. El pescado viajará además «en un envase especial, una caja de porexpan con el anagrama de la merluza pixueta y cada consumidor podrá saber a través de internet qué barco la pescó, exactamente cuándo o incluso cómo se llama el patrón».
El plan, que nació hace cinco años y ha atravesado un largo recorrido para encontrarle financiación, culminará «una reivindicación muy antigua de los pescadores de Cudillero», rememora Fernández Marqués. Él supo de un ejemplo similar en Conil (Cádiz) y lo trasplantó adaptándolo a Cudillero. Identificó ahí una fórmula para que el pez chico asuste un poco al grande, para oponerse a los obstáculos que siente la flota artesanal, entre otros la discriminación en el reparto de las cuotas, afirma el patrón mayor, frente a «una pesca industrial, nociva y lesiva para el recurso y para los fondos».
El Mirador
_ El puerto nuevo
Desde aquí se puede «revolucionar Cudillero», asegura el Alcalde. Hay aquí quien aprovecharía el extremo oeste de la instalación portuaria, donde estuvieron los astilleros Cagiao, para hacer unas piscinas naturales como foco de atracción turística, «mejor» al decir de algún vecino que la «zona de baños» actual. Francisco González tiene sus propios planes para ocupar los antiguos astilleros con un centro de ocio cultural que sería «El Dorado» si se diese con la financiación. El Club Náutico plantea además la construcción de una sede social y un taller para barcos que podrían dar, calcula Jesús Llamazares, «seis, ocho o diez empleos».
_ El autobús
Cudillero ensayó el autobús-lanzadera cuando acogió el Día de Asturias en 2009. Unían el aparcamiento habilitado en Villademar con el centro de la villa. Extender aquella iniciativa se vería con buenos ojos aquí, apunta Llamazares, para solucionar el problema de la falta de espacio para aparcar en el pueblo. En la terminología del Alcalde, el plan es el de «un autobús eléctrico que una Cudillero con su alfoz».
_ Los deportes
Recién estrenado un campo de fútbol -«La Roja»-, el Ayuntamiento tiene «ya adjudicado» el polideportivo y lo siguiente sería una piscina para completar un complejo que hacía falta y llega con retraso, afirman los vecinos. Rubén Cano, que entrena en la playa a un equipo de rugby por no poder utilizar el nuevo campo, o Álvaro Fernández Braña, que se hizo cinturón negro de kárate «yendo a entrenarme a Pravia». «Llevamos desde las primeras elecciones democráticas pidiendo unas instalaciones deportivas dignas», apunta él, «y lo que nos hicieron fue un campo de fútbol, que era lo único que ya había».
_ La empresa
Para hacer de Cudillero y su concejo «un mejor lugar donde vivir», Rubén Cano plantea una receta cuyo punto de llegada sería «ofrecer oportunidades y motivos para escoger Cudillero para vivir» y su recorrido, «apoyo económico para la creación de cooperativas nacidas de los talleres de empleo, crear un departamento que agilice las labores administrativas para abrir empresas, bonificar la construcción y reparación de inmuebles o reducir impuestos, porque el IBI ha registrado un incremento desproporcionado».
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