Cartas de amor de un pixueto converso
El periodista granadino Tico Medina explica por qué decidió buscar casa en una villa que le cautivó «por su gente» y que «llegué a ver con los cinco sentidos»
«Quiero a Cudillero». El periodista granadino asume que no ganará un premio de poesía, pero sacrifica el continente para que reluzca el contenido. Lo dice un día en público a sabiendas de que el eslogan «vale, porque es verdad». Vale para encerrar en tres palabras todo lo que Tico Medina (Píñar, Granada, 1934) ha dicho antes y puede decir después de esa villa marinera en la que ha vivido a su manera y de la que habla con pasión de hijo desplazado.
Todo esto comenzó uno de esos días que la memoria ya no sabe traducir en fechas concretas. «Cudillero apareció de pronto» en la vida muy asturiana de un andaluz que presume tanto de ser premio «Asturias» de periodismo como del mayor parque de Granada, que se llama como él desde hace unos meses. Debían de correr los últimos años setenta del siglo pasado y lo que salió a su encuentro, en realidad, fue la mirada «de mi amigo, casi hermano, Juan Luis Álvarez del Busto», cronista oficial del concejo y presidente de la asociación cultural Amigos de Cudillero. La primera curiosidad le llegó por carta, en marzo de 1974 en dos cuartillas escritas a mano en las que Elvira Bravo, abuela de Álvarez del Busto y escritora de los versos de L´Amuravela, le agradecía un texto que hablaba de ella en la sección «Siete días, siete nombres de mujer», que Tico Medina firmaba en la revista «Hola». La amistad que entabló con su nieto, primero telefónica, luego cara a cara, le condujo a la necesidad de «tener un camarote en esa isla», según escribiría un tiempo después recopilando una vida que «se parte en dos mitades, antes y después de Cudillero».
A través de los ojos de Álvarez del Busto, «empiezo a descubrir los grandes secretos del pueblo, llego a verlo con los cinco sentidos y me enamoro». Tanto, que busca una casa para quedarse y con el tiempo encuentra «tres o cuatro». Y aunque no llega a vivir de continuo en ninguna de ellas, termina saludando por la calle «con el mismo cariño» a pixuetos y caízos. «Yo soy de los dos», de los marineros y de los de tierra adentro, sentencia.
La respuesta a la pregunta del porqué siempre es la gente. En esta villa que hasta entonces se le ocultaba y que siempre se ha entornado hacia la mar, Tico Medina aprovecha la vocación y escribe y cuenta lo que oye y lo que ve y ahora calcula a ojo que «pude hacer fácilmente casi cincuenta reportajes» sobre la villa. Pero nunca le sale el paisaje inerte. Aquí hay vistas para aburrir, pero lo bueno son las personas, repite: «El hombre que hacía barcos; Rosa, la mujer que hablaba con los muertos?». «He contado prácticamente de todo, no he parado de hablar con la gente, de entrevistar o de reunir leyendas». De aquella época quedan «fotos mías en un montón de tabernas de Cudillero» y un apego a la villa marinera que Medina ha transmitido «a mi mujer, a mis hijos y a mis nietos». Aunque «de pronto» otro tirón le haya llevado «hacia abajo», ante la necesidad de no renegar de Granada y la certeza de que «no podía tener una pierna en Andalucía y otra en Asturias», el periodista se consuela con el recuerdo de los paisajes y de la gente, que «aquí van unidos». Con todo aquello que él mismo dejó escrito y con lo que permanece cincelado en la memoria. «Fui muy amigo de Jesús Casaus» y en su pasado pixueto resalta la imagen de aquel otro foráneo profundamente enamorado de Cudillero, el pintor catalán que está enterrado aquí y que en su día «me regaló algún cuadro y me pintó un perchero de azul, lleno de ballenas, mi animal totémico, mi mamífero único».
«Subiendo y bajando cuestas, yendo y viniendo» por motivos de trabajo, el periodista se ha encontrado «muy a gusto aquí, me gusta la gente» y ahora presume de estar bautizado «por segunda vez» en la Fuenti´l Cantu, donde por San Pedro se expiden certificados de «nacionalidades» pixuetas para teóricos forasteros.
En las imágenes que siguen vivas de su vida como vecino de Cudillero, Tico Medina arregla un viejo almacén para hacerse un estudio en la parte alta del pueblo, más tarde compra una casa «de dos plantas» y a continuación aún tendrá otra más abajo, pero los viajes no le dejan quedarse todo lo que pretende. Ahora, andando el tiempo, se disculpa sin necesidad por la lejanía -«me di cuenta de que tengo otro atadero más al Sur»-, pero da por muy bien empleado el recuerdo de quien se ha hecho aquí casi todas las preguntas. No es una forma de hablar. Aquello del Cudillero narrado y vivido con los cinco sentidos puede tomarse al pie de la letra en la memoria de Tico Medina: la vista se le va hacia «la primera mirada fascinante que tuve subiendo hacia el barrio de pescadores»; el oído percibe otra vez «algún carro subiendo por aquellas cuestas por donde nunca se podía subir, hacia lo que era mi casa»; el tacto es el de «la madera de los bancos de la iglesia de San Pedro»; huele «a la mar con niebla» y sabe «a sardinas asadas o a curadillo hecho de cualquier manera».
Así queda Cudillero en las manos del contador de historias que se fascinó con este lugar de la costa asturiana después de haber conocido muchos más. «Podría escribir un libro sobre los cinco sentidos de Asturias», afirma. «Estoy empezando con mis memorias y Asturias y Cudillero tendrán un sitio muy importante». Habla el cronista oficial y académico de las letras de Granada, pero también el premio «Asturias» de periodismo y el presidente de honor de la asociación Amigos de Cudillero, Medalla de Asturias, vaqueiro de honor, «Amuravela de oro»?
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