No se entrega
La localidad más poblada de San Martín, a resguardo de la caída demográfica de su entorno pese al daño del final de la minería, opta por profundizar en sus valores residenciales sin descartar los nuevos yacimientos de empleo
El viejo castillete minero y el nuevo edificio para empresas de alta tecnología son del mismo color, un gris claro que unifica sólo en apariencia el pasado y el futuro de la villa que los acoge. Los dos ocupan juntos un promontorio levemente elevado sobre el nivel de la travesía urbana del viejo Corredor del Nalón, casi encajados en el casco urbano de El Entrego, tomando perspectiva para dominarlo casi por completo. Uno junto al otro, tapado el vetusto mecanismo de acceso al pozo Entrego por el moderno centro tecnológico -alargado, dos plantas, en uso desde el pasado verano-, componen una imagen aceptable para comprender de un solo vistazo lo que fue esta población y lo que todavía quiere llegar a ser. Alguien dirá con razón que la fotografía está descompensada, que no van a caber en la superficie todos los que trabajaron debajo, pero estéticamente sí traza el camino marcado para levantar esta villa que estuvo entregada por completo a la vida bajo tierra y que sigue a su modo sumida en los coletazos de aquel debate del «ahora, ¿qué?», frotándose los ojos al salir de la mina. «Por esi furacu», Jesús Montes Sanzo indica uno que ya no existe bajo la estructura de hierro que señalizaba la boca del pozo Entrego, «entrábamos todos los días quinientas personas. Ponlas ahora a trabajar en la superficie. Es imposible», concluirá rápidamente el presidente del coro «San Andrés Sergio Domingo». El castillete no funciona, ya sólo recuerda y decora, y en su vecino el inmueble de compañías tecnológicas únicamente se encienden las luces de la primera planta en el anochecer temprano del invierno: dentro hay una sola empresa, mucho menos de media carga, 65 puestos de trabajo.
En El Entrego, extremo Norte de la ciudad lineal de San Martín del Rey Aurelio, corazón de la continuidad urbana e industrial que comienza en Langreo y apenas se detiene hasta Laviana, hay un centro comercial con un restaurante que es aparentemente una galería entibada y hasta una hamburguesería de franquicia estadounidense que tiene toda una pared decorada con un mural donde se distinguen varios picadores y un castillete. Eso es el carbón que queda en El Entrego: a cada paso recuerdos, reliquias, el Museo de la Minería llenando la vieja escombrera del pozo San Vicente con 93.000 visitantes de media al año y sí, todavía más de 350 trabajadores si se suman los de El Sotón, que está en esta parroquia y es el último yacimiento del concejo, con los de María Luisa, que sigue ahí mismo, nada más cruzar la frontera hacia Langreo. A este lado del municipio que fue el más hullero del valle del Nalón, El Entrego ve una clave en el pasado del que fue, «junto a Turón, el pueblo más minero de Asturias». Habla Benigno Delmiro Coto, catedrático de Lengua y especialista en literatura minera, entreguín de Perlá, nacido y criado en este sitio que ahora existe y es lo que es «porque un día hubo 50.000 mineros», que «se formó por aluvión» y es «un pueblo de síntesis» curtido en batallas mineras, fusión urbana de muchos lugares diseminados que tuvo un equipo de fútbol y tiene una asociación de vecinos que no por casualidad coincidieron en llamarse «La Unión». «A El Entrego no llegó por arte de magia el tercer ferrocarril de la España peninsular», apostilla Jesús Sanzo. Será por todo eso que aquí, acaso más que en ningún otro lugar, la muerte anunciada de la minería configuró una enorme encrucijada, un sudoku que algunos habrían intentado resolver con menos subvenciones de fondos mineros a grandes proyectos empresariales sin mirar adónde iba el dinero y más futuro apostado al gran valor del atractivo residencial y de los servicios. La calidad urbana es un valor que a El Entrego, dirá pronto algún vecino, le va a convenir explotar acaso por encima de todos los demás. Este pueblo «tiene que apurar hasta el borde la cuestión residencial, no tenemos otra», apunta Benigno Delmiro, pero tal vez sin pasarse hasta renunciar a llenar el centro tecnológico o volver la espalda a cualquier oportunidad de movimiento empresarial. «No podemos querer ser una ciudad dormitorio en exclusiva», afirma Hildegart Blanco, presidenta de la sociedad de festejos, mirando al polígono industrial de La Central, casi igual de encajado en el casco urbano que el pozo Entrego, con 22 empresas, 144 puestos de trabajo.
No será el único, pero por la salida de la calidad de vida va un camino. Asentirán los que vieron en uso el pozo Entrego, raíles por la carretera más sucia y escombreras donde hay edificios de viviendas colectivas, el Nalón bajando negro bajo el puente de La Oscura: esto ha mejorado mucho. Por eso en algún lugar de este trazado muy urbano que se estira acompañando al río hay entreguinos que se dirigen, con el padrón en la mano, directamente al hecho diferencial de esta villa bien servida que se mantiene en el entorno de los 7.300 habitantes, apenas setenta por debajo de la cifra de 2001 y de largo la población más habitada de un concejo que ha perdido bastante más de un diez por ciento de sus residentes en el mismo período. En El Entrego, de la mina en adelante, pese al descenso del censo desde los cerca de 12.000 moradores que aún pueden recordar los cuarentones de hoy, vive ahora más gente que en la suma de los otros dos distritos urbanos de San Martín, Sotrondio y Blimea. Algo habrá aquí para que esto resista mejor que el resto, vienen a decir los que piensan que El Entrego no se entrega, que tiene aún materiales de sobra para edificar un futuro agradable.
Y está a la vista. Adolfo Laviana, empresario en Gijón y directivo de la Asociación de Vecinos «La Unión» de El Entrego, observa en la cifra el resultado de la capacidad atractiva que los servicios de este caserío urbano cercano siguen ejerciendo sobre una porción de la población rural de su entorno. Es ese sector nuevos entreguinos que, al decir de Laviana, «en lugar de irse a las grandes ciudades decidieron bajar a otra próxima, pero con más comodidades», y que al buscar escoge El Entrego porque esta villa «en los últimos veinte años, en el aspecto inmobiliario se ha hecho casi nueva». Sotrondio y Blimea, dicen aquí, están orográficamente más cerradas, no han tenido ese desarrollo urbanístico y están peor conectadas que esta traza urbana con dos líneas ferroviarias, situada más cerca del Corredor del Nalón desdoblado que sus vecinas del Sur y pronto, si el Estado desenreda los fondos mineros, con acceso directo a la Autovía del Cantábrico a través de la «Y» de Bimenes. Influye asimismo la sensación colectiva de que «lo que se ha construido se ha hecho bien, con mucha separación y espacio entre edificios», enlaza Jesús Sanzo. Y «tres colegios de Primaria para escoger», el único centro comercial del Valle y hasta el trazado de damero casi perfecto, la cuadrícula «envidiable» de las calles paralelas y perpendiculares envolviendo el amplio parque de La Laguna, que fue una vez el final del pueblo y con el tiempo ha quedado engullido hasta convertirse en el mismo centro. En este valle que busca su sitio después de la clausura de casi todos sus fértiles yacimientos de riqueza «El Entrego tiene muchas ventajas por ser El Entrego», resume Laviana. «Es el corazón de la Cuenca», le sigue Benigno Delmiro. Hay tres «pueblos» en la comarca, remata Jesús Sanzo, que han progresado mejor gracias a sus servicios: por este orden y a su juicio, «La Felguera, El Entrego y Pola de Laviana».
«El Entrego es vida», resume un mural que invita a mantenerlo limpio en un muro de la calle Albéniz. Aquí, eso sí, la resistencia de alguna población se desenvuelve en abierto contraste con el descenso acelerado del entorno inmediato y se ha nutrido en el caladero demográfico de los pueblos envejecidos del entorno. Por eso es la contrapartida, aquí abajo, cierta «pérdida de población juvenil». Liliana García-Riaño, que regenta una tienda de moda, otra de informática y una academia de idiomas, lamenta no ver al mirar a su alrededor tantas caras conocidas como antes. Confirma que se le han ido muchos compañeros y le aflige que sea una rareza su empeño por seguir con el ancla echada en El Entrego pasada la treintena. «Yo rechacé la posibilidad de vivir en Oviedo», cuenta. «Decidí quedarme aquí, algo que es muy raro en la gente de mi edad, porque quería cruzarme con un vecino y que me saludase, que alguien me pueda prestar diez euros si no tengo para pagar en el supermercado y por esa sensación de pueblo que había antes y que yo noto que tal vez se ha ido perdiendo». Jesús Eladio Suárez, que vive en Gijón pero vuelve todos los jueves, que preside la peña de ilustres entreguinos «Los Cebollos», también se habría quedado, pero «hace treinta años había una hora de viaje de aquí a Gijón. Si fuese ahora, a lo mejor seguiría viviendo en El Entrego».
He aquí un pueblo de tradición receptora de emigrantes que ahora a veces también los exporta. Hay quien identifica el motivo en la desorientación de no haber centrado decididamente el punto de mira en la pretensión de hacerse accesible y sugestivo, en haber intentado seguir siendo a toda costa, persevera Adolfo Laviana, sobre todo un vivero de industria germinadora de empleo. Al formular ahora una pregunta antigua -«¿qué somos?»-, el empresario entreguín se responde que «potencialmente creadores de servicios. ¿Cómo fijamos población? Siendo los mejores en servicios. Si se crea población, la iniciativa privada se abre camino, pero en este Valle que estaba tan mal comunicado con el centro en lugar de intentar fijar residentes mejorando las condiciones que teníamos para ser una buena ciudad-dormitorio, lo que hicimos fue intentar traer las inversiones. Esta zona tendría que haber sido una unidad administrativa para concentrar habitantes», asegura, «y lo que hicimos fue perderlos todos juntos». El Entrego menos que las villas de su entorno. Será, otra vez, porque la situación y los servicios confirman que aquí hay más de una oportunidad de futuro como centro terciario de vida buena, para venir a vivir aunque el trabajo siga mayoritariamente fuera. Sin embargo, algunos de los que vieron esto antes del final del carbón saben que aquí no había más remedio que arriesgar, que la herida de la mina era demasiado profunda como para dejar pasar la oportunidad de agarrarse a cualquier apósito que asomase más o menos al alcance de la mano. No se puede reprochar el intento, afirma Benigno Delmiro, de utilizar los fondos para intentar asentar empresas; había que hacerlo, otra cuestión es que haya fallado, a veces con estrépito, el procedimiento. Marcelino Cortina, entreguín de los de la diáspora, matemático especialista en computación, director de operaciones de la empresa Treelogic y director ejecutivo de Dream Genics, nueva compañía asturiana de bioinformática, vuelve a mirar al centro tecnológico que «no debería tapar» el castillete del pozo Entrego. Con pleno conocimiento de causa afirma que «la idea tiene su interés», aunque tal vez habría que haber calibrado mejor su dimensiones, «saber bien dónde estábamos» y tener claros «los planes además de los planos». Haber evitado, en fin, el semivacío lastimoso de seis meses y una sola empresa, de capital vasco e importada del vivero de Valnalón, en La Felguera. Sólo es un ejemplo, un signo de que algo ha fallado, pero al decir de Benigno Delmiro esta villa sigue sin poder permitirse el lujo de poder rechazar nada. «No hay debate que valga» entre la prioridad de los servicios y la de la industria y el empleo, dice. «La apuesta es fijar empresas y la residencial y el turismo y generar servicios que atraigan a la gente...».
Pero bien. Vigilando las inversiones, aporta Hildegart Blanco, para no perder el sustituto después de acabar con la mina. De aquí están demasiado cerca, en el tiempo y en el espacio, los proyectos fallidos de Venturo XXI, la cartográfica que se perdió en lo que fue el pozo del mismo nombre, o el declive de Alas Aluminium, ahí mismo, nada más cruzar el límite con Langreo. Pesan los trabajadores en la calle, las peticiones de auxilio en las paredes de la villa, el amargor de las fallas en el modelo. Acaso todo se resuma en las tres palabras de la pintada sin respuesta que en la travesía del viejo Corredor del Nalón, aquí avenida de Oviedo, se indigna desde la fachada del Instituto Virgen de Covadonga: «Los paraos, ¿qué?».
Un árbol anciano que «dejó de entender las cosas» y un viejo pozo que sigue siendo una mina
En el parque de La Laguna, la vieja araucaria cedió al empuje del viento hace dos meses. «Dejó de entender las cosas y cayó». Benigno Delmiro Coto ha encontrado un símbolo al regresar de pronto a aquel decorado exótico de las fotografías de las bodas y las comuniones de El Entrego, a los contrayentes plantados delante de aquella conífera de ultramar insólita en Asturias, pero emblema durante décadas del paisaje de un jardín urbano junto al cauce del Nalón. Es un signo entre otros, dice, de la pérdida inevitable del pasado, pero también del empeño de este pueblo por no arredrarse ante las dificultades. «¿Cómo no va a prender una araucaria en El Entrego?». El árbol ha sido sustituido por otro, más joven, de dos metros y medio de altura, porque, además, el antiguo ya había llegado a aquel vendaval seriamente deteriorado. En este recodo del Nalón hay quien no puede resistir la tentación de trazar el paralelismo con la realidad de un pueblo que aún no ha barrido el viento, pero que está pidiendo precisamente más savia nueva para renovarse y vivir. «La vida, que siempre se abre camino», resumirá Adolfo Laviana con la esperanza de poder seguir diciendo lo mismo de El Entrego. Liliana García-Riaño aporta la fortaleza de las pequeñas empresas de la villa, informa acerca del potencial de desarrollo del «turismo industrial y rural» e invita a aprovechar «nuestra infraestructura industrial, envidiable en comparación con otros lugares de Europa».
Ese camino, en El Entrego, es el que marcan los «mupis» rojos que por todo el casco urbano dirigen hacia la antigua escombrera del pozo San Vicente. Los «mupis» del Mumi. El Museo de la Minería y la Industria, 86.227 visitantes en 2011, más de un millón y medio desde su apertura en 1994, 1.200 autobuses y más de 20.000 vehículos particulares al año, está aquí porque aquí había «un cierto referente simbólico de lo que fue la minería del carbón en Asturias». A las puertas, refrenda su director, Santiago González Romero, «del municipio que más empleo minero había generado, el que sufrió con más intensidad las primeras fases en las que aquella sociedad industrial en declive apuntaba hacia otro modelo». El Mumi fue, en ese contexto, la respuesta a una «demanda social», la salida de la mina por el camino de aquel «consenso generalizado en que el turismo y el ocio debían ser una fuente de dinamismo». Incluso aquí, en esta zona sin tradición turística, geográficamente un fondo de saco al que casi siempre hay que venir expresamente y que, sin embargo, al abrir este cofre de memoria minera ha llegado a tener, al decir del director del Mumi, «uno de los museos que en toda España les gustaría, que ha sido modelo para muchos otros». «El ocio y el turismo se miden por volumen de público» y ahí El Entrego tiene «las mejores tasas de España». Sigue hablando González Romero, comparando con sus semejantes -el Museo de la Ciencia de Tarrasa o el Minero de Río Tinto, en Huelva-, y ganando. «En la genética del centro estaba», enlaza el director, «la función de ser un buen museo, entendido como el que tiene una gran relación funcional con el público». Era estar en El Entrego, «pero no agotarse en lo local», cumplir «un papel de primerísimo nivel en la dinamización turística de la zona».
El éxito, labrado a pesar de la reducción del «50 por ciento de las aportaciones públicas desde 2007» y de la promoción limitada, forjado gracias a «una sencillez expositiva» que baña de realidad la oscuridad de la galería en la «mina imagen», da qué pensar al otro lado del río, en el casco urbano de El Entrego. Da, en realidad, para preguntar si la villa ha encontrado el modo de subirse a la ola, si ha aprendido a evitar la estampa demasiado frecuente de los autobuses que se acercan sin llegar a la villa, que vienen, ven y se van. Algún entreguín con iniciativa lamenta no haber sabido ofrecer alicientes para detener a los turistas, y Liliana García-Riaño agradece que, después de un tiempo, ya se puedan colocar en los expositores del museo unos folletos con un resumen de los establecimientos de la zona. El empresario Elías Fernández, que regenta junto al Mumi el restaurante El Urogallo, fundado aquí por su suegro hace casi cuatro décadas, se incluye entre los que «no hemos sabido vender la explotación del museo». En su cálculo aproximado, «el 80 por ciento de los visitantes se marcha a comer a otro sitio. Será que no tenemos el tema hotelero resuelto -San Martín sólo tiene un hotel y está en Sotrondio-, pero el caso es que la gente no se queda, no pasea por El Entrego». Se le ocurren iniciativas coordinadas en el sector para negociar precios de paquetes conjuntos o un perfeccionamiento de la oferta a través, por ejemplo, del centro de ocio en el agua que tiene en proyecto, detenido porque la crisis también impone aquí sus propias reglas.
Buscando el Mumi, y esto también influye, «hay gente que ha acabado en Laviana». Elías Fernández ha vuelto al asunto universal de la señalización y las comunicaciones, a lo que han mejorado y a lo que les queda. Lo mismo para explotar el potencial turístico que para el movimiento empresarial. «Al turista le cuesta dar con el museo», recalca Marcelino Cortina, «las autopistas no están "amañosas"» y la espera por la «Y» de Bimenes iguala el sufrimiento al del desdoblamiento casi eterno de los túneles de Riaño, básicos ambos para acercar al turista por el Oriente, destaca Juan Moreno, presidente de la Asociación de Vecinos del barrio de San Vicente. «No hay manera de llegar con facilidad», protesta Cortina. «Con Gijón estamos mal comunicados, no digo ya en transporte público o con el aeropuerto». Y eso es tan básico aquí, concluye, que sin ello «se quiebra el objetivo residencial tanto como la vida de la industria».
«Hay una forma de ser»
-Haber estudiao pa mineru.
Aquel vecino de El Entrego, prejubilado de la mina, había guardado la broma hasta que se volvió a encontrar con Benigno Delmiro Coto, doctor en Filología y catedrático de Lengua. Compararon sueldos, perdió el profesor y el minero se vino arriba. Puede que apenas queden minas, pero el espíritu permanece. El poso del carbón dejó aquí la certeza de que «hay una forma de ser. Dicen que se nos reconoce, que se nos distingue bien, como a los de Bilbao, que tardamos muy poco en decir que somos de El Entrego». En eso coinciden Marcelino Cortina y Benigno Delmiro, un entreguín de Ciencias y otro de Letras, uno de 46 y otro de 60, uno de la Oscura y el otro de Perlá, representantes en dos generaciones distintas del éxodo a por trabajo en la superficie, modelos de cierta exportación de talento de la que presume aún esta villa. De exportar, que no es lo mismo que expulsar: Cortina sigue pagando en San Martín la «viñeta» del coche; Benigno Delmiro ha convertido en entrañable tradición peculiar la de venir a votar con su hija, censada aún aquí.
La vista general de «El Entrego literalmente cercado por los grises» en los setenta, fundida con el plano corto de las pelotas de goma apuntando a las ventanas, configura el sustrato de donde germina, al decir de los que hoy miran desde fuera, este carácter particular de resistencia y arrojo, tal vez concomitante con el de otras zonas con el mismo tipo de tierra, pero con las peculiaridades identitarias de un pueblo que resulta de fusionar todas las aportaciones de la tromba migratoria minera en un solo lugar que es, a su vez, la unión de muchos lugares distintos. Cada uno con su propia identidad y puede que al final todos con la misma, viene a decir el filólogo entreguín. «Yo soy de la generación que inventó El Entrego», calcula antes de aclarar que aquí dentro «ninguno somos de El Entrego. Somos de la Oscura, de Perlá, de Llaposu, de Japón...». Y el fútbol, por ejemplo, fue una poderosa «argamasa» «que preparó al pueblo para las batallas mineras», y éstas, una clave de aquella unión de voluntades, y la cultura, una bandera que no conviene arriar.
«El Entrego es tradición, movimiento obrero, folclore, reivindicación política y cultural. El mensaje que cantaba "Nuberu" -un dúo de "folk reivindicativo inconcebible en otro sitio"-, que el pueblo que pierde su identidad es camarón que lleva la corriente». La cultura, acaba el eslogan del profesor de Lengua, «es el pozo que no cierra nunca».
El Mirador
_ La «catedral»
El castillete del pozo Entrego, vertical «como las agujas de las catedrales góticas», es en la definición de Benigno Delmiro «nuestra catedral de la industria». De ahí el lamento a la vista de que el nuevo centro tecnológico lo tapa y la sospecha de que por ahí asoma un símbolo. «Es fundamental ver el castillete».
_ Santa Ana
El terreno perdido de los talleres de Hunosa en El Entrego tiene un proyecto para ser parque tecnológico que inicialmente incluía un área residencial, pero que permanece enredado en las discrepancias sobre el procedimiento entre el Ayuntamiento y la empresa estatal. San Martín sostiene que no puede comprar los terrenos, y Hunosa, que los ofreció a precio asequible sin respuesta.
_ Fradera
Los solares sin uso de Fradera, casi en el extremo Norte de esta población, son, al decir de Benigno Delmiro, «el signo de El Entrego inconcluso». Cerrarlo urbanísticamente por ahí configura, a su juicio, otro de los grandes desafíos de la villa. «Si esto fuese el Monopoly, ésa es la parcela que todos querríamos comprar».
_ El CEMPA
Quiso ser Centro de Estudios Medioambientales, eso dicen sus siglas, y es «el baldón» que se ve al salir o entrar al Museo de la Minería. El edificio en avanzado estado de ruina que afea la vista junto al Mumi se construyó hace una década y nunca ha llegado a funcionar. En el vecindario resquema y urge su reactivación. Mientras, la antigua sierra minera del Trabanquín aguarda la conclusión de los trámites para llegar a ser un centro de arte.
_ Las comunicaciones
La «Y» de Bimenes, en el aire por la parálisis de los fondos mineros, se ve desde aquí interesante por el enlace directo que promete a la Autovía del Cantábrico. Es sólo una de las posibilidades de mejora de conexión por las que aquí siguen esperando.
_ El carbón
Marcelino Cortina apostaría «por una reserva de carbón autóctono, razonable para cubrir posibles emergencias», y Benigno Delmiro exploraría las posibilidades del metano, del agua, de las alternativas que pueden evitar que el subsuelo deje de ser interesante.
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