El Entrego es la letra y la música
El cantante Chus Pedro Suárez repasa las particularidades del sólido vínculo con su pueblo natal que da sentido a su vida y a su obra: «Tengo todos estos rincones muy pegados a la piel»
Parece que lo está viendo. Por delante del balcón de casa, en el barrio de El Llaposu, «carretera general» a la altura de El Entrego, pasan mineros en bicicleta con el «fatu» a cuestas y se cruzan con el «trenillo», que atraviesa la población pegado a la carretera, tirando pesadamente de unas cuantas vagonetas cargadas de carbón. Si además sonara el «turullu» del pozo Entrego y quedara plenamente a la vista el castillete, el retrato quedaría completo, redondo, con imagen y sonido, con su letra y su música, con el cantante impelido de regreso a los escenarios que definen la raíz de un apego inquebrantable hacia su pueblo. En El Entrego ya no hay pozo ni trenillo, ni mineros ni sirena que marque el ritmo de las horas en la villa, pero Chus Pedro Suárez (El Entrego, 1955), la voz de «Nuberu» y de «Camaretá», el solista que ahora recorre teatros cantando las canciones que han compuesto la banda sonora de su vida, sigue anclado aquí, sin poder entenderse a sí mismo en otro lugar. Entreguín no es solamente el gentilicio. «Soy de aquí» se antoja en su caso algo más que la constatación inocente de la procedencia y el nacimiento. Hay muchas maneras de decirlo al modo muy particular de esta ribera del Nalón en el confín meridional de San Martín del Rey Aurelio, y Chus Pedro se las sabe casi todas. Por si no bastara la convicción de que «soy como una cotoya», está la sensación física de quien afirma que tiene «todos estos rincones muy pegados a la piel», y al final la certeza definitiva de la fusión: «Yo respiro Entrego, no puedo entender el mundo sin El Entrego».
Es la súbita conciencia de que seguramente cantaría otras canciones y de otras maneras si no hubiera nacido y vivido hasta hoy delante del mismo decorado, si no se marchara de aquí en todas las ocasiones con la absoluta seguridad de que «siempre tengo retorno». «Para ser global», predica el cantante entreguín, «hay que partir de lo local. Para ir descubriendo nuevos horizontes hay que empezar por las señas de identidad y tener memoria. El que no tiene memoria no tiene ni pasado ni futuro, y a mí cada lugar de este pueblo me trae recuerdos, montones de sensaciones a veces inexplicables con un valor emocional que por mucho que quiera no encuentro palabras para poder explicar». Por eso un concierto reciente en Gijón empezó así: «Buenas noches, Gijón; buenas noches, El Entrego». Chus Pedro habla apoyado en la barra del bar Concheso, uno de esos rincones con memoria, testigo del alumbramiento de muchas canciones de «Nuberu», las paredes adornadas con una foto suya enmarcada encima de una de las mesas -«me la hizo Javier Bauluz»- y otra colgada tras el mostrador, dentro del cartel con las fechas de sus próximos conciertos y al lado de la portada de su último disco en solitario, «Nenita», dedicado a su hermana.
Él es de aquí y su música viene de aquí, de la argamasa que ha compactado este sitio diverso cuya definición se ajusta bastante bien al significado de dos palabras. Una es «la solidaridad», afirma, «que se practicaba en El Entrego cuando a lo mejor ni siquiera se sabía decir la palabra»; la otra, «el mestizaje, que formaba parte del día a día, con los andaluces, extremeños o castellanos que venían a trabajar en las minas» incorporados a la mezcla en un lugar donde al final «nadie era más que nadie». Su pueblo es eso en la voz de Chus Pedro, eso y el «dame tira» del compañerismo minero que cantó «Nuberu»; eso y el respeto a la identidad colectiva construida entre todos; eso y una banda sonora que se adivina como producto genuino de un lugar de nacimiento. «Soy lo que soy», repite, «porque soy, para lo bueno y para lo malo, un producto "made in cuenca del Nalón". Lo que hice fue ser una esponja, empaparme de todo lo que me rodeaba».
De ahí salió Chus Pedro, de ahí las vueltas alrededor de la música tradicional asturiana que dio con Manolo Peñayos en «Camaretá» y «Nuberu», de ahí el repertorio que ahora canta en gira autobiográfica, ayer en la Casa de la Cultura de Mieres y el próximo jueves en el teatro Filarmónica de Oviedo. Todo habría sido distinto si no hubiera empezado en este lugar hecho a muchas manos, si además de la familia, en aquellos años del último franquismo y la primera Transición, el ser entreguín no se hubiese moldeado, por ejemplo, con el «hambre de libertad» que calmaban «Los Cristianos». Era, tal y como lo recuerda el cantante, «un colectivo de católicos progresistas que en los 60 y 70 fue un lugar de encuentro de gente con inquietudes sociales y políticas», donde la Iglesia era «un paraguas para que se pudiese respirar libertad en la más absoluta clandestinidad, donde convivíamos comunistas, socialistas, socialdemócratas... Yo jamás podré olvidar la figura de los curas de este pueblo, de Germán el cura, de Pipo...».
Llegados a este punto, no hay motivos para contenerse. Hablar de El Entrego «ye pa mí como hablar de Manhattan». Sin llegar a repetir la feliz similitud fonética del MOMA con el MUMI -el Museo de Arte Moderno de Nueva York y el de la Minería de El Entrego-, o de salvar distancias para comparar Central Park con el parque de La Laguna, este músico que en 2005 alentó la osadía de intercambiar las aguas del Hudson con las del Nalón y presentar la fiesta de Les Cebolles Rellenes en la Gran Manzana tiene una explicación que a su modo también define una forma de ser. A lo grande, la teoría de Chus Pedro recuerda que «los neoyorquinos dicen que Nueva York no es administrativamente la capital de su Estado -Albany- ni de su país -Washington-, pero sí es la capital del mundo. Yo lo aplico de forma muy rigurosa a mi propia capital del mundo, que para mí es mi pueblo», aunque tampoco sea oficialmente ni cabecera administrativa de su concejo. Si es que es hasta físico. El Entrego, esta condensación de lugares dispersos para configurar un solo núcleo urbano, «tiene una estructura urbana muy bien diseñada, un trazado ejemplar de calles en paralelo, en horizontal y vertical, como la primera, la segunda, la tercera, la cuarta y la quinta avenidas».
Chus Pedro, que en aquel viaje hermanó El Entrego casi con Nueva York -con Jersey City- y cantó «De ñublu y orpín» en Queens, persevera así sobre lo saludable que es alejarse para tomar perspectiva. Pudiendo volver. De mayor fue a Nueva York, «de guaje» a Gijón en un viaje en tren de tres horas desde la estación de La Oscura. «Para alguien de la Cuenca», rememora, «donde estamos acostumbrados a ver el mundo en vertical», Gijón era descubrir el horizonte, «un nuevo universo multicolor, que hasta olía diferente, con aquellas casetas a lo Sorolla y aquel barquillero...».
El cantante va y vuelve a aquella infancia en aquel pueblo muy activo que no era éste y al comparar pierde el presente y resquema el porvenir. «En mi pueblo», recuerda, «estaba el pozo Entrego, al lado El Sotón, Sorriego, San Vicente, La Revenga, Venturo... Ahora en mi pueblo sólo queda una mina abierta. Han intentado la reindustrialización con proyectos que fracasaron, con Venturo XXI, con Alas Aluminium, y están dejando una tierra devastada en la que cuesta mucho trabajo tener esperanza mirando hacia el futuro». Pero aquí, en todos los argumentos, vuelve siempre la referencia a una forma peculiar de ser, la certeza de que «en las Cuencas somos gente con ingenio y acostumbrada al sacrificio y al trabajo y a la perseverancia. De una manera u otra», se anima Chus Pedro, «vamos a intentar construir una nueva sociedad que mire con confianza al futuro». ¿La receta? Va directa a la base del sistema. «Entre otras cosas vertebrar la sociedad civil, porque con la partitocracia y el sindicalismo tal y como están configurados, más que aportar valor a ciertas cosas vamos a contribuir de forma activa a destruirlas».
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