La ciudad del futuro
Las parroquias de la periferia residencial suponen el mayor desafío para Gijón, que debe acertar en el desarrollo de su casco urbano sin sepultar el paisaje tradicional
La aureola que conforma la periferia urbana de Gijón, en el Sur y el Este, define una forma peculiar de ciudad en expansión que une antiguas estructuras rurales de poblamiento y aprovechamiento del territorio, de acuerdo a las demandas de una cultura rural ya muy transformada a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, con una densificación creciente de viviendas unifamiliares y urbanizaciones de vivienda unifamiliar que van densificando las parroquias del borde urbano. A ello se añade una creciente presión para la extensión de una urbanización más densa de vivienda colectiva en altura, una vez que este tipo de urbanismo ha saltado el límite impuesto por la autovía.
Somió ya dio el paso y forma parte, con una estructura diferenciada, del casco urbano de la villa de Gijón. Es el modelo que sigue, en mayor o menor medida, el resto de parroquias, incluidas las limítrofes del concejo de Villaviciosa (Quintueles, Quintes, Castiello…), de la periferia sudeste, que comparten las expectativas de transformación urbana, al estar sometidos por la presión creciente del mundo urbano. Son las parroquias de Cabueñes, Deva, Santurio, Castiello Bernueces, Granda, La Pedrera y Leorio, territorios afectados, en un mayor o menor grado, relacionado con su proximidad al casco urbano y a los ejes principales de comunicación, por una rápida transformación funcional que los orienta a cubrir oferta residencial de vivienda unifamiliar en el sector más valorado de la periferia urbana gijonesa. Al sur de estas parroquias, otro conjunto de ellas, más alejado de la presión urbana, se acomoda sobre las pequeñas sierras y valles del límite sur: Caldones, Valdornón, Fano, Llavandera y Güerces. Vega mantiene una personalidad diferenciada que viene de su historia minera. Por su parte, las parroquias del oeste concejil se orientan a la función industrial, empresarial y el desarrollo de infraestructuras básicas, que van arrinconando, sin contemplaciones, el anterior paisaje rural.
A pesar de que el cambio en el paisaje, de más a menos a medida que nos alejamos de la ciudad, es ya evidente, el impacto en el crecimiento demográfico de la función residencial es relativamente limitado. La Pedrera y Leorio, que se reparten el poblamiento esponjado de Mareo de Arriba y de Abajo, han aumentado sus residentes hasta los 766 y los 421, en lo que va de siglo; Granda ha subido de 620 a 659. Castiello Bernueces (de 701 a 1.019) y Cabueñes (de 1.026 a 1.340) son las de mayor población y crecimiento. Santurio ha aumentado de 193 a 252, y Deva, de 581 a 663. Lo que viene a mostrar que, hasta el presente, a afectos de relocalización de población, sólo Cabueñes y Castiello Bernueces tienen algún impacto, aunque moderado. El resto: Mareo, Leorio, La Pedrera, Deva o Santurio no han abandonado una situación de ruralidad próxima al mundo urbano, con cambio de funciones. Somió, por su parte, se ha incorporado estadísticamente al casco urbano de la villa.
En conjunto, estas parroquias de la periferia urbana suman poco más de 5.000 habitantes, una cifra modesta que nos habla más de expectativas de futuro que de una realidad actual, concentrada hoy en Somió, que ha continuado densificando su poblamiento a partir de nuevas urbanizaciones de vivienda unifamiliar y, en mucha menor medida, en Castiello Bernueces y Cabueñes, las únicas que superan el millar de habitantes, al ser las más próximas a la ciudad y localizar además equipamientos señalados de alcance municipal o regional.
El Gijón residencial del futuro supone para Gijón quizá su mayor reto urbano actual, porque necesita apoyarse en la definición de un modelo de ciudad para las próximas décadas, agotado ya el impulso de la transformación de la ciudad portuaria e industrial tradicional, iniciado en los años ochenta. Y para ello necesita de una profunda reflexión sobre lo que se quiere que sea Gijón. Una reflexión que deje de lado las rutinas impuestas por los modos urbanísticos de los últimos treinta años y las urgencias de un crecimiento que cada vez es más moderado. A Gijón se le presenta el reto de acertar en el desarrollo del casco urbano sin sepultar el paisaje tradicional, su principal atractivo hoy para la función residencial, de la periferia sudeste. Reto difícil que va a requerir de más ideas y más imaginación para proyectar el Gijón de las próximas décadas, que no parece que vaya a requerir grandes desarrollos urbanos en número de viviendas y sí en calidad, integración de la ciudad en su entorno y recuperación de los extensos y densos barrios construidos en los años cincuenta, sesenta y setenta, hoy envejecidos y necesitados de una rehabilitación en profundidad.
La ordenación del territorio debe responder a lo que la población gijonesa quiera hacer con este territorio de escasa población y una más que apreciable integración entre poblamiento y paisaje. Y no se puede dejar algo tan importante a las rutinas de los agentes urbanísticos y de la administración, tan habituados a imponer sus estrategias de visión limitada. La experiencia reciente parece aconsejar a la población local tomarse muy en serio la participación activa en la definición de los nuevos modelos de desarrollo del poblamiento, que deberían contemplar también la rehabilitación y revitalización de los núcleos rurales periféricos, desde la perspectiva de la diversidad de actividades y funciones, ya que la accesibilidad a los equipamientos básicos está asegurada.
Surf en la ola urbana
Tiene la periferia urbana de la villa de Gijón, en el sur y el este del casco urbano, la mejor imagen percibida por los ciudadanos, con un paisaje que une algo del mundo rural tradicional y una creciente función residencial de baja densidad, mayor cuanto más cerca de la ciudad, en Somió, Cabueñes y Castiello Bernueces, y menor en el resto de parroquias, que ven cómo se acerca la ola urbanística. Hoy, este mundo amable se debate entre conservar su identidad y su paisaje o alojar los acostumbrados desarrollos urbanísticos impersonales, abonados por una demanda que busca mejores ambientes y evita las antiguas barriadas o la proximidad de las instalaciones industriales. El reto es acertar con el Gijón del futuro, evolucionar y seguir haciendo ciudad sin perder el alma ni rendirse sin más ante modelos urbanos surgidos para otras épocas y necesidades.
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