Cuando la ciudad se mete en un jardín
El geógrafo Ramón Alvargonzález repasa la configuración y los riesgos de «degradación ambiental» que se ciernen sobre el modelo urbano difuso del área residencial de Gijón
El tranvía venía de la calle Corrida, entraba en Somió por La Guía, atravesaba lo que ahora es la avenida del profesor Pérez Pimentel y daba la vuelta en la plazoleta de Villamanín. Hoy la plaza tiene una rotonda dominada por un viejo castaño y en su perímetro limitan directamente un edificio relativamente moderno de dos plantas, la superior abuhardillada, y el cierre blasonado de la finca «La Redonda», 16.000 metros de jardines y el Museo de la Fundación Evaristo Valle. En el paisaje abigarrado del Somió del siglo XXI, donde conviven las quintas con los adosados y la planificación urbanística amenaza la supervivencia del modelo, todo comenzó con aquel tranvía. Esa certeza ha traído hasta aquí a Ramón Alvargonzález, geógrafo, catedrático de la Universidad de Oviedo, director de la Fundación Alvargonzález y autor del estudio «Somió: la ciudad jardín de Gijón» (1999). Desde aquí puede observar el germen del concepto, remontar el tiempo a la búsqueda del principio y desembocar en los últimos años del siglo XIX, cuando el puerto, la industria y los ferrocarriles colonizaron el sector oeste de Gijón y esta ciudad de baja densidad, de uso residencial, se hizo cargo del Este. Ocurrió primero en Somió, justo aquí, explica el profesor, porque ésta era la parroquia rural comunicada con el centro urbano, porque el tranvía llegó hasta aquí en 1891 y aunque el trayecto a Corrida llegase a durar hasta una hora esto estaba definitivamente más cerca que todo el resto de la periferia oriental limpia de humos. Por eso también «el espacio de Somió que se ocupó antes fue el más próximo al trazado». Éste. El Gijón residencial nace y crece hacia aquí en el tránsito del XIX al XX, asociado «a un tipo social y a una moda, la burguesía industrial y la costumbre del veraneo cantábrico». Se acelera y vira en torno a la década de 1970, cuando aquellas viviendas estacionales pasan a ser permanentes.
Alvargonzález va por Somió siguiendo el rastro de la historia remota y reciente de la edificación residencial, destapando sobre el terreno las capas de esta parroquia que irradió su modelo particular de ciudad difusa a todo el perímetro sureste del casco urbano gijonés. Somió es el paradigma, la plantilla del Gijón residencial, la horma de la que salieron, con sus singularidades, los apéndices de Cabueñes, Deva o Bernueces, espacios residenciales que, «morfológicamente», define el geógrafo, «chocan con el marco en el que se insertan». Ayudado por la accesibilidad que daba aquel tranvía, Somió reedificó sobre su suelo agrario el muestrario completo de la arquitectura residencial, el catálogo de tipos constructivos que define a través del tiempo la «ciudad jardín», con sus edificios peculiares y en medio los jardines históricos en papeles estelares. No hace falta apartarse demasiado de la carretera del Piles al Infanzón, arteria principal de la parroquia, para que Alvargonzález vaya repasando sobre el plano intrincado de Somió la trama, el nudo y el desenlace de la urbanización de baja densidad. Todo está a la vista, desde aquel fin del XIX a estos inicios del XXI. Primero las quintas, con sus fincas de más de una hectárea y la casona o el palacete; luego los 5.000 metros con casa de campo de los años veinte, los modelos imitativos del chalé suizo o del «cottage» inglés, los chalés del desarrollismo de los ochenta y, al fin, el adosado.
En su versión gijonesa, ese trayecto es el que va de la monumentalidad de la quinta Bauer o del regionalismo montañés de «La Riega» a la funcionalidad de los adosados del Rinconín, pasando por las tres casas «de don Pepito» -junto a la iglesia, de una planta con bajocubierta, siguiendo las trazas del «cottage» de principios del siglo XX-, o por el regusto a desarrollismo que deja «una vivienda en la Carbayera de Laviada», a la izquierda en el ascenso hacia La Providencia.
Para completar el recorrido basta saber que estas calles sinuosas con nombres de flores y plantas se llaman «camino» porque son los caminos vecinales de aquella parroquia rural y que «todos estos tipos residenciales convivieron mucho tiempo con las caserías». «Sobre el molde de una trama parcelaria de origen rural», Somió edificó un paisaje urbano que no quiso ser exclusivamente residencial. Además de la «tipología de la edificación residencial» hay jardines históricos, muchos más aparte del ejemplo monumental que exhibe «La Redonda» con sus más de 400 árboles, y también, como complemento del modelo, locales de esparcimiento que están «al servicio de toda la ciudad» y que no son de ahora. El Somió Park, por citar sólo uno, «fue un establecimiento de ocio vinculado a la línea del tranvía».
Ramón Alvargonzález ha hecho el trayecto entero, deliberadamente entreverado el físico con el histórico, para decir que «en la preservación de todos estos tipos residenciales está la personalidad de la parroquia y de toda la zona este de Gijón». Que vale para todo el perímetro sureste de la ciudad la sensación de que «todos los instrumentos que quieran modificar esa identidad son modelos de degradación». El cauce del Piles, afirma el geógrafo, «ha marcado históricamente una frontera entre la ciudad densa y la de baja densidad» y las dos torres proyectadas en la margen derecha del río, igual que los proyectos de edificación en altura en Cabueñes, Bernueces o Granda, anuncian el peligro esencial de la «saturación residencial». Los riesgos son, a su juicio, dos: «La tentación de introducir modelos de ciudad densa en la de baja densidad y la inexistencia de mecanismos que incentiven el mantenimiento de este paisaje histórico». Habla, por un lado, de no traicionar el estilo; por otro, de estimular la conservación de los jardines, tal vez de «unificar o eximir del pago del Impuesto de Bienes Inmuebles a los propietarios a cambio de que sus fincas sean visitables un día a la semana, como ya ocurre en Inglaterra». Desemboca una y otra vez en un inventario de amenazas válido para toda la zona: «Introducir bloques de cuatro alturas con viales de ciudad consolidada supone un factor de degradación ambiental y del paisaje. A cambio, la idea sería «potenciar los mecanismos de protección, eliminar el planeamiento agresivo, tal vez a veces justo lo contrario de lo que se está haciendo».
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