Territorio vaquero
Felechosa, que pierde población pese a su tránsito de la economía ganadera a la industria del ocio, trata de articular el turismo con la pervivencia del patrimonio natural e histórico
Felechosa es localidad compacta, de plano abigarrado y tradicional. Bien poblada desde antiguo. Pero no sólo por eso es importante. También lo es por estar en el corazón de la Cordillera, que para los asentamientos permanentes es estar a pie de puerto, aunque la parroquia, con sus 1.296 metros de altitud media, sea de las más altas de la Montaña Central. Desde hace décadas, a su función tradicional como parroquia de intensa actividad ganadera vinculada a las vegas altas, a las brañas y a los puertos, ha añadido una importante dedicación hostelera, para rentabilizar los flujos atraídos por los deportes de montaña y de invierno, a uno y otro lados de la raya.
En un concejo que ha venido perdiendo efectivos rápidamente en la última década por el declive de la actividad minera, Felechosa no ha podido sustraerse a esa dinámica, a pesar de su diversificación funcional. En lo que va de siglo ha pasado de 647 a 580 residentes empadronados, que hacen de ella la mayor localidad de una parroquia, El Pino, que roza los 900 habitantes y que es la burbuja territorial donde se resguarda Felechosa, acompañada al norte por La Pola y El Pino y al sur por Cuevas, hacia la que ahora parece avanzar, extendiéndose a ambos lados de la carreta, utilizando como eslabón el singular complejo hostelero-residencial La Minería.
El impulso de la actividad minera supuso un basculamiento de los centros de gravedad del concejo de Aller hacia el norte. Collanzo, que contaba con una localización estratégica en la confluencia de los ríos Aller y Braña, cedió su antigua capitalidad en beneficio de Cabañaquinta, mientras que las explotaciones hulleras concentraban la población en su entorno, en la entrada del concejo, aguas abajo. Ese Aller minero formó una pequeña y densa ciudad lineal entre Caborana, Moreda y Oyanco, y se alargó en otros núcleos menores por el valle del río Negro, y a través de una guirnalda de aldeas, que la carreta hizo pueblos, a lo largo del valle del río Aller. Felechosa es el último eslabón de esta cadena de pueblos del valle. O el primero. Según cómo se mire. En cualquier caso, es diferente y hoy se ha convertido en la referencia urbana del alto Aller, en el camino de los puertos y de las estaciones de esquí.
Felechosa se resiste a los planteamientos lineales. Los que siguen sólo el curso de las aguas principales. Ella es transversal. Piensa y actúa hacia los lados. Tiene motivos. Desde siempre la parroquia gobernó los pastos altos, allí donde el valle se abre. Así, por la derecha la ladera está dividida en escalones, el primero culmina en las altos calizos de la sierra de Collarroces, otros dos le siguen, tallados primero en moles cuarcíticas y después en las calizas de montaña que hacen divisoria con Sobrescobio y con Caso. Entre ellos, recuencos o replanos situados a distintos niveles acogen espacios de alto rendimiento pascícola, son los cotos de La Pola o del río Sariego y las majadas de Felechosa. Más arriba, nuevos pastos, bajo la Peña La Tabierna y el Retriñón. Por la derecha, la serranía de Fuentes de Invierno encuadra la parroquia, desde el Picu Cueto a Peña Redonda, pasando por el Nogales y llegando al Toneo, que flanquea con el Torres el puerto de Braña. Sonoros nombres, inmensos mojones que balizan una cultura ganadera milenaria que aquí, en la frontera, en la divisoria, tiene su razón de ser.
Cultura vaquera, cultura del trato y del comercio, a caballo entre las dos vertientes. Lugar de paso antes o después del puerto. Eso favoreció la hospedería, que ahora se viste de hoteles y de servicios vinculados al mundo de la alta montaña. Una apuesta que pudo ser más diversa si se hubiesen seguido las propuestas de los primeros planes de desarrollo rural que definían estrategias basadas en marcas territoriales, de donde salió la marca Fuentes de Invierno. Aunque luego se apostara más por la infraestructura pura y dura que por su uso como referencia para el desarrollo de actividades vinculadas al medio. En cualquier caso, la marca territorial es potente y podría servir para amparar muchas actividades que tengan incidencia en el empleo local, tanto aquí como en el valle gemelo, aunque cerrado en fondo de saco, de Casomera, verdadero paraíso desconocido.
Felechosa nos señala que Asturias tiene aún pendiente cómo vincular la existencia de un territorio de alta montaña con el desarrollo de actividades compatibles. Y con el mantenimiento de un poblamiento que permita la permanencia del patrimonio histórico como base para nuevas actividades. Se echa de menos en la montaña asturiana un mayor cuidado del paisaje, ese que nos llena de orgullo y que, sin embargo, aparece demasiado a menudo descuidado, con edificaciones fuera de escala o desarticuladoras del poblamiento tradicional. Nuestros pueblos de montaña tienen una particular relación con el medio en el que se insertan que hay que cuidar a la hora de introducir nuevos elementos en su caserío o en sus proximidades. Cuidado de detalle, porque el paisaje es uno de nuestros principales recursos de futuro y hoy por hoy el país parece no saber muy bien qué hacer con él.
Hay una inconsistencia en el mensaje que trasmiten la sociedad y la administración asturianas y las actuaciones que realizan. Los incendios suponen hoy un indicador de que estamos fallando en la gestión del territorio de montaña y en la actualización de las actividades ganaderas tradicionales. Se necesita reflexión, y más en núcleos que como Felechosa deben ser ejemplos para otros en su relación con el medio de la alta montaña cantábrica. Iniciativas como la Gran Cantábrica siguen ahí esperando, mientras las administraciones hacen de los límites administrativos una suerte de trincheras defensivas.
Felechosa hace décadas que inició un camino de especialización terciaria, turística, hostelera, para hacer valer su relación directa con la montaña y las actividades de ocio que en ella se desarrollan. Hace cuarenta años Felechosa tenía casi igual número de bares. Hoy no son tantos, pero el número daba idea de su vitalidad social, que hoy ha encauzado hacia negocios del mismo sector, pero vinculados a la población de fuera. Le queda recorrido en el camino para aprovechar su localización y su experiencia, para diversificar su mirada sobre la montaña y buscar nuevas opciones de desarrollo, que pasan más por las ideas innovadoras y menos por las infraestructuras, que las hay y deben ser aprovechadas. El reto es convertirse en un centro avanzado, de referencia, en la relación entre población y montaña. Y para ello se necesitan ideas, proyectos y cuidado del paisaje.
A pie de puerto
Felechosa ha ido haciendo buena su localización próxima a los puertos, tradicionalmente a través de la actividad ganadera y los servicios vinculados a la carretera del puerto, y luego como centro hostelero y de servicios turísticos, a medida que fraguaba el aprovechamiento de la montaña para actividades deportivas al otro lado de la raya y también a éste. En eso sigue, a la espera de que la montaña continúe rindiendo frutos y a pesar de las limitaciones de unas actividades muy sujetas al apoyo público para su subsistencia. Es necesario abrir la mirada y buscar nuevas vías de relación, a partir de una experiencia que ya es dilatada.
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