La hora de la orilla asturiana
Figueras, remolcada por su potente industria naval pero demográficamente declinante, busca estrategias que aprovechen mejor sus recursos y le permitan competir con la expansión de la margen lucense de la ría del Eo.
La silueta azul del «Stril Merkur» se ha apoderado de la vista de Figueras. Se mire desde donde se mire, la villa es eso que hay detrás de un barco noruego de 97 metros de eslora, uno de los más grandes que han construido en su historia los Astilleros Gondán. El primer vistazo ha descubierto sin dificultad la cabeza tractora que remolca este lugar varado al borde de la ría del Eo en el que la industria naval tapa esa playa desde hace 86 años y ahora da trabajo a alguna más de 250 personas, muy aproximadamente la mitad de la última cifra oficial de población de la villa. Álvaro Platero, figueirense, director general de la compañía y cuarta generación dedicada a la construcción de embarcaciones, ha hecho la cuenta de memoria y ahora está parado en el muelle de Figueras, esta pequeña explanada invadida por los coches a la que vienen a caer las callejuelas estrechas y empinadas de lo que fue un viejo pueblo marinero. A su izquierda está el puerto deportivo casi nuevo -«menos mal»-, a la derecha se ven los almacenes de pescadores y las naves verdes del astillero y a su espalda brota por entre las fachadas una esperanza con forma de castillo. La figura imponente del palacio de Trenor, una esbelta torre central y dos extensas alas laterales de piedra recia, se asoma a la desembocadura del Eo coronada por una grúa y otras señales de que avanza la obra de rehabilitación para salvar de la ruina el inmueble y utilizarlo para rentabilizar turísticamente esta villa con recorrido.
Platero está aquí abajo, en el muelle, pero sin querer ha mirado al frente y la vista se ha ido a Ribadeo, advirtiendo que el casco de acero azul del «Stril Merkur» no tapa el perfil de la villa lucense que crece ahí mismo, casi exactamente enfrente, al otro lado del estuario por donde corre la línea imaginaria de la frontera entre Asturias y Galicia. Los barcos todavía se hacen en esta orilla, donde siempre, y a unos pocos kilómetros aún hay otras empresas empleadoras que duplicarán la superficie útil del parque empresarial de Barres, pero Figueras lo nota poco. El resumen apresurado de lo que va de siglo dice que la villa castropolense, «pixota» en la jerga de aquí, ha visto caer su población por debajo de los seiscientos habitantes y que en la orilla opuesta, Ribadeo ha cambiado los 5.000 del año 2000 por casi 6.500 en la cifra de 2010. Los jóvenes cruzan el puente de los Santos y con frecuencia se quedan. Se van a vivir al otro lado de la ría, allí donde «la oferta de vivienda es más amplia, los pisos más asequibles y hasta mayores las facilidades para abrir una empresa». El que habla es el director general de Gondán, uno que se trasladó de esta zona después de intentar hacer una casa aquí sin éxito «durante ocho años», que encuentra más sitio para amarrar en el puerto deportivo de Ribadeo y mantiene su industria atracada a este lado de la ría «porque soy de aquí».
Las cifras cantan. «Por algo será, algo estaremos haciendo mal», remata Platero recontando de memoria los trabajadores del astillero que aun siendo de aquí han optado por mudarse a la orilla opuesta del estuario asturgalaico. A este lado «falta vivienda» y la que hay la compran los veraneantes, asiente desde otra generación Francisco Javier Martínez, buscador vocacional de tesoros escondidos en el fondo de la ría del Eo con sus compañeros del club de buceo Figas (Figueras Actividades Subacuáticas). También a su juicio es nocivo el giro hacia la segunda residencia, que pone esto «a reventar en verano», vuelve el director general de Gondán, «y sin prácticamente nada en invierno». «Necesitamos alternativas que fijen población permanente», le sigue Benigno Pérez, presidente de la asociación turística Eo-Porcía, «porque como vayamos hacia la segunda vivienda nos habremos cargado la villa». «Los que vivimos aquí pagamos los impuestos de los que vienen cuatro días» y eso, estirado a gran escala, es equivocar el camino. A las pruebas se remiten. Como «las tiendas no pueden vivir de un mes de verano, de la Semana Santa y algunos puentes», el descenso de la actividad comercial se percibe a simple vista, pero se aprecia mejor a la luz de la memoria de los que vieron «hace veinte años muchísimos comercios» en esta villa donde el pescado se vende hoy en una furgoneta ambulante. Benigno Pérez concede que la corriente de la ría lleva un tiempo arrastrando a la población lejos de aquí -el puente de los Santos es de 1997- y que han pasado de largo por Figueras los trenes del despoblamiento del campo, ese fenómeno universal que también pone el contexto a todo lo que ocurre en la villa castropolense. «Hasta hace cuatro días no había un plan urbanístico en el municipio de Castropol», protesta. «Si se hubiese ordenado hace veinte años, tal vez el resultado habría sido diferente» y esta villa podría haberse aprovechado mejor de dar alojamiento a la mayor industria del concejo y de tener al fondo, pero cerca, ése que se amplía para ser el mayor polígono del Noroccidente. Platero identifica un ejemplo del beneficio escaso que saca la villa de su potencia fabril en la formación, «otra cosa que no hay» orientada al tipo de empleo que se reparte aquí. «Con dos astilleros en la comarca -éste y el de Armón, en Navia-, llama la atención que no exista un curso de soldadura o calderería... Se da soldadura del automóvil».
Figueras, además, lleva la pesca por bandera, y es literal, porque la enseña de la villa reproduce un barco de vela sobre un fondo azul con olas y una ballena. En algún membrete de la villa el topónimo sigue diciendo «Figueras del mar» y los figueirenses son «pixotos» por los peces, pero la vocación marinera es aquí el pasado y sólo tal vez el futuro. De aquella importancia de la pesca y la mar quedan en el pequeño puerto la cofradía más occidental de Asturias, cuatro embarcaciones y 22 personas si a los cinco marineros se suman los mariscadores. No son todos de aquí y al patrón mayor, Juan Luis Fernández, el panorama que contempla a diario en el muelle le dice que «esto va a menos. Puede que seamos los últimos, porque no se ve relevo. Hace tiempo todavía era posible encontrar gente joven, pero ahora esto no lo quiere nadie, y tampoco me extraña».
Aunque lo parezca, sin embargo, aquí todavía no se ha detenido el tiempo. La Torre del Reloj, antigua sede de las escuelas marítimas y hoy Casa de Cultura, tiene en hora la esfera frontal y paradas las dos laterales, una a las nueve y media y la otra a las doce y media, imposible saber si de la mañana o de la noche. Tras una larga controversia a cuenta del arreglo de la maquinaria, el tiempo corre en Figueras. Hay oportunidades y mucho por hacer, vienen a decir algunos «pixotos» persuadidos de la potencialidad de este lugar que forma parte, avanza Benigno Pérez, del «municipio del Occidente con más posibilidades de explotación turística». Parece que viene el palacio de Trenor, pero hay tanto por exprimir y tan poco aprovechado que desde algún punto de vista se observa aquí el turismo como «la gran alternativa que queda y no se explota ni mucho ni poco». «Es el único sector que está creando empleo, pero se le están dando demasiadas patadas en el trasero», remata Pérez. A Francisco Martínez, a Valentín López Castro y al resto de los componentes del Figas les ha dado por buscar potencialidades de recorrido turístico hasta debajo del agua. Buceando han encontrado cañones, ánforas, restos de naufragios de hace tres siglos, razones para asegurar que «esta ría también tiene un pasado y da frutos por todos los lados, pero no la sabemos aprovechar». Del fondo a la superficie, Álvaro Platero afirma que la ría del Eo es categóricamente «el mejor sitio de Asturias para navegar»... si se pudiera. El director general del astillero ha perdido la cuenta de los años que lleva «pidiendo que draguen la ría» y sí, agradece que al fin tenga esta villa un puerto deportivo, pero dice que no exagera si asegura que a lo largo de toda la margen asturiana del cauce fronterizo «podrían convivir diez si se dragase». Y además de las empresas que dan paseos en lancha vivirían otras en un clima propicio para estimular el alquiler de embarcaciones o el turismo naval. En Ribadeo, otra vez Ribadeo, «hay seiscientos amarres, aproximadamente un centenar en lista de espera y diez o doce personas trabajando alrededor del puerto, sin contar todo lo que mueve en restaurantes, hoteles...».
Un puerto para el ciudadano y alguna idea nueva para hacer turismo
La fotografía del entorno del muelle de Figueras, con alguna fachada en ruinas y el espacio urbano aprisionado por decenas de coches aparcados, ilustra el recorrido que le queda a la comercialización turística de esto que sigue siendo una villa marinera forzada a reinventarse. Para el alcalde de Castropol, el socialista José Ángel Pérez, «Figueras tiene ya un reclamo turístico muy acentuado, pero seguro que podremos incentivarlo y mejorarlo en los próximos años con nuevas infraestructuras». También a él se le va la mirada al puerto y anuncia un plan para peatonalizarlo, ampliar el muelle deportivo y habilitar otras zonas de estacionamiento de vehículos que hagan compatible la visibilidad turística de Figueras con el movimiento de la industria naval indispensable para que a esta villa no se la lleve la corriente. La llamada al turista exige, al decir de Benigno Pérez, «dinamizar el sector, ayudar a diversificarlo» con iniciativas nuevas, ordenarlo para dejar de vivir contra la «competencia desleal» de los establecimientos irregulares y tal vez también implicar más, o mejor, a los empresarios. Las guerras de cada uno por su cuenta retienen el desarrollo de un área con posibilidades que a veces pelea contra el desinterés de los propios implicados. A participar en un proyecto de promoción que aprovechaba la declaración de la ría como Reserva de la Biosfera, pone por ejemplo el presidente de la asociación Eo-Porcía, se presentaron únicamente tres establecimientos de todo el concejo de Castropol.
A lo mejor es por eso que también se hace aquí «imposible vivir sólo del turismo». Avelino Gutiérrez habla de su propia vida y la de su familia, que regenta un hotel de cuatro estrellas y veinte habitaciones en el palacete modernista de Peñalba, construido en 1912 por un discípulo de Gaudí, y un restaurante en el muelle. En Figueras, donde la infraestructura se completa con otro hotel y unos apartamentos rurales, donde se adecenta el palacio de Trenor y la hostelería necesita más, Gutiérrez echa en falta la inversión y el esfuerzo que tira del otro lado de Asturias. Él ve «la política turística» descompensada, con los equipamientos culturales y hasta las series de televisión volcadas con el Oriente y a este extremo occidental desatendido.
La apuesta por el turismo, en todo caso, no funciona aquí en solitario ni siquiera cuando las valoraciones vienen desde detrás de los mostradores de los hoteles. «Hay que potenciar los tres sectores», enlaza Gutiérrez, sabiendo que la industria tiene un apoyo fuerte en el astillero y que en el primario, «no sé por qué», sufre la pesca. «En el País Vasco hay pueblos que combinan la industria con el sector pesquero y funcionan. Yo pienso que la bajura puede ser rentable. Ni barcos ni hoteles grandes, pero tal vez sí empresas pequeñas bien gestionadas».
En la flor de la villa
Figueras se integra en la belleza mágica que conforma tierra, mar y cielo de la geografía asturgalaica en la ría del Eo. Villa en anfiteatro con humildes casas, unas sobre otras, creando calles tortuosas y pendientes que se caracterizaban por su empedrado de «goños» o cantos rodados, a las cuales conferían singular personalidad el típico olor a mar de los aperos de pesca puestos a secar junto a las puertas de las casas y bajo las ventanas hasta las ropas más íntimas tendidas al sol y al aire. Calles hoy limpias y silenciosas, y ya sin ribetes piscícolas de donde proviene el apelativo de «pixotos» que tilda a los figuerenses. Otras gentes de mar se dedicaban antaño a la navegación transatlántica por diversos continentes en modestos veleros, dejando acreditada su pericia naval y honradez mientras sus mujeres, sacrificadas y maternales amas de casa, con el calvario eterno de esas ausencias marinas, acreditaron siempre su laboriosidad en faenas complementarias entonando en todo momento canciones que empujaban su trabajo y animaban el vecindario. Cabe destacar la singular entereza de carácter y peculiar personalidad de las figuerenses ante la emigración de sus hijos, las cuales protagonizaron su independencia tanto para liberarse del oprobio feudal como siglos después para lograr también la parroquial. Ellas contribuyeron con su esfuerzo al progreso del pueblo en el industrialismo fabril, origen del desarrollo económico de la villa, que aportó la creación del «Barrionovo» con una docena de casas señoriales y creó una descendencia varonil de formación universitaria y unas señoritas cultas y tan magistrales ante la vida como ante el teclado de un piano que llenaba de alegría el barrio. La emigración también contribuyó con sus aportaciones y filantropía al engrandecimiento del pueblo y en estos últimos años el turismo expandió el área urbana con modernos edificios por pisos y creó en sus gentes una nueva visión del goce vital y de la diversión que abrió vías para el bienestar y desarrollo económico y familiar que hoy se goza en la villa.
Paralelamente existía otra clase de trabajadores integrada por los campesinos y de la cual ya tan sólo subsisten dos ganaderías.
Así pues, el substrato socioeconómico de Figueras lo constituyen hoy los obreros y empleados del astillero y media docena de oficios varios y algún profesional. Con todo, la población de la parroquia sigue siendo reducida. Sin que por ello los figuerenses natos hayan perdido su trato servicial y un agudo sentido humorístico, crítico e independiente; que si bien coproduce los tipos populares de antaño, manifiesta la personalidad que nos ha caracterizado a lo largo de los tiempos frente a los demás pueblos vecinos.
El Mirador
_ El aparcamiento
El objetivo es doble, sacar los coches del puerto de Figueras y encontrarles otro sitio cómodo no demasiado lejos de allí. El alcalde de Castropol, José Ángel Pérez, apunta hacia el parque de Pelamio, donde está programado un aparcamiento subterráneo con 220 plazas. El proyecto municipal se adosa a una reordenación del tráfico rodado que permita habilitar más sitio para aparcar en superficie en la avenida Gondán, que baja a dar al puerto, y otros en la zona alta del entorno de la Casa de la Cultura y La Laguna.
_ El puerto
Peatonalizar el entorno del muelle equivale a «ganar ese terreno para el pueblo», afirma Pérez, y forma parte de otro proyecto mayor que incluye la remodelación del puerto deportivo «retirando el espolón central» para conseguir duplicar el número actual de amarres y llegar a superar los doscientos.
_ La ría
Ya que la construcción naval tira de Figueras y que a la navegación se le ve cara de alternativa de futuro, la reclamación permanente desde hace algunos años pide el dragado de la ría del Eo. Después de años de ruegos, Álvaro Platero, director general de Astilleros Gondán, no se ha cansado de poner la demanda del dragado a la cabeza de las necesarias para explotar mejor el estuario del Eo desde Figueras. «¿Por qué no un paseo alrededor de la ría?», añade. Pero de toda la ría: alrededor del estuario, «en Vegadeo tienen que pasear por la carretera».
_ El suelo
«Abaratarlo» y ampliar su disponibilidad figuran entre las prioridades para «fijar habitantes permanentes». «No podemos hacer que esto se convierta sólo en una población de segunda residencia», afirma Platero, «hay que idear alternativas que mantengan población de invierno».
_ El «aislamiento»
Para todos los proyectos que pueden mejorar la villa es evidentemente necesario el final de la Autovía del Cantábrico, pero no sólo. También «el enlace con la A-6» en la provincia de Lugo, que mejorará además las comunicaciones con la Meseta, esenciales para el turismo, y «recortaría en una hora u hora y media el tiempo de desplazamiento a Madrid», afirma Benigno Pérez.
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