Grado rima con su mercado
Arrastrada por la potencia secular de su comercio, la villa crece a costa de su entorno agrario y pide suelo industrial y actualización mercantil contra el riesgo de transformarse en ciudad dormitorio
«No faltar al mercado tradicional de Grado sin causa justificada». El mandamiento está escrito así en la ordenanza municipal que regula la feria callejera de todos los miércoles y los domingos en la villa moscona. Se lee en el artículo 26, «obligaciones de los vendedores», pero Grado se ensancha porque también lo cumplen a rajatabla miles de visitantes y compradores a la semana. Dan para 110 puestos en un kilómetro de calles, del parque San Antonio a la calle Cimadevilla, con otros veinte en lista de espera por si aquellas causas «injustificadas». Lleno a los dos lados de los mostradores. Legumbres, embutidos, frutas y hortalizas, ropa interior, zapatos y zapatillas de todas partes... Sólo diez de Grado. El paso del tiempo ha hecho su trabajo con un mercado que ya apenas se reconoce en la memoria de Luis Sánchez, el último adjudicatario del «premio a la fidelidad» a cambio de sus sesenta años vendiendo aquí las hortalizas que cultivaba en Castañedo. Cada vez hay menos como él, pero aquí la distribución comercial engrasa todavía la fuente de energía esencial de este lugar que se expande a remolque de la potencia de su sector servicios. Hace al menos siete siglos que Grado son los mercados, en plural. Lo mismo esta venta al aire libre que aquellos locales bajo techo.
El modelo del crecimiento es fotocopia. Los 7.000 habitantes casi exactos que iniciaron el milenio en Grado han progresado hasta casi 7.500 en 2009. Marca el paso la obra de la autovía Oviedo-La Espina -la villa está a un cuarto de hora de la capital desde febrero de 2004-, pero también y sobre todo el desalojo del entorno rural de un concejo que ha cambiado 11.600 personas en 2000 por muy pocas más de 11.000 en 2009. Conocen el fenómeno en Villaviciosa, Nava o Pola de Siero, en todas esas villas centradas, recrecidas y renovadas por las carreteras, corregidas y aumentadas por su magnetismo para los pueblos de un alrededor agrario en retroceso, pero aquí tiene sus ingredientes peculiares, diferentes, mezclados en proporciones desiguales. «El flujo de gente que viene a Grado a causa de la proximidad con el centro de Asturias no se ha dado aquí todavía como en otras villas cercanas a Oviedo», sostiene María del Canto García Abadía, secretaria de la asociación cultural «Valentín Andrés». «Lo que sí ha pasado, y es penoso, es ese desplazamiento desde las zonas rurales que ha recaído casi completamente en la villa», afirma. «Nunca hemos vivido de la carretera», acompaña el alcalde, Antonio Rey. Es el muestrario completo de servicios públicos de Grado lo que atrae a la gente hasta aquí para hacer mayor y más urbano este trazado que se acuesta en el curso del río Cubia, en estas vegas adonde el Camín Real de La Mesa va a fundirse con el Camino Primitivo a Compostela. Crece Grado, y así duele, «porque los ciudadanos de los pueblos son todavía de segunda en infraestructuras y servicios», lamenta García, y acaso de espaldas a la certeza de que este lugar jamás ha vivido sin sus pueblos. El mercado estuvo sesenta años alimentándose de las verduras de Luis Sánchez en Castañedo y si otros no las cultivan allí no se pueden vender aquí.
La supervivencia del entorno rural hace falta, se oye la voz de más de un moscón inquieto. Casi tanta como la finalización urgente del polígono industrial que remueve tierras con retraso en La Cardosa y que, esperan aquí, tal vez conseguirá que Grado apoye su estirón demográfico en otros habitantes distintos a los de los pueblos de su concejo sin que ese desarrollo transforme la villa, eso sí que no, en una «ciudad dormitorio» de la Asturias metropolitana. Mucho mejor, dónde va a parar, ser villa semiurbana a resguardo del fragor uniformizador de Ciudad Astur que barrio lejano de Oviedo.
La personalidad, no obstante, aquí tiene garantías desde la Edad Media. Todavía se compra y se vende y Grado rima con su mercado. «El sector comercial es el soporte económico de la villa», confirmará con la experiencia propia Amalio Guisasola, propietario de una librería y presidente de la Asociación de Comerciantes «Siempre Grado», con 115 socios. No es casualidad, presumen aquí, que los fundadores de El Corte Inglés y Galerías Preciados hayan nacido a este lado del Cubia y se hayan empapado de miércoles y domingos de ferias antes de dar a luz a sus grandes almacenes multinacionales. Todo eso salió de aquí, los gigantes de la distribución comercial en España son la desembocadura del espíritu mercantil que va en el ADN moscón, y la teoría es de Isidoro Álvarez, presidente de El Corte Inglés. La expuso en 2006, al agradecer el «Moscón de oro» en la capilla de los Dolores: «Me acuerdo de cuando iba andando con mi padre los doce kilómetros que separan Báscones de Grado para ir al mercado (...). Quizás en este mercado esté parte de la explicación de por qué de Grado salieron hombres como César Rodríguez, Ramón Areces y Pepín Fernández». Grado, lo dicen hasta los «mupis», quiere ser un «gran centro comercial abierto». Al aire libre y con sus propios horarios.
Aquí las semanas comienzan y terminan los domingos, todo «abierto por mercado»; se duerme el lunes, «cerrado por resaca de mercado», y rebrota a partir de la feria callejera que repite los miércoles. El calendario mide el tiempo a su modo. Deja entrar la primavera antes de hora -la primera Flor ya sale aquí el domingo siguiente a Pascua- y antes y después pone sus propios mojones para delimitar las otras estaciones. La segunda Flor redondea en rojo un domingo de mayo seis semanas después de la primera y el resto del tiempo es lo que pasa entre el Mercadón de primavera y el de otoño o lo que va del mercado de Carnaval al de Navidad. En medio, junio tiene su Mercado del Mundo; julio, la Feria de la Artesanía; septiembre, el Certamen de la Escanda, y noviembre, el de la Seronda; hay dos ferias del stock para cerrar cada temporada, la Feria de las Oportunidades de la semana pasada y mercados y ferias de ganado al menos los primeros domingos del mes... El tiempo es un horario comercial; los espacios, calles y plazas de San Antonio a Cimadevilla, con previsiones de ampliación a la calle Asturias, y locales y tiendas y el redondel de la plaza del ganado y...
Para que siga siendo lo que siempre ha sido, eso sí, el mercado va a necesitar «una revisión muy profunda». A la pregunta «¿cuánto de lo que se vende es de aquí?», se responde María del Canto García que cada vez son menos los que bajan a vender sus cosechas. Se arrima, dice, la posibilidad de que la zona textil engulla la esencia agraria de la feria moscona y con ella el riesgo uniformador del gran bazar «de ropa y zapatillas». «La esencia de Grado son sus mercados, pero no para venir a comprar zapatillas», advierten aquí, ni a la reventa de alimentos comprados en grandes superficies, de huevos de grandes granjas pedidos expresamente sin la sobreimpresión de la fecha de caducidad para que den el pego. El Alcalde se admite inmerso en «una pequeña reflexión sobre cómo canalizar el mercado para que sea único y ejemplar», a sabiendas de que sin él esto sería otra cosa y de que la hostelería cubre en un domingo «más de media semana».
Cualquier paseo por el casco histórico sobra para identificar la cabeza tractora que remolca todo esto. A los dos lados del transeúnte se compra y se vende de todo y «casi no hay locales cerrados». Guisasola confirma la deriva local, contraria a la corriente de la crisis, pero Claudio Menéndez de la Riera, presidente de honor del Club Patín Areces, emblema y embajador de la villa desde 1965, pediría la última actualización, la versión 2.0 de un comercio que «no debe confundir lo tradicional con lo arcaico. Se puede ser clásico sin dejar de evolucionar».
La proximidad física y la cercanía humana, de las autovías a la vida en la calle
El mercado bulle porque las carreteras ya no se retuercen para llegar hasta aquí y han alterado la distancia y la distribución geográfica hasta conseguir, lo dice el Alcalde, que «pertenezcamos de pleno derecho al centro de Asturias». Si se lanza, Rey observa «prácticamente la misma dotación de infraestructuras que podrían tener las grandes ciudades». «Recibimos asentamientos de matrimonios jóvenes», aquí se proponen «alternativas de ocio y esparcimiento que probablemente no tengan muchas villas de Asturias» y la escuela de 0 a 3 años, como los puestos del mercado, tiene su lista de espera. Pero quedan caminos y casi todos conducen hacia La Cardosa. A las afueras, saliendo o entrando desde Oviedo, las máquinas empiezan a hacer un polígono industrial en las inmediaciones de Peñaflor, frente a la fábrica abandonada de los cafés Areces. Mueven tierra para que rebrote un vivero de nuevas empresas justo a la vista de una imagen que remite precisamente a la industria que abandonó Grado hace algunos años. Se termina en junio, dice el Alcalde, y tiene comprometidas «prácticamente el cien por ciento» de sus más de cuarenta parcelas. Hace mucha falta aunque vaya a llegar tarde. Tanta que cuelga de él «el despegue demográfico» definitivo de la villa, valora Javier Prada, presidente de la Asociación Cultural «Amigos de Grado», y que «no sólo traerá actividad, también debe contribuir a fijar población en la villa», recalca la esperanza de clientela del sector comercial en la voz de Amalio Guisasola. Y «si hay un antes y un después de la autovía», les sigue Claudio Menéndez de la Riera, este nuevo escenario de la proximidad va a necesitar contenido, el engranaje industrial del polígono asociado a otros equipamientos que hagan «más funcional y cómoda la vida de los ciudadanos».
Vendrá pues el parque empresarial para ser el trazo final en el círculo económico de la villa moscona, evidentemente inclinada desde siempre hacia el sector servicios, pero necesitada además del alimento auxiliar que para el comercio serán este renacimiento de la industria y el mantenimiento, en lo posible, de la vitalidad de su entorno rural. Aquí hay trabajo. El tercer grado a Grado quedaría incompleto sin la huerta de alrededor. El Ayuntamiento sostiene que ignora el rédito electoral cuando destina «el sesenta por ciento de la inversión» al área agraria del concejo, pero el «no, fíu, al campo no» de las madres de Grado es el resultado de la colisión permanente contra un obstáculo estructural. Javier Prada confirma que la querencia por el minifundio «no hace provechosa la vida en el campo» y hay quien no desecharía un futuro rentabilizado en cooperativas. Es una idea, un apósito para la corriente continua que conecta la villa con la zona rural de su concejo y una fórmula de entre tantas para reconducir sin quebranto para el agro la ilusión eterna de los jubilados, «comprar un piso en Grado».
Aquí, en el parque de San Antonio, un día cualquiera de los de sin mercado varias charlas improvisadas comparten espacio con los peregrinos que duermen sin nada que perturbe su siesta a la sombra de una palmera. He ahí uno de los valores de Grado, «un buen lugar para vivir» en el eslogan apresurado de Claudio Menéndez. También «desaprovechado», completa la mirada la secretaria de la asociación «Valentín Andrés», o más precisamente, a veces desconocido. «Tienes todos los servicios, los sanitarios y los educativos, los Juzgados, y a la vez un lugar en el que aún los niños pueden jugar solos en el parque. Hay que valorar muchísimo las ventajas de este sitio pequeño donde la gente todavía se reconoce por la calle». Es la proximidad humana además de la física, porque si también está cerca de casi todo por autovía se transforma de inmediato «en un punto geográfico envidiable» al decir de Claudio Menéndez. Con un «potencial de flujo de gente que se hace muy grande».
El caso ahora es saber aprovecharlo. Se puede, dice, actualizando y revisando en profundidad «toda esa oferta cultural, comercial o de infraestructuras que tenemos» y, por ejemplo, recortando el precio de la vivienda. «Si seguimos a la altura de los barrios de Oviedo, obviamente la gente se va a decidir por ellos». Eso es lo que se desea desde dentro. De fuera se esperan otros beneficios y no es el menos urgente la prolongación de la autovía Oviedo-La Espina en dirección al Suroccidente. No es casual que la plataforma que pide que la carretera no se duerma se haya constituido en Grado, recuerda Menéndez de la Riera. Ahí la cuadratura del círculo, el «todos queremos más» y los brazos tendidos hacia el otro lado: «El flujo desde el Suroccidente está interrumpido por la paralización de la carretera, pero la presencia de la otra ala también tiene que ser muy importante».
Metáforas y polideportivos
Grado vende frutas, legumbres y hortalizas y regala metáforas. La planta baja de su biblioteca guarda y enseña 2.000 libros de poesía donados por el escritor Fernando Beltrán para llenar un espacio exclusivo de nombre sugerente. En «El Aula de las Metáforas» descuella la actividad cultural de una villa particularmente vital en un movimiento asociativo que sin embargo detecta «una participación ciudadana muy limitada». Habla Javier Prada, presidente de «Amigos de Grado», enseñando un panorama social en constante circulación, pero alentado por algunos pocos que han dejado «mucha piel en el camino». Están sus «Moscones de oro», el certamen internacional de cuentos «Valentín Andrés» y, porque educa y forma, mucho deporte. El hockey del Areces, el fútbol del Mosconia y actividad para llenar dos polideportivos, dos campos de fútbol, uno de rugby en obras, tenis, pádel, piscina, una «avenida de los Deportes» y nueve escuelas deportivas.
El Mirador
_ La industria
El mercado y el comercio necesitan ayuda para seguir tirando de Grado y ésta crece, tal vez tarde, a las afueras de la villa. O crecerá. El polígono industrial de La Cardosa, el plazo de la obra pone el final en junio, se espera como la tecla para el despegue demográfico definitivo, lo que faltaba aquí para completar el desarrollo.
_ El auditorio
Es otra de las grandes demandas vecinales, asume el Alcalde, el socio perfecto para adosar a esa Escuela de Música, que tras «dieciséis años de reivindicaciones», protesta Javier Prada, ya resalta en la travesía de la villa por la N-634. Este siguiente paso se ve «esencial para un desarrollo cultural mínimo. No tenemos dónde reunir a cien personas».
_ Más autovía
Grado es parte de la Asturias central al menos desde que hay menos curvas, muchas más rectas, un cuarto de hora de viaje desde Oviedo y otro tanto desde Avilés, pero hace falta más. El paso al frente definitivo que en sus áreas supondrían el polígono y el auditorio será en las infraestructuras la apertura hacia el Suroccidente que garantizaría la autovía a La Espina.
_ La ITV
El alcalde de Grado afirma que «siempre hemos demandado» una Inspección Técnica de Vehículos que dé servicio a toda la comarca del bajo Nalón y los valles del Trubia». «Tenemos el sitio», avisa Antonio Rey, convencido de que así «se revitalizaría» la función de la capital moscona como cabecera de comarca.
_ Un Ayuntamiento
Mirando más el largo plazo, Rey se pide uno nuevo en El Charcón, para sustituir al edificio actual, envejecido pese a su remodelación reciente.
_ El tráfico
La exportación de la «turboglorieta», esa rotonda en la que el conductor elige su destino antes de entrar -«ni un solo accidente en un año de funcionamiento», afirma el concejal José Manuel Arias-, alienta nuevos proyectos «para pacificar el tráfico», para «ir peatonalizando el casco antiguo», asumir las competencias sobre la carretera nacional y «unir la zona industrial con la de equipamiento deportivo y escolar mediante un circuito ciclable».
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