El museo y el prado

Villa de servicios demográficamente menguada y envejecida, Grandas expone su oferta extensa en el sector del ocio sin renunciar a la iniciativa que necesita para volver a explotar los recursos del campo o los bosques

Marcos Palicio / Grandas de Salime (Grandas de Salime)

Poco antes del mediodía, Marta Leitão y Juan Sales han detenido un momento el camino para entrar en la «boca de la ballena». El mirador, diseñado por el artista Joaquín Vaquero Turcios, está colgado de una peña encima de la presa de Salime y, efectivamente, lo comprobarán cuando dentro de un rato lo miren desde abajo: su forma imita a las fauces de un cetáceo. Ella es portuguesa, él ibicenco, llevan nueve días de camino desde Oviedo y calculan que les quedan otros once hasta Santiago. La etapa de hoy, la penúltima del trayecto en territorio asturiano, les llevará dentro de algo más de seis kilómetros a Grandas de Salime, una vez atravesado el embalse por encima de la presa y bordeado en ascenso hasta la villa capital del concejo grandalés. Es miércoles y sólo acaba de comenzar la primavera, pero no están solos en el camino. Por la carretera AS-14, que viene a Grandas desde Pola de Allande atravesando el puerto del Palo, pronto aparecerá también una familia de cuatro miembros, y poco después al menos otra decena de caminantes desperdigados… Hasta cinco moteros han parado a hacerse fotos encima del embalse; también van camino de Santiago, pero ni peregrinan ni siguen la ruta exacta: vienen de Barcelona y están trabajando como «probadores de neumáticos». Son las modalidades muy distintas del camino primitivo de Compostela a su paso por Grandas de Salime, la constatación espontánea de que a lo mejor acertará el empresario hostelero José Lombardía, «Bolaño», cuando sostenga que la ruta jacobea es «la industria que, turísticamente hablando, puede tener más futuro en Grandas… si se cuida». Industria auxiliar, le va a corregir algún vecino, pero negocio al fin y al cabo en una villa urbana cabecera de comarca rural que demográficamente declina y tiene, además de su pequeña industria, su bosquejo de infraestructura turística. Además del embalse y del paisaje feraz del alto Navia, aparte de la tranquilidad, de la naturaleza y de todo el muestrario de la oferta clásica del turismo rural asturiano, Grandas «vende» un museo etnográfico único en su género -11.000 piezas, más de 20.000 visitas al año, unas 2.000 en el primer trimestre de 2011- y puede imaginar modos de vida desde la Edad del Bronce en el Chao Samartín, además de enseñar una sobria iglesia románica que fue colegiata, treinta kilómetros de embalse y una central hidroeléctrica y su presa declarada Bien de Interés Cultural que funde patrimonio industrial y artístico con la huella creativa inconfundible, por dentro y por fuera, de las manos de Joaquín Vaquero, el padre y el hijo.

El futuro, va a decir algún grandalés inquieto, está en parte escondido entre toda esa materia prima de potencialidad turística muy emparentada con el pasado, pero no puede perder de vista que harán falta otras alternativas. Ayuda la industria, reman los treinta empleados de la fábrica paradójica que hace en Grandas el queso de Oscos, o los diez que ejercen en la central hidroeléctrica; pero un vistazo a la distribución del trabajo en el municipio confirma el vuelco desde la focalización agraria de hace unas décadas hasta la cifra que ahora otorga al sector de los servicios cerca de la mitad de la fuerza empleadora. Lo que ocurre es exactamente esto que se ve al primer vistazo apresurado: ferretería, carnicería, supermercado y hotel en el recorrido por los bajos comerciales de esta villa de carácter rural y vocación urbana a la que la condición de referencia de la pequeña comarca agraria envejecida del alto Navia no le ha permitido estirar la población demasiado por encima del medio millar de habitantes. Puestos en perspectiva temporal, esos 500 son unos cien menos que en el año 2000 y aproximadamente la mitad de los que viven ahora en total en un concejo que pasa levemente por encima de los mil, que ha vuelto a tocar fondo y ya no se acuerda de los 3.785 que tenía en 1952, en pleno apogeo de la obra faraónica del salto de Salime. Las ruinas de los viejos poblados que acogieron a los miles de obreros -Eritaña, Campín y Vistalegre-, están plenamente visibles antes de llegar a Grandas y son informadores mudos de lo que ha pasado aquí. O más bien de lo que ya no pasa. Caminando por la avenida Pedro de Pedre, donde está su restaurante con hotel, a Alfonso López Mesa le dio un día por contar: «Hará dos o tres años me salieron diecinueve viviendas vacías en invierno solamente en esta calle».

He ahí el reverso tenebroso de la consagración del futuro al monocultivo turístico, aquí el riesgo de la apuesta única incluso en esta villa que a diferencia de otras de su entorno próximo sí tiene dónde enviar al visitante. José Lombardía es de Fonsagrada, a menos de treinta kilómetros hacia el Sur, nada más entrar en la provincia de Lugo, y en 2007 adquirió para hotel y restaurante el edificio de una antigua fonda, viejo refugio de obreros del salto, que sigue estando casi «colgada» sobre el embalse de Salime. Lo compró convencido, pero 2007 «eran otros tiempos», afirma, y el negocio ahora «no va mal, pero si fuese hoy tal vez no lo haría». El descenso de la rentabilidad se nota y confirma, dice López Mesa, que «cuando la crisis pasa del puerto del Palo hacia acá, es que ya está en todos los lados». Su experiencia también ratifica que el turismo «es una de las pocas cosas que quedan aquí» tras el declive acelerado del universo agrario, pero también que jugarse la partida a una sola baza no ha sido nunca la alternativa más inteligente. Rosa Monjardín es la vicepresidenta de la Asociación Cultural «El Carpio», 227 socios, y como antes ejerció como guía en el Chao Samartín, ha comprobado que Grandas tiene su caché como «centro de entretenimiento de la comarca» por su dotación de infraestructura de ocio, pero también que a veces cuesta que los visitantes se queden a dormir y que el turismo, al final, siempre acaba volviendo el clásico «tiene que ser un complemento». Bien lo sabe Paulino Naveiras, propietario de una carnicería y de cuatro apartamentos rurales que «me dan apenas para pagar la hipoteca y para que no se caiga la casa». El turismo, perseveran, es aquí un motor auxiliar que tiene una potencia desigual según la estación del año y un combustible esencial que ha encontrado en el Camino de Santiago «el mayor recurso exterior que tenemos». El que habla es el alcalde socialista de Grandas, Eustaquio Revilla, requerido por cierta sensación de que la ruta jacobea, cuyo paso por aquí dio origen a la villa de Grandas en el siglo XIII, pide una actualización al XXI. «Cada año vienen más que el anterior», pero el flujo todavía crecería más, al decir de algún empresario de la zona, si, por ejemplo, no se obligase a los peregrinos a cubrir por carretera el tramo que va del embalse a la capital o, en todo caso, cuando se inaugure al fin en la villa el nuevo albergue, que «en unos diez días», según el cálculo del regidor, permitirá dejar de alojar a los caminantes en los bajos del Ayuntamiento.

De las posibilidades del aprovechamiento turístico daría fe el grupo de diez personas que ahora visita y se asombra y señala y pregunta en la antigua tienda de ultramarinos que se reproduce fidelísimamente en una de las salas del Museo Etnográfico de Grandas. Es la tarde cualquiera de un miércoles de abril; el problema es que además de abriles aquí hay eneros, van a venir a advertir los que están de acuerdo con Revilla en que la tarea esencial de retener a la población en esta villa necesita algo más que turistas. ¿Qué? Grandas hace el queso de Oscos con leche gallega para confirmar de refilón el declive del campo en estas vegas altas del Navia. El producto sale de las manos de treinta empleados que, éstos sí, son «el noventa por ciento del concejo» en la estimación de Ignacio Álvarez, encargado de calidad y medio ambiente en la planta. También han nacido por aquí ocho de los diez trabajadores de la central eléctrica, lo acompaña el jefe de la planta, Alfredo Martínez, y al lado de la pequeña industria resisten a su modo el monte y las patatas, potencialidades a la espera del condimento que más se echa en falta cuando se mira la paisaje humano de Grandas, la iniciativa.

A la salida de la villa en dirección a Fonsagrada, lo que debería ser un polígono industrial son parcelas terminadas sin rastro de empresas ni de solicitudes y a la patata de Grandas, que quiere venderse con una indicación geográfica protegida, le faltan brazos. Eso es al menos lo que dice Eustaquio Revilla, que además de alcalde es uno de los tres socios de una cooperativa que pretende comercializar tubérculo grandalés con etiqueta de calidad. Cuando se pueda, porque de momento esperan. Aguardan una respuesta del Principado al envío de la solicitud y a la vez, o sobre todo, que germine «más gente implicada en el proyecto». Sostiene Revilla, a la vista de una prueba con El Corte Inglés, que hay «un mercado interesante», pero todavía no demasiadas ganas ni ilusiones ni emprendedores con coraje para hacer frente a los problemas. La gente, y ya no está hablando sólo de cultivar y vender patatas, «tiene que entender que  no hay plazas para que todos seamos funcionarios y que uno no se hace rico de un día para otro». Aquí, a su juicio, es seguro que la patata tampoco «va a ser la panacea, pero puede sumar y ser un complemento importante».

A ganarse esa categoría opta también el monte, aunque la cooperativa forestal de Grandas, cinco socios y cuatro trabajadores, haya decidido dedicarse a cultivar arándanos. Desde su nave a la salida de Grandas, Julio Monteserín, uno de los promotores de la compañía, toma altura y vuelve a comprobar que la villa es incluso físicamente el claro de un bosque «desaprovechado», una «zona forestal pura» donde la madera «debería de ser uno de los focos importantes de actividad económica». Sólo debería. Para retirar el condicional tendría que existir, enlaza, una auténtica política de ordenación de los montes, asegura, «un plan forestal que se cumpla y se ejecute, que determine claramente a qué monte le conviene ahora una poda, a cuál un aprovechamiento silvícola…» En parte porque eso le falta y en parte para demostrar que «se pueden hacer otras cosas además de plantar árboles o intentar vivir del turismo», la cooperativa forestal de Grandas se ha escorado y ahora planta arándanos. Ellos diversifican con los pequeños frutos rojos, pero aún pueden aparecer «muchísimas más posibilidades». Lo importante es enseñar a saber que se puede, viene a decir, que no haría daño difundir «desde el colegio» cierta mentalidad de permanencia ni después «dar alternativas a la juventud, apoyarla, comprender que la base principal para la supervivencia es que tengamos gente joven aquí».

Carreteras de obstáculos para emprendedores intrépidos

Pero Grandas está lejos. En la villa, los indicadores dicen 44 kilómetros a Pola de Allande y 68 a Navia, pero aquí las distancias se miden mejor en tiempo o, mucho mejor, en contratiempos. Las comunicaciones son el problema universal que se percibe al mirar hacia todos los lados que llevan a destinos dentro de Asturias. Por uno, los 68 kilómetros de carretera revirada que siguen al río Navia hacia la costa y al Hospital de Jarrio se traducen al menos en una hora y cuarto de camino en coche; por el otro, la salida del valle al centro de Asturias a través del puerto del Palo (1.146 metros) se retuerce por la cresta de la sierra y se pone imposible en invierno. Total, que aquel objetivo de poner a todos los municipios al menos a media hora de una autovía hace mucha gracia en Grandas de Salime. Aquí, «con estar a una hora nos daríamos con un canto en los dientes», afirma el Alcalde paladeando un regusto de amargura que compartiría toda la Asturias arrinconada en las inmediaciones de esta esquina del Suroccidente. A Fonsagrada y a la provincia de Lugo se va de lujo, «y a Madrid casi mejor que desde Oviedo» gracias a las infraestructuras de la comunidad vecina, pero con la Administración y los servicios en Asturias, el problema es evidente. Al menos tanto como  la lejanía mental que impone el progresivo arrinconamiento de esta esquina del Occidente. Por eso cuesta que un empresario de aquí «tenga los mismos derechos que uno que ejerza de Grado hacia allá», protesta Julio Monteserín con la mente en el ejemplo más básico: «Mal vamos si para que me den un certificado de la Seguridad Social tengo que desplazarme hasta Luarca -88 kilómetros que aquí puede ser hora y media de camino-» o si se llega antes a Lugo, aunque la distancia sea mayor en kilómetros, que al hospital asturiano que les corresponde a los habitantes de Grandas. Por ahí se van cerrando las salidas para la repoblación de esta zona que reclama un instrumento propio, sigue el empresario, capaz de eliminar las tachuelas del camino y de quitar de paso esa sensación insípida de que «los que montamos empresas aquí parecemos masoquistas o tolos», que es lo que se llama aquí a los bobos.

Resiste, sin embargo, esa fábrica de quesos que sus promotores quisieron ubicar en Villanueva de Oscos y que ya lleva más de cuarenta años anclada en este concejo vecino avivando la actividad económica del concejo a dos kilómetros escasos de la capital grandalesa. Hoy resulta curioso escuchar que los motivos de que Monteverde acabase en Grandas fueron precisamente las comunicaciones, además de la circunstancia esencial de que los Oscos aún carecían entonces de energía eléctrica. Si eso mismo se plantease hoy, admiten en la empresa, puede que, por motivos similares, la factoría y sus treinta empleos ya tampoco estuvieran aquí.

Una fractura social, un «secuestro» y la guía Michelin

-¿Aquí vendéis cosas?

En la tienda de ultramarinos del Museo Etnográfico de Grandas no se vende nada, pero los visitantes han comprendido lo que es esto. Las 11.000 piezas de la muestra son auténticas, funcionan y «están en su espacio real». Hasta las que no se ven, los clavos de los cajones de la tienda, las navajas de la barbería, la ropa en los arcones de la alcoba de la casa rectoral... El secreto del éxito de la muestra que Pepe el Ferreiro puso en marcha e hizo crecer desde mediados de los ochenta es que ha llegado al siglo XXI con una capacidad intacta para «poner imágenes a la vida, a los recuerdos». La definición es del actual director, Francisco Cuesta, persuadido de que la villa, cultural y turísticamente hablando, se remolca a medias desde aquí y desde el Chao Samartín. De momento, él acepta como «un logro» y «un desafío» la inclusión del museo en la edición de este año de la guía «Michelin», catalogado «especialmente para familias con niños». El reto de mantener esa etiqueta enlaza con el de conseguir que el museo no sea inmóvil, conserve el pasado con «estrategias y comunicación» del siglo XXI, afirma Cuesta, y recrezca el legado. Lo próximo, asegura, será la apertura del cabazo, la fábrica de gaseosas, la cocina y la trastienda.

«El equipamiento más importante de todo el Occidente» es además fundamental para Grandas. Salta a la vista. Sobre los cristales de una casa una pancarta proclama que van «450 días con el museo secuestrado» y muchas otras lucen empapeladas con la imagen de José Naveiras Escanlar, Pepe el Ferreiro, y como único lema su despedida clásica -«haxa salú»-. La fractura social se hace evidente a cada paso por esta villa dividida desde que hace esos 450 días la Consejería de Cultura decidió prescindir del fundador, promotor y artífice de la institución desde su origen. El resultado final de la polémica, el que se percibe en la calle, es, después de varias manifestaciones y una agresión al actual director del museo, un clima «triste» de enfrentamiento al decir de algún vecino que sin volver sobre los detalles del conflicto lamenta los encontronazos transmitidos de modo evidente al tejido social de la villa y del concejo.

Pero la vida y el museo siguen en Grandas, tal vez porque, como dice El Ferreiro, desde el principio «el museo siempre se ha ido haciendo a sí mismo».

El Mirador

Propuestas para mejorar el futuro

_ El albergue

Si el Camino de Santiago es, en palabras del alcalde de Grandas, «el mayor recurso exterior que tenemos», el nuevo albergue de peregrinos de la villa ya está tardando. Se abrirá en unos diez días, calcula Eustaquio Revilla, y cambiará las catorce plazas improvisadas ahora en los bajos del ayuntamiento por un nuevo equipamiento para alojar a 24 peregrinos. Otra alternativa para que el Camino deje de ser «un negocio sin explotar», sigue Revilla, es «potenciarlo al máximo» a través, por ejemplo, de albergues privados, el "Camino francés" está plagado de ellos».

_ El embalse

La necesidad de utilizar los propios recursos para estirar la explotación turística de la villa también vuelve la mirada hacia el embalse de Salime. El hostelero José Lombardía reclama un pantalán que permita la rentabilidad recreativa del gran acuífero grandalés, con sus treinta kilómetros, sus 685 hectáreas y 266 hectómetros cúbicos de agua, «lo que necesita Murcia para un año», afirma Alfredo Martínez, jefe de la central eléctrica. Para el Alcalde, más que «los amarres de embarcaciones privadas», Salime necesitaría iniciativas de turismo activo, «un barco para dar paseos».

_ El envejecimiento

Dada la estructura de la población que duele en todo el medio rural asturiano, desde el Ayuntamiento se define «fundamental» un centro de día de apoyo diurno que dé acogida a los mayores del concejo y, al decir del regidor grandalés, también la ampliación de la residencia de ancianos, que ahora dispone de dieciséis plazas.

_ El polígono

Con la obra terminada en el área empresarial del Couso, apenas a un kilómetro de Grandas, el objetivo prioritario del Alcalde es ahora «darle vida», toda vez que la pretensión de ocuparlo con pequeñas empresas ha encallado hasta ahora y sus once parcelas siguen vacías.

_ ... Y las carreteras

En el valle del Navia no puede faltar la referencia inevitable a las comunicaciones, fáciles a Galicia e infernales con Asturias tanto hacia la costa como hacia el centro de la región. En esta última ruta, dice el Alcalde, «el túnel del Palo» evitaría la zona alta del puerto, frecuentemente intransitable por la nieve en invierno.

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