Villa y puerto, tierra y mar
La Caridad ha explotado la función residencial y ha experimentado un notable crecimiento que contrasta con la tendencia declinante del Occidente y con la quietud de Viavélez
A Caridá y el pequeño puerto de Viavélez son muestra de la frecuente disociación en los concejos litorales de Asturias de la mirada a la tierra y a la mar repartida entre la villa y el puerto. La villa, en la rasa, ve alentada su disposición lineal por el camino costero de Santiago y la tortuosa carretera de Galicia, y afirma su tradición rural acogiendo el mercado semanal y las ferias anuales. El puerto, bello y pintoresco como pocos, aprovecha la entalladura que el arroyo Salgueiras (aguas arriba llamado de los Caballeiros y también conocido como Vío) excava en su desembocadura para sostener una infraestructura mínima de muelles y abrigos. Ambos núcleos comparten la antigua parroquia de San Miguel de Mohices, una de las ocho que federan el concejo de El Franco.
Los enrevesados meandros abarrancados a los que se acopla el pequeño puerto de Viavélez (cuando el río se llama Salgueiro) ofrecen una dársena natural y resguardo a la actividad marítima, a cambio de exigir a los pilotos pericia para la maniobra en tales angosturas, a las que se entra abocando el Guñín de Fuera y el Guñín de Dentro, las dos puntas que lo enmarcan. En las márgenes se acomoda y escalona el escaso caserío, que alberga ya sólo 175 habitantes de los 219 de principios de siglo, muchos de los cuales conocerían la pujanza de Viavélez a mediados del XIX como centro de construcción de veleros. Astilleros que desaparecen del puerto a fines del siglo, dejándole el tráfico de cabotaje maderero como principal dedicación. Cuando bien pasada la mitad del XX éste también desaparece queda como única función portuaria la pesquera y una estampa de belleza tranquila y tal parece que inmutable. El arroyo Pormenande que desemboca en la playa del mismo nombre, recorta por el Este el retazo de rasa en el que se asienta la villa de A Caridá. Sólo dos kilómetros separan el centro de ambas localidades, unidas en la práctica por las construcciones intermedias.
La variante sur de la carretera general de Galicia pone límite a la expansión de la villa. Su trazado antiguo supuso el principal eje de crecimiento urbano, más hacia el Este que a Poniente, donde la incisión del arroyo impone una separación mínima con San Pelayo y la parroquia de Valdepares. Donde se localizan servicios y empresas que buscan el acceso ágil a la carretera.
A Caridá ha experimentado un crecimiento más que notable en relación al tamaño de la villa. Ha pasado de menos del millar de residentes, en las décadas finales del siglo XX, a los 1.400 actuales.
El edificio del Ayuntamiento, la iglesia de San Miguel y el parque María Cristina componen el centro tradicional, en el entorno de la antigua carretera. Como en la mayoría de las villas asturianas, el crecimiento apenas ha supuesto nuevas tramas urbanas, de modo que se han ido aprovechando los caminos y carreteras tradicionales como ejes de urbanización, formando pequeños barrios como La Caleya, La Cova y El Trigal.
La villa se prolonga hacia el Este por Llóngara y Arboces. La cercanía de las playas de Pormenande, Cambaredo y Castello ha orientado la nueva construcción hacia las áreas más próximas, pero es sobre todo el espacio intermedio entre A Caridá y Viavélez el más atractivo, en La Cruz, A Senra, Pedra y Mernes. Se constata también aquí, en la marina de El Franco, la tendencia a cierta dispersión del caserío sobre la rasa, equilibrada por la edificación colectiva de nuevo cuño y la atracción de los ejes de carreteras.
Una villa pujante en lo residencial y con actividad en aumento, que aún mantiene una importante vinculación agraria y ganadera, bien visible en La Senra, Las Áligas y Arboces. Que necesita de un mayor impulso empresarial ligado al polígono incipiente y al nuevo enlace de la incompleta autovía. Hay suelo e iniciativa para impulsar nuevas actividades que aporten diversidad a lo que ya hay, agricultura, ganadería, madera, turismo, atracción residencial.
En una década la villa ha pasado de 1.150 a 1.400 residentes empadronados. La parroquia (que incluye, además, a Arboces, Llóngara y Viavélez) de 1.668 a 1.876 habitantes. Mientras, el concejo se mantiene en los 4.000, con un ligero descenso, que incluye el crecimiento de la villa y el declive del resto. También pierde residentes, como hemos indicado, el puerto de Viavélez. El destino es la rasa y la oferta residencial de la villa, en un territorio que guarda un rico patrimonio histórico, como tierra de castros, que ya miraban al mar, como el del impresionante paraje de cabo Branco. También palacios representativos del poder de la nobleza rural en el sistema agrario tradicional. Y, una vez más, la huella indiana, que da su peculiar impronta al paisaje urbano de origen, en forma de palacetes, casonas, escuelas, cementerio, caminos. Progreso traído por los hijos del país que nunca olvidaron sus orígenes. La quinta de San Jorge o de Jardón, entre La Atalaya y La Senra, ejerce de símbolo de la estrecha relación que siempre ha existido entre la villa y su puerto. Puerto de refugio, de pescadores, de casas escalonadas, armoniosamente pintadas, con su atalaya y sus pequeños muelles y su trazado sinuoso que parece rehuir el contacto con el mar fuerte.
A Caridá es de las pocas localidades del occidente astur que crece con decisión. Aunque detrás de ese crecimiento se oculta la atracción de población rural de su entorno inmediato y la habitual debilidad vital de la población asturiana. Sólo 33 nacimientos frente a 61 defunciones en el concejo de El Franco, en 2010. Situación que pone el futuro entre interrogantes sobre las posibilidades de mantener el tono vital de una población en proceso de envejecimiento y decreciente, la del mundo rural occidental, del que depende, en buena medida, el propio dinamismo de sus villas. Aunque, como en este caso, manifiesten una envidiable tendencia al crecimiento.
Una pareja arquetípica de llanos y mar
A Caridá y Viavélez componen una pareja inseparable de villa y puerto. La villa de rasa que mira a tierra y el puerto de mar complementan las actividades tradicionales que les dieron origen. Villa en crecimiento y puerto en declive manifiestan las tendencias actuales, en que las villas más dinámicas consiguen atraer población desde el mundo rural e incluso de áreas más alejadas y crecer con decisión, a pesar de la atonía demográfica generalizada en Asturias. Y pequeños, mínimos, puertos atlánticos de una belleza conmovedora.
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